Volver al cine de Woody Allen es volver a una obra que se prolonga en el tiempo, conforme a una vitalidad sustancial. Lo dicho es una obviedad. O no. Allen es parte de una generación que entendió al cine de manera indisociable de la vida; vale decir, Woody Allen no puede pensarse sin el cine. Así como Friedkin, Varda, Scorsese, Godard, Eastwood y otros. Dejaron o dejarán de filmar cuando dejen de vivir. Entonces, cada película de Allen es un respiro que oxigena a esa persona que es él y a los propios espectadores, mediados y habitados por el reencuentro que supone cada película. Así como en La rosa púrpura de El Cairo.

Golpe de Suerte en París (Coup de chance) es la primera película enteramente francesa de Woody Allen. Sobre sus razones “extranjeras” hay numerosos artículos que lo explican, como lo relativo a la cancelación que pesa sobre Allen en Estados Unidos, o la relación que este film traza con otros: Vicky Cristina Barcelona (2008) y De Roma, con Amor (2012). También en virtud de una veta que muchos calificaron de “turística”; la verdad, tal apreciación es un poco tonta; en todo caso, podría solamente asociarse con Rifkin’s Festival (2021), rodada en el Festival de San Sebastián y, parece, sin demasiada gana. Pero, se sabe, en un “pequeño” film de Allen suele haber más cine que en muchas otras películas.

Otra cuestión: en Coup de chance vuelve a producirse otro episodio en la relación de Allen con el fotógrafo Vittorio Storaro, con quien filma desde Café Society (2016). La exploración del registro digital es conjunta, y continúa. Y en ella se produce algo que no puede pasarse por alto: cómo dos maestros indagan en la nueva tecnología desde el saber fílmico específico, heredado del celuloide. Además, cada una de estas películas ha sido una exploración lumínica preciosa, por parte del italiano: los años ’30 en Los Angeles (Café Society), los ’50 y Coney Island (Wonder Wheel), la ciudad amada de Allen y la lluvia (A Rainy Day in New York). Y ahora, París: con alfombra de hojas de amarillos variados, y atardeceres que acarician los rostros, delineados cuando las escenas son en interiores: algo así es mucho, es magistral, porque allí cuando los diálogos ocurren y los personajes viven sus dilemas, el día cae porque lo señala el haz de luz que perfila los rostros. La sintonía entre Woody Allen y Vittorio Storaro es un capítulo estético en sí mismo, ojalá continúe.

Coup de chance es la puesta en juego del vínculo imprevisto entre dos personas (¿qué vinculo no es imprevisto?). El azar las vuelve a situar una frente a otra, para reanudar lo que de algún modo quedó inconcluso. Pero si algo inicia, algo termina. Fanny (Lou de Laâge) es quien intermedia entre el marido (Melvil Poupaud) y el amante (Neils Schneider), entre el hombre de negocios y el escritor, entre lo estatuido y lo imprevisto. Entre el destino y el azar. Un destino en el que Jean, su esposo, cree de manera egoísta: si se tienen las herramientas necesarias, se puede escribir la propia historia. De modo inverso, Alain, el amante que confiesa haber estado siempre enamorado de Fanny, vive de un modo nómade, sujeto a donde lo lleven las letras.

Y vale aquí una paradoja, porque, ¿quién puede tener controlado los hilos de una historia si no es un escritor? Allí es donde asoma la figura del propio Woody Allen, guionista excelso.

La simetría entre azar y destino, previsión y casualidad, es la que construye la estructura de la película. Desde esa premisa, Coup de chance deriva en su argumento, cuyas vicisitudes pendulan entre lo rutinario y previsto -la relación de Fanny con su marido- y los encuentros crecientes y finalmente fogosos con Alain. El montaje paralelo tendrá que forzosamente cruzar acciones para resolver el dilema. Allí es donde entra la madre de Fanny (Anne Loiret) y el clima policial. Ella lee a Simenon, alguien a quien Alain por lo visto no aprecia: algún comentario lo señala, en su desdén por ese tipo de literatura. Como corresponde, a través suyo (e invocando el espíritu fílmico de quien más supo sobre Simenon: Claude Chabrol) será cómo Coup de chance logre su justicia poética. La lectora indagará como private eye para atar cabos, un poco a la manera torpe que utilizara el propio Allen en Misterioso asesinato en Manhattan (1993). De algún modo, el destino pasará a estar en las manos de esta imprevista investigadora, quien pondrá en jaque al propio yerno.

¿Pero qué es lo que pasó para que se desarrolle este enigma policial? Para eso, mejor ver la película, y descubrir hasta dónde puede llegar alguien sin escrúpulos, por el mero fin de conservar un lugar económico en la escala social. En este sentido, es menester referir la concomitancia entre Coup de chance y otros títulos de Allen como Crímenes y pecados (1989) y Match Point (2005).

En cuanto a la simetría con la que Allen piensa el film, puede citarse otro ejemplo, notable, a través de la banda sonora; en este caso, con fijación especial en “Canteloup Island” de Herbie Hancock. La composición de Hancock acompaña con su clima atractivo muchas de las secuencias que se condicen con la gran primera parte del film. Decir “gran primera parte” señala que hay una “gran segunda parte”. La organización espejada del relato permite, así, distinguir dos bloques, con peso preferencial, según corresponda, en la comedia o en la tragedia. Así como en Melinda y Melinda (2004): la dualidad establece concordancia y reciprocidad.

Por eso, cuando “Canteloup Island” se escuche también en el segundo tramo de la película, su cadencia sonará igual, pero provocará de otra manera. Tal como ha señalado Slavoj Žižek en The Pervert’s Guide to Cinema (2006), en su análisis sobre El gran dictador (1940) de Chaplin: “con la música nunca se puede estar seguros”. Lo dice, justamente, en alusión a cómo el mismo acompañamiento musical guía tanto al discurso fanático como al democrático, pergeñados por Chaplin. En la película de Allen, ocurre otro tanto, en términos de tragedia y comedia: la música es la misma y suena distinto.

Finalmente, y de modo acorde con todo lo que el film expone, Coup de chance finaliza como debe ser; vale decir, es la resolución para la que todo lo visto preparó al espectador. Lo extraordinario es cómo, en su supuesto azar, lo que se percibe es una puesta en escena precisa, premeditada. Y eso es algo que solo puede lograr quien sabe de cine.

Woody Allen, por ejemplo. 

Golpe de suerte en París 8

(Coup de chance)

EE.UU./Francia/Reino Unido, 2024

Dirección y guion: Woody Allen.

Fotografía: Vittorio Storaro.

Montaje: Alisa Lepselter.

Intérpretes: Lou de Laâge, Niels Schneider, Melvil Poupaud, Valérie Lemercier, Anna Laik, Yannick Choirat, Guillaume de Tonquédec.

Duración: 96 minutos.

Distribuidora: Impacto.