Desde Mar del Plata

“Ustedes tienen Cromañón, los trenes, el avión de Lapa, nosotros tenemos el mar y es más que suficiente”. Bernardo es taxista y afirma que “adivina” la profesión de una persona con sólo mirarlo. Por eso pregunta de inmediato “y... cómo ve lo del submarino”, porque su intuición hace que “reconozca” a los periodistas “por el olor de la adrenalina”. Es cierto lo que dice sobre “el mar” como fuente de riqueza, de turismo y de tragedia para los marplatenses. Las historias dolorosas, como no puede ser de otro modo teniendo en cuenta su especialidad como fuerza armada, también comprenden a la Marina. Aunque todos, incluso los escépticos sin admitirlo, esperan el milagro de un final feliz con el ARA San Juan, lo que se vive es una tragedia, una espera desesperante. El máximo dolor, entre tantos que golpeó a Mar del Plata, ocurrió el 28 de agosto de 1946, con la llamada “Tragedia de Santa Rosa”, cuando la tormenta anual que lleva ese nombre provocó el hundimiento simultáneo de cinco pesqueros y dañó a un sexto. Hubo 31 víctimas fatales, entre muertos y desaparecidos. 

A nivel de la Armada Argentina, el mayor impacto emocional sigue siendo el hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo de 1982, en el inicio de la Guerra de Malvinas. Pero en tiempos de paz, nada supera el naufragio de la torpedera de mar Rosales, en el año 1892, que terminó en un escándalo y en el primer juzgamiento a jefes de la fuerza. En esa tragedia, la negativa repercusión que tuvo a nivel nacional se debió al hecho de que sobrevivieron la mayor parte de los oficiales al mando de la nave, mientras que las víctimas principales fueron los tripulantes rasos.

La torpedera de mar Rosales, adquirida a la compañía Laird Brothers en 45 mil libras, fue construida junto a su gemela Espora, en los astilleros Cammell Laird de Birkenhead, Inglaterra. Se hizo a la mar el 7 de mayo de 1890 y llegó a la Argentina en febrero de 1891. La torpedera, de 64 metros de eslora (largo), estaba armada con dos cañones de tiro rápido. Tenía otros cañones, dos ametralladoras, cinco tubos lanzatorpedos y una tripulación de 72 hombres. Mientras estaba amarrada en el puerto de Rosario, recibió la orden de regresar a Buenos Aires para acondicionarse y partir luego hacia Brasil, donde representaría a la Argentina, junto con otros navíos, en un homenaje a la conquista de América por parte de España. Las condiciones climáticas adversas, en el Río de la Plata, habían provocado varios naufragios, pero el río estaba bastante calmo cuando partieron el 7 de julio de 1892, despedidos en el puerto por el presidente Carlos Pellegrini. Era su comandante el capitán de fragata Leopoldo Funes, secundado por el teniente de navío Jorge Victorica. Un día después, perdió contacto con el resto de la flota y el 9 de julio comenzó a hundirse. Las lanchas de salvamento no eran suficientes para todos y la ayuda preferencial la recibieron los miembros de la plana mayor. El diario La Nación fue el primero en plantear críticas a la cúpula de la Rosales. 

Hubo un largo proceso judicial que desnudó la lamentable actuación que le cupo a Funes y a su alto mando, pero finalmente el caso fue declarado “cosa juzgada” y muchos de los acusados siguieron en la fuerza como si nada hubiera ocurrido. En 1984 se filmó La Rosales, ópera prima de David Lipszyc, protagonizada por Héctor Alterio, Ricardo Darín, Oscar Martínez, Ulises Dumont, Alicia Bruzzo y Soledad Silveyra. En el filme se reproduce en detalle todo el engorroso trámite en manos de la Justicia Militar. 

Otra tragedia que enlutó a la Armada y que, esta vez, convirtió en héroes a sus víctimas, fue el hundimiento en el Atlántico Sur, en septiembre de 1949, del rastreador Fournier, el segundo buque de la Armada en llevar ese nombre, en homenaje al marino francés César Fournier, que luchó junto a las fuerzas que defendieron el pabellón de las Provincias Unidas del Río de la Plata durante la guerra de la Independencia. El 16 de septiembre la nave zarpó de Ushuaia rumbo a Río Gallegos, por la ruta de los canales fueguinos y llegó a ese destino el 17.

El 21 de septiembre volvió a partir hacia Ushuaia, para realizar sus tareas habituales de combate de la pesca ilegal y se produjo el hundimiento. Los cuerpos de sólo nueve de los 76 tripulantes fueron hallados en aguas territoriales chilenas y la llegada de los féretros a Buenos Aires fue recibida por una multitud. El esqueleto del Fournier todavía yace en el fondo del estrecho de Magallanes, lugar donde se produjo el naufragio. 

Nueve años después, el 15 de octubre de 1958, otro barco de la Armada Argentina, el buque de salvamento Guaraní, naufragó en aguas de Tierra del Fuego, mientras realizaba tareas de ayuda en una misión combinada con la Fuerza Aérea de abastecimiento y apoyo a las dotaciones asentadas en la Antártida. Con 38 personas a bordo, fue víctima de una fuerte tormenta que terminó hundiéndolo. Durante cinco años, y por disposición de la secretaría de Estado de Marina, todo barco que pasara por la zona del accidente debía rendir honores con formación y toque de trompeta a los marinos del Guaraní. En Mar del Plata, la tragedia pesquera más grave ocurrió entre el 28 y el 29 de agosto de 1946, durante la tormenta de Santa Rosa. La inquietud comenzó cuando la colonia pesquera hizo saber que cinco embarcaciones no habían regresado a puerto. La conmoción comenzó con la llegada de las lanchas que habían podido sobrevivir a un mar embravecido, con vientos de cerca de cerca de 100 kilómetros por hora. Los tripulantes de esas frágiles lanchas, que llegaron muy deterioradas, aseguraron haber visto cuerpos flotando en las aguas. En suma, los que naufragaron o sufrieron pérdidas humanas fueron los barcos Pumará, Palma Madre, Happy Day, El Halcón, Quo Vadis y María Dolores. En total hubo 31 víctimas fatales, entre muertos y desaparecidos.  

En esta ciudad sería interminable señalar la lista de barcos de pesca hundidos, sobre todo las lanchas anaranjadas que se han convertido en el sello que identifica al puerto local. Todos los años, en el verano, durante la Fiesta de los Pescadores, las víctimas son recordadas con coronas de flores que se arrojan al mar. En septiembre del año pasado se hundió el pesquero San Antonio, a diez millas náuticas del puerto de Mar del Plata. Hubo seis víctimas fatales en total, tres fallecidos y otros tantos desaparecidos. 

El caso más reciente es el del pesquero Repunte, que se hundió en junio de este año a unas cuarenta millas de la ciudad de Rawson. Dos de los tripulantes pudieron ser rescatados con vida, tres fallecieron y siete continúan desaparecidos. El Repunte era un barco “fresquero”, la antítesis de los barcos factorías que pueden conservar los frutos del mar en cámaras frigoríficas incorporadas a la embarcación. 

El único modo de conservación de los “fresqueros” es cubrir lo pescado con hielo, hasta llegar a tierra firme. El trágico destino los sorprendió cuando regresaban al puerto de Mar del Plata, con la nave “repleta de langostinos”, recordó ayer a PáginaI12 un allegado a las familias de las víctimas, que el sábado se hicieron presentes en el abrazo solidario a los padres, hermanos y amigos de los 44 tripulantes del ARA San Juan.