Francisco partió ayer desde Roma para iniciar una visita oficial de cuatro días a Myanmar y Bangladesh, los dos países que son hoy escenario del éxodo de más de 600.000 rohingyas en sólo tres meses, lo que desató una crisis humanitaria y encendió alarmas en todo el mundo.
Esta gira tiene lugar a la sombra de la crisis en torno a la perseguida minoría musulmana de los rohingya, cientos de miles de los cuales huyeron de Myanmar a Bangladesh. Hay gran expectativa respecto de si el pontífice se referirá al tema o no. Precisamente un grupo budista radical le advirtió a Francisco que durante su visita no debe apoyar a esa comunidad.
“Le damos la bienvenida pero, si apoya a los extremistas bengalíes y rohingya, se ganará críticas”, fue la advertencia explícita pronunciada por U Thaw Parka, el vocero de la más influyente organización religiosa birmana, Ma Ba Tha (Asociación Patriótica de Myanmar), de corte integrista y anti-islámico.
El momento culminante de su viaje de seis días será una reunión con la Premio Nobel de la Paz y jefa de gobierno de facto de Myanmar, Aung San Suu Kyi, quien fue duramente criticada internacionalmente por no posicionarse claramente en la crisis de los rohingya.
En Bangladesh, el Papa argentino participará en un encuentro interreligioso, en el que también habrá miembros de la minoría rohingya. Según el programa oficial, no está previsto que el Papa visite uno de los gigantescos campos de refugiados.
Es la primera vez que un Papa visita Myanmar, en el sudeste asiático y de mayoría budista. Bangladesh, de mayoría musulmana, recibió hasta ahora sólo la visita de Juan Pablo II. En ambos países hay solo una pequeña minoría católica. El Vaticano comunicó que Francisco quiere transmitir un mensaje de “reconciliación, paz y perdón”.