Carlos Ponzi fue un famoso estafador italiano de los años veinte en Estados Unidos. Su fraude consistía en ofrecer a los inversores elevadas ganancias que sólo podía pagar si ingresaban al negocio nuevos acreedores, porque le proveían el dinero para cumplir con los intereses adeudados. Para mantener este tipo de estafa es necesario convencer a un número creciente de inversores, dado que mientras haya nuevos ingresos de capital la rueda puede seguir girando sin que los acreedores pretendan recuperar su dinero, que no existe dado que nunca fue invertido.
El economista estadounidense Hyman Minsky usó ese nombre para describir las situaciones financieras en las cuales las firmas sólo pueden cubrir los intereses y el capital devengado con nuevo endeudamiento. Minsky argumentó que existe una inestabilidad inherente en el sistema capitalista que genera crisis engendradas en los momentos de prosperidad económica.
De manera semejante, podemos decir que una economía con problemas estructurales de escasez de divisas, como la nuestra, se encuentra en una situación Ponzi cuando, de manera sostenida, sus exportaciones no alcanzan para financiar sus importaciones, por lo que debe endeudarse (en un sentido amplio, es decir, recibir capitales externos) para cubrir el déficit comercial y el resto de los compromisos en moneda extranjera. Una economía que se encuentra en una situación Ponzi es muy propensa a sufrir crisis financieras, que en este caso se manifiestan en fuertes devaluaciones de la moneda.
En este contexto, la apertura a los capitales foráneos, el endeudamiento externo y las elevadas tasas de interés permiten a los gobiernos obtener los recursos en el corto plazo para financiar los crecientes déficits de cuenta corriente, producidos no sólo por el estancamiento de la demanda mundial y la dificultad de incrementar las exportaciones sino también por la mayor apertura comercial y los déficits crónicos en otros componentes, como remisión de utilidades y pago de intereses de la deuda externa.
El incentivo en el corto plazo al ingreso de estos capitales especulativos es alto: la tendencia a la apreciación -o al menos la estabilidad- del tipo de cambio aquieta las presiones inflacionarias y los gobiernos constituyen reservas internacionales al tiempo que reciben halagos de los “mercados” sobre el rumbo económico.
Dicho de otro modo, cuando una economía entra en un régimen a la Ponzi, la política económica se dirige a convencer a los prestamistas, no sólo con pensamiento positivo y palabras bellas sino con otorgamiento de beneficios a través de mayor desregulación (leyes de inversión, de desmantelamiento industrial, de flexibilización de leyes laborales). Todas estas medidas facilitan la salida de capitales y profundizan la fragilidad financiera. Las “pruebas” que los acreedores reclaman para seguir prestando nada tienen que ver con mejorar la estabilidad macroeconómica o la competitividad, sino con el compromiso de liberar dólares mediante recesión económica y desregulación del sistema financiero.
Sin embargo, ninguna política de “austeridad” fiscal o gesto político logrará reducir la elevada fragilidad financiera de la economía, sino simplemente dará más aire a la burbuja. No hay necesidad de financiar los gastos en pesos del gobierno con ingreso de capitales externos, no es lo fiscal lo que lleva a los gobiernos a endeudarse en dólares. La promesa de reducción de gasto público es sólo un recurso más para convencer a los inversores, tal como sucedía con Carlo Ponzi.
El futuro no puede predecirse, no es posible saber el momento exacto en que la burbuja se rompe. En cambio, sí sabemos que –tarde o temprano– el juego termina, pues cualquier cambio en la situación internacional o la profundización de la recesión doméstica puede generar que los inversores se dirijan a cambiar sus pesos por dólares si éstos piensan que el juego se agotó.
Es importante conocer las causas estructurales y financieras del problema. Atraer capitales externos vía elevadas tasas de interés, liberalización financiera y desregulación económica sin un proyecto productivo, como parece ser el camino que ha emprendido Argentina en el último tiempo, es lisa y llanamente el peor de los escenarios posibles.
En economía no hay que culpar a los instrumentos, pues lo que importa son los objetivos políticos. El endeudamiento y el ingreso de capitales puede ser dirigido a ganar tiempo mientras se genera una verdadera capacidad de repago o sólo puede servir para ganar tiempo (y elecciones). En este último caso, ese es un tiempo perdido para emprender un proyecto de desarrollo productivo que permita salirnos de este esquema Ponzi, que siempre culmina en una fuerte crisis externa con las sabidas consecuencias sobre el empleo y la distribución del ingreso.
* Profesora de la Universidad Nacional de Moreno y directora del OMET/UNM.