Últimamente se suele afirmar que la agenda de la ultraderecha en América Latina no funciona, que el algoritmo no encuentra su vía de realización y que el partido de los mega millonarios no logra desplegar el soporte político adecuado. México, Brasil, Colombia, Chile y Uruguay escaparían, de momento, del oprobio. La excepción a este argumento sería Argentina, dada la irresponsabilidad de su clase política y, siendo estrictos, en definitiva por el peronismo, al tratarse del movimiento que ha vehiculizado las posibles transformaciones populares.
Es una lectura posible muy a tener en cuenta, no obstante, la misma puede ser matizada en, al menos, dos puntos. En primer lugar, el "experimento neofascista" no eligió un lugar cualquiera de América Latina por dónde empezar: Argentina poseía un Estado que se había hecho cargo de una gran cobertura social en áreas tan sensibles como la salud, la educación, la ciencia y la cultura. Muchos de los países que aún están a salvo de las agendas ultraderechistas deberían dar grandes pasos para obtener lo que Argentina ya tenía y que ahora la ultraderecha pretende desmantelar con su tecnocapitalismo financiero. En segundo lugar, las "izquierdas latinoamericanas” ya no son las de antes; todas aparecen asediadas y decididas a ser muy cautelosas. En este punto, la Argentina estaría ofreciéndose como la vigilancia de las ultraderechas en el continente. De allí la crucial importancia de que el proyecto neofascista en Argentina fracase. Desde hace tiempo suelo emplear el término “neofascismo neoliberal” para designar este capitalismo fuera de la producción industrial y decidido definitivamente a implantar un estado de excepción.