Noviembre de 2002. Roger Federer, que había ganado hasta el momento apenas cuatro títulos del circuito ATP, derrotaba a Juan Carlos Ferrero en el primer partido de su carrera en el Torneo de Maestros, en Shanghai. Quince temporadas después, en su décimoquinta participación y con 36 años, venció en su segundo compromiso a Alexander Zverev para meterse entre los cuatro mejores del certamen más selectivo del planeta tenis, esta vez en el O2 Arena de Londres. El alemán, 16 años menor que el suizo, tiene al ex número uno español como entrenador y deja al descubierto la vigencia deportiva que exhibe Federer en el máximo nivel.
La caída con David Goffin en las semifinales no opaca una temporada mágica que quedará grabada en todos los manuales de historia. El suizo volvió luego de seis meses inactivo por una lesión en la rodilla y redondeó un año que desafía todas las leyes de la naturaleza.
Corporizado en modo genio del Olimpo, Federer se consagró campeón en el Abierto de Australia y en Wimbledon, además de haber ganado otros cinco títulos: Indian Wells, Miami, Halle, Shanghai y Basilea. En el balance general sumó nada menos que 52 triunfos y apenas sufrió cinco derrotas. En Dubai fue sorprendido por Evgeny Donskoy (116°) y en Stuttgart cayó ante el veterano Tommy Haas (302°); con algunas molestias en la espalda, perdió ante el joven Zverev en la final de Montreal; y fue Juan Martín Del Potro quien dio el batacazo en los cuartos del US Open, en el único traspié del suizo al mejor de cinco sets. La derrota a manos de Goffin en Londres, que lo dejó con las ganas de levantar su séptimo trofeo en la Copa de Maestros, es un árbol demasiado pequeño para tapar tamaño bosque.
Mientras Rafael Nadal exigió hasta el límite su físico para finalizar en la cima del ranking, Federer dejó en claro que ya no juega para volver al número uno del mundo. Antes de perder con el belga confirmó que no participará en ningún certamen oficial previo al Abierto de Australia; por el contrario, sólo lo hará en la Copa Hopman en Perth junto con su compatriota Belinda Bencic, tal y como lo hizo este año. Y lo demostró también con la dosificación del calendario que llevó a cabo para cuidar su cuerpo, quizá una de las mejores elecciones de su vida.
Federer piensa más allá del presente. Por eso sólo disputó 12 campeonatos en todo 2017. “No me arrepiento de haber faltado a algunos torneos. A mi edad sería muy arriesgado perseguir el número uno y esto no va a cambiar en el futuro”, sentenció el suizo. Pese a haber jugado poco, la efectividad con la que llegó al ocaso de la temporada es asombrosa. El récord de 52-5 configuró un 91,2 por ciento de eficacia, el cuarto mejor registro de su carrera detrás de 2004 (92,5%), 2006 (94,8%) y 2005 (95,3%). Asusta, además, la marca que consiguió contra los más talentosos del circuito.
Frente a jugadores del Top 10 logró 13 victorias y sólo cayó en dos ocasiones (Zverev y Goffin) mientras que no mostró fisuras ante integrantes del Top 5. Seis partidos disputados: seis éxitos. El propio Rafael Nadal, el máximo rival de su trayectoria, fue quien más padeció ante la amalgama de recursos que pone de manifiesto esta versión ultra ofensiva de Federer, un monstruo que parece haber encontrado la fórmula especial para desactivar el juego pesado del español que tantos problemas le generó.
Con un revés que destila veneno como nunca antes en su dilatada carrera, el suizo sometió a Rafa en los cuatro partidos en los que lo enfrentó. Se impuso en el mejor choque del año en la final de Melbourne; lo hizo bailar en los octavos de Indian Wells y en la definición de Key Biscayne; y lo desbordó para levantar el trofeo en el Masters de Shanghai. Junto con la victoria en la final de Basilea de 2015, Federer consiguió hilvanar cinco festejos consecutivos por primera vez en su vida ante el español, que no puede sonreír en un superclásico del tenis desde las semifinales de Australia en 2014.
Los grandes objetivos que persigue Federer sobre los últimos años de su carrera trascienden la eventualidad de regresar a lo más alto del ranking mundial, posición que no ocupa desde el 29 de octubre de 2012. Para pisar la cúspide una vez más necesita la regularidad que otorga disputar cerca de 17 o 18 torneos por temporada, una cruzada imposible para un jugador de 36 que aspira a morder cada vez más trozos de gloria y que de cualquiera manera ya tiene en su poder el récord absoluto de 302 semanas en la cima. Al no disputar torneos oficiales antes de Australia, Federer afrontará el inicio de la temporada con la necesidad de defender nada menos que cuatro mil puntos por los títulos en el primer Grand Slam y los dos primeros Masters 1000 en Estados Unidos.
El foco lleva un tiempo posado sobre los milagros que pueda conseguir en torneos puntuales que entregan grandes porciones del cielo. Wimbledon, por caso, donde siempre llega como uno de los favoritos. Su calendario quedará atado a los eventos más significativos y todos sus cañones seguramente apuntarán a defender la corona en el All England, uno de los tantos objetivos que buscará cazar el conquistador serial de quimeras. Porque siempre se pueden dinamitar más libros de historia. Y Federer lo sabe mejor que nadie.