"San Fernando del Valle de Catamarca, una ciudad hecha de siestas, misas y silencio, una ciudad profundamente cristiana, cuyos 90 mil habitantes se hallan conmovidos desde que apareció el cuerpo destrozado y vejado de María Soledad Morales”.
Feudos, señoríos, poder desmesurado, un pueblo hastiado del abuso constante. Lo que parece una trama salida de Fuenteovejuna, la obra emblemática de Lope de Vega, es en realidad uno de los crímenes más sórdidos del menemato. Solo otra historia que se repetiría por los siglos de los siglos: la impunidad de los “hijos del poder". Esta expresión, “los hijos del poder” se repite como una frase hecha por todos los catamarqueños convirtiéndose en el leitmotiv de “María Soledad: El fin del silencio”.
Dirigido por Lorena Muñoz, y con la producción periodística de Mariana Montero, el documental de Netflix rememora el caso que marcó un antes y un después en los crímenes de género en Argentina. El viernes 7 de septiembre de 1990, María Soledad Morales y sus compañeras del Colegio del Carmen y San José, asistían a una fiesta para recaudar fondos para su viaje de egresados en un boliche en el centro de Catamarca.
Soledad estaba preocupada porque no tenía cómo volverse, pero su amiga Rosana Medina le ofreció quedarse en su casa. Antes de que eso ocurra, Soledad se fue con un hombre. Él tenía veintiocho años, ella diecisiete. Nunca lo presentó a sus amigas, pero ellas la notaban “obnubilada, enamorada”. Ella le escribía poemas de amor, él la entregó para que fuera el juguete de esa noche de los señoritos locales. Dos días después su cuerpo, casi inidentificable, fue encontrado en un parque a siete kilómetros de la capital.
Posteriormente, se supo que la escena del crimen había sido alterada y el cuerpo lavado. María Soledad había sido violada y golpeada salvajemente por varios individuos y obligada a ingerir cocaína en dosis que le produjeron el paro cardíaco que llevó a su muerte. Lo más sorprendente del asesinato fue que pareció no sorprender a nadie: los hijos de los dueños de Catamarca habían “matado una chinita”, como la madre de uno de los violadores y asesinos dijo sobre lo ocurrido en un té de la elite: “¿Te enteraste lo que le pasó al hijo de Beba Luque?”, una cosa común, cotidiana, casi costumbrista: ¿a quién no le pasó alguna vez?
Me cuidan mis amigas
El documental hace una fascinante cobertura de la obvia contradicción que enmarca desde el comienzo el caso de María Soledad: por todo Catamarca se rumoreaba que aquellos responsables tenían fuertes vínculos con el poder político provincial. Todos sabían, el pueblo entero sabía, y sin embargo nadie testificaba. El paseo de María Soledad desde la fiesta hasta su muerte había sido un recorrido que había atravesado media ciudad, pasando por el club Clivus donde se dice que los hijos de la elite catamarqueña “reclutaban” chicas para “divertirse” cada fin de semana, hasta el motel Los Alámos donde se comentaba que se realizaban orgías.
Algunas de estas diversiones llevaban a incidentes, por lo general no tan graves como este: “Ni los animales matan como ellos han matado” declaraba turbada Marilyn Varela, compañera de María Soledad del secundario. María Soledad y sus amigas, que con 17 años, desafiaron la impunidad de los "hijos del poder" para exigir justicia por su compañera encabezando las "marchas del silencio". Aun con incontables testigos que la habían visto acompañada de otros victimarios, nadie habló.
Los culpables no eran simples civiles sino gente cercana a los Saadi. El presidente Carlos Menem le debía toda su carrera política al gobernador Vicente Saadi, su mentor, un caudillo político que llevaba décadas en el poder y nombraba jueces y policías a discreción. Pero las compañeras de María Soledad y la directora del colegio, la monja Martha Pelloni, no guardarían silencio: marcharon. Bajo una tormenta de atroces amenazas, las compañeras de María Soledad se volcaron a organizar una marcha, apoyadas por todo el colegio y familiares, amigos y conocidos de la víctima. Esa fue solo la primera de las “marchas del silencio” pidiendo por un esclarecimiento del crimen.
A la séptima marcha, el 1 de noviembre, asistieron 30 mil personas: un tercio de la población de Catamarca; se extendieron luego a todo el territorio argentino. El 17 de abril de 1991, en respuesta a estos sucesos, Menem decretó la intervención federal de los tres poderes del Estado provincial de Catamarca. Esta medida condujo a la remoción de Ramón Saadi (hijo y sucesor de Vicente) de la gobernación. En el medio aparece el nombre de Guillermo Luque —hijo del entonces diputado nacional Ángel Luque— cuyo auto habría sido visto levantando a María Soledad del baile. La impunidad de Luque padre era tal que no se sonrojó al declarar: “si Guillermo hubiera matado a esa pobre criatura, yo le juro que ese cadáver no aparece nunca más”. Luis Tula —el “novio”— habría sido torturado y con 2 millones de dólares obligado a tiempo después asumirse como único culpable del “crimen pasional”.
Amenazas y marchas del silencio: los juicios a los "hijos del poder"
Durante 1996 comienza el bochornoso juicio con múltiples audiencias con Tula y Luque como acusados. La transmisión en vivo llamó la atención de toda la sociedad argentina y expuso las flagrantes irregularidades de la investigación y la manipulación de la escena del crimen. A su vez, la presión sobre testigos, el uso de sobornos, intimidación y amenazas y la presión política sobre los jueces y fiscales fue tan intensa que llevaron a que eventualmente se declarase este juicio nulo.
En 1997 se celebró un nuevo juicio. De todos los acusados presentes en la última noche de María Soledad: Luis Tula y Guillermo Luque, Arnoldito Saadi (primo de Ramón) Pablo y Diego Jalil, amigos de Luque y sobrinos del Intendente, y Miguel Ferreyra (hijo del jefe de la policía), solo dos fueron condenados: Luque a veintiún años de prisión por violación y asesinato (de los que solo cumplió catorce) y Tula a nueve como participe secundario.
La directora de la escuela de María Soledad, la monja Marta Pelloni, jugó un rol fundamental en la lucha por la justicia de la adolescente. El documental destaca cómo en un asesinato que contó con la sórdida complicidad de multitud de personas, el resultado del juicio dejó un sabor amargo: el crimen estaba desde un primer momento esclarecido y todo el pueblo catamarqueño conocía la verdad escrita a gritos en todo el cuerpo sin vida de María Soledad.
El verdadero desafío se encuentra al intentar desentrañar las redes de connivencia del poder político nacional: como declara la periodista Alejandra Rey “Llegar a Catamarca era llegar al reino de los Saadi”. Los condimentos de un clásico cuento de pueblo chico, infierno grande se mezclan magistralmente con la valentía sin límites de las heroínas de este relato: Marta Pelloni y las amigas de María Soledad, que no frenaron ante ninguna amenaza para encontrar la verdad.
La entereza de los padres de Soledad y el apoyo de un pueblo que se harta de ser sometido al silencio y la impunidad flagrante contribuyó a impulsar cambios en la legislación argentina en materia de violencia de género, como la tipificación del femicidio y la creación de juzgados especializados. Su lucha no fue en vano: treinta años más tarde, sus amigas que aún se culpan por no haber prevenido su muerte, todavía lloran su banco vacío.