Desde Brasilia
Transcurridos un año, seis meses y catorce días de la destitución de Dilma Rousseff, el golpe híbrido (parlamentario-mediático-judicial) no conquistó aún su objetivo más ambicioso: abortar la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva. Desconcertado ante la persistente popularidad del ex mandatario, el campo conservador se dio a la tarea de testear la proyección de personajes outsiders.
Primero lanzó al intendente de San Pablo Joao Doria, un empresario autodefinido como “no político” pese a ser afiliado del PSDB, el partido del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso.
Doria obtuvo una victoria resonante en las municipales de 2016 cuando derrocó al intendente del PT, Fernando Haddad, un apadrinado de Lula. La derrota en San Pablo y otras capitales fueron un pesadilla para el partido de Lula y Dilma, al que algunos jueces proponían proscribir usando como pretexto la causa Lava Jato. Era el climax político resultante del ascendo derechista conquistado con el golpe.
Surfeando sobre esa ola antipetista Joao Doria se autoproclamó candidato presidencial estableciendo alianzas con el presidente Michel Temer, aproximándose a los caciques provinciales y formulando ataques cotidianos, por veces clasistas, contra Lula. Pero una vez pasada la euforia el experimento Doria se desidrató.
Doria, el amigo de Temer y Cardoso, nunca logró penetrar en la opinión pública nacional como lo confirmó la última encuesta de Datafolha, publicada el mes pasado, que lo ubicó con el 8 por ciento de intenciones de voto, 26 puntos debajo de Lula.
Posiblemente el fracaso de Doria esté contaminado por la bancarrota de Temer, el mandatario más impopular de las últimas tres décadas, el único de la historia acusado de corrupción durante su mandato, que ayer continuaba internado en San Pablo tras ser intervenido del corazón.
Descartada la intentona de Doria, sigue en pide una suerte de “fraude” constitucional que comenzó a ser analizado en la Corte donde podrían cambiar el actual modelo presidencialista por el parlamentarismo. Si así fuera, el poder del futuro mandatario –eventualmente Lula– sería neutralizado por el Congreso.
Paralelamente fue lanzado como precandidato Luciano Huck, el presentador de un programa juvenil de la cadena Globo, que se puso a la cabeza de la campaña proselitista.
De buenas a primeras Huck se tornó el preferido de los medios privados aunados en la misión de obstruir el ascenso sostenido de Lula que, de mantener la actual tendencia hasta podría vencer en la primera vuelta de los comicios de octubre de 2018.
En julio de 2016 tenía el 22 por ciento y superaba por sólo cinco puntos a su escolta, Marina Silva. Desde entonces creció todos los meses y en octubre pasado trepó al 36 por ciento con veinte puntos de distancia sobre el segundo, el ex militar Jair Bolsonaro.
Ese crecimiento de Lula, indicado por todas las encuestadoras, explica por qué el diario Estado de San Pablo, acaso algo desesperado, adoptó una posición militante a favor del candidato de Globo.
“La aprobación de Huck se dispara y alcanza el 60%” escribió el matutino paulista en su tapa la semana pasada. La primera lectura de esa noticia inducía a un error calculado, el de instalar al joven animador como favorito a ganar la presidencia de la República. El título sería desmentido en las páginas interiores donde se consignó que los entrevistados no fueron consultados sobre su candidato preferido para 2018, sino sobre la simpatía del personaje.
Ayer Globo escribió que Luciano Huck finalmente no será candidato. Por lo pronto no se sabe si esto es verdad o se trata de una maniobra de campaña que luego se desmentirá.
Globo, 1989-2018
Globo es el partido mediático más importante de América Latina. Construyó su poder en sociedad con la dictadura (1964-1985), lo afianzó durante la transición democrática administrada por José Sarney, un presidente surgido de un colegio electoral tutelado por los militares y en 1989 impidió la victoria de Lula a través del hasta entonces ignoto Fernando Collor de Mello. Este último un dirigente traído del interior, con una popularidad sería montada pieza por pieza a través de los noticieros y las telenovelas del multimedios cuyos estudios centrales están en Río de Janeiro.
El conglomerado brasileño fue pionero en esta “tecnología” electoral, que se repetiría dos décadas más tarde cuando Televisa, de México, fabricó al candidato vencedor Enrique Peña Nieto previamente casado con una famosa actriz de culebrones, la hoy primera dama Angélica Rivera.
A pesar de su influencia el multimedios de la familia Marinho fue derrotado dos veces por Lula, en los comicios de 2002 y 2006, éstos últimos en medio del escándalo conocido como el “Mensalao” que hirió de muerte al gabinete además de causar estragos en el PT.
El ex tornero logró otro triunfo indirecto frente a Globo en 2010 a través de la victoria de su pupila Dilma Rousseff que antes del inicio de la campaña era prácticamente desconocida para el electorado.
La política partidaria así como la credibilidad de los medios sufrieron mutaciones entre las elecciones de 1989 y los comicios del año próximo. Cuando Globo fabricó a Collor lo hizo de forma disimulada, algo que no podrá repetir en esta campaña dado que sus posiciones políticas, especialmente su aversión a Lula, son conocidas por una parte considerable del público.
Más aún: cuando esa empresa resuelve postular a uno de sus conductores como presidente, asume explícitamente una posición electoral.
Hace una semana le preguntaron a Lula si estaba preocupado ante una eventual disputa con Luciano Huck, a lo que respondió,vistiendo una camiseta amarilla como la de la selección de fúbol, “lo que más quiero en la vida es enfrentar a alguien que tenga el logotipo de Globo estampado en la frente”.