El expresidente de la Asociación de Psiquiatras de Argentina (APSA), Santiago Levín, fue designado presidente de la Asociación de Psiquiatras de América latina (APAL), una asociación civil internacional de carácter científico, integrada por las sociedades psiquiátricas nacionales de los distintos países de América latina y el Caribe, y que funciona como una corporación profesional y social de bien público, sin fines de lucro, independiente de toda corriente ideológica, escuela científica y filosófica. La APAL se fundó el 10 de septiembre del 1960 en La Habana. "Es una asociación bilingüe (español/portugués) que apunta a la cooperación de la psiquiatría dentro del campo de la salud mental en todo el continente, la preparación y generación de políticas, planes de salud, la celebración también de congresos de salud mental y de psiquiatría en todos los países miembros", detalla Levín, prestigioso profesional con una amplia trayectoria en el campo de la salud mental en la Argentina. 

-¿Cómo es el mapa de la salud mental en América Latina?¿Qué países están a la vanguardia y cuáles están en retroceso?

-En términos de salud mental pública, las realidades son bastante similares. Hay mucho retraso. Si uno mira con lupa, hay diferencias, hay países que se ocupan un poco mejor de la salud mental que otros, pero globalmente somos un continente con un déficit importante de la aplicación de políticas de salud mental en prevención y en tratamientos. En Latinoamérica y el Caribe la brecha sanitaria para el tratamiento de los trastornos mentales graves es muy alta; es decir, la proporción de personas con trastornos mentales que nunca recibe un diagnóstico o un tratamiento. En toda la región se necesita urgentemente la profundización de planes, el aumento de partidas presupuestarias y la aplicación de planes modernos de prevención y de tratamiento de trastornos mentales.

Foto: Sandra Cartasso.

-Hace unos días concluyó el 33 Congreso Latinoamericano de Psiquiatría de APAL en Buenos Aires, bajo el lema "salud mental y equidad social". ¿Cómo se pueden articular estos dos conceptos?

-Nos quedamos muy satisfechos porque fue un congreso con más de 1600 inscriptos, lo cual es un récord para la historia de APAL. Y fue el primer congreso de APAL realizado en una universidad pública, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, lo cual nos llena de orgullo, más todavía en este contexto de ataque a la universidad pública. ¿Por qué el título? Porque no se puede hablar de salud mental en el vacío. Para hablar de salud mental es indispensable hablar de las condiciones de vida sociales, económicas, políticas e institucionales de una población. Es absolutamente imposible hablar con precisión de salud mental disociada del contexto. Y en contexto de extrema inequidad social, como vive nuestro continente, la salud mental se ve muy afectada. Uno podría , con ciertos recaudos, hablar de algunos temas de salud independientes del contexto. Por ejemplo, de diabetes, aunque de todas maneras un buen tratamiento de la diabetes, el acceso a la medicación, el buen control ambulatorio requieren de condiciones de equidad social mínimas. En cambio, el sufrimiento mental está muy relacionado con el sufrimiento social, por condiciones inequitativas, de marginación, por falta de acceso a la vivienda, a las cloacas, a la educación, a la atención de la salud, al empleo. Todos estos parámetros influyen muchísimo en la salud mental poblacional; tanto que para el año 2050 la Organización Mundial de la Salud prevé que la principal enfermedad planetaria va a ser la depresión

-¿Qué implica esta proyección?

-Dentro de sólo 25 años, la depresión va a terminar de sobrepasar todas las otras enfermedades conocidas, infecciosas, no infecciosas, cardiovasculares, etcétera, y se va a convertir en la principal enfermedad,  la más frecuente en todo el planeta. Ese dato es muy preocupante, es muy llamativo y solo puede explicarse por condiciones planetarias de vida que han empeorado en las últimas décadas, con concentraciones inaceptables de la riqueza en un puñado de personas que detentan más de la mitad de la riqueza mundial y no son más de 20 o 30, mientras las grandes mayorías empobrecidas hacen lo imposible por llegar a fin de mes. Entonces, cuando hablamos de salud, hablamos de derechos y tenemos que hablar de grados de equidad social.

-¿En qué lugar ubica a la Argentina en torno a la atención de la salud mental en este momento?

-Argentina había avanzado mucho en los últimos años con distintas estrategias, no solamente con la Ley Nacional de Salud Mental, sino con la implementación de políticas en distintas jurisdicciones del país, trabajos en algunos lados muy intensos, como en provincia de Buenos Aires. Desde la Dirección Nacional de Salud Mental en los últimos años se implementaron iniciativas muy importantes. Con el cambio de gobierno, desde diciembre del 2023 hay una clara desfinanciación de la salud, en general, con un ataque directo a la educación, a la educación universitaria en donde se forma el personal de salud, con un congelamiento y retraso de los sueldos de los profesionales de la salud. El otro día vimos cómo la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires volvió a fallar contra la inclusión de los enfermeros como parte del personal de salud. Por lo tanto, es un retraso en el reconocimiento de la jerarquía que se merecen, no solamente académica e institucional, sino también profesional y salarial. La historia de la salud pública argentina, y con ella la salud mental, es una historia bastante dolorosa de marchas y contramarchas, de iniciativas que salen bien y otras que salen mal. Y en este momento estamos entrando en un período muy complejo del que va a costar mucho recuperarse.

-¿Cómo observa el intento de cerrar el Hospital de Salud Mental Laura Bonaparte?

-Eligieron el Bonaparte porque es uno de los pocos hospitales que quedan en la órbita de Nación. Desde el gobierno de Carlos Menem, cuando se provincializó la salud (y la educación), se descentralizó, no por motivos nobles, sino todo lo contrario, y quedaron pocas instituciones en la órbita nacional, entre ellas el Hospital Laura Bonaparte y el Hospital Posadas, de Haedo. El Hospital Posadas recibió ataques muy fuertes durante el gobierno de Mauricio Macri y en este momento también está recibiendo fuertes ataques con intentos de reducción drástica del personal. Y lo mismo sucede con el Laura Bonaparte. Ambas son instituciones indispensables por motivos muy distintos, que deberíamos defender todos los miembros de la comunidad.

-¿Qué impacto puede tener en una población el hecho de que la salud mental no sea considerada un derecho humano?

-Los seres humanos nos diferenciamos de todos nuestros parientes animales por una característica: la conciencia de que estamos vivos, la conciencia de que nos vamos a morir y la existencia en comunidad; es decir, en el vínculo. Entonces, una comunidad organizada que no cuida su salud mental, es una comunidad que está dejando de lado el cuidado del aspecto más importante que tenemos los seres humanos, que es precisamente nuestra existencia mental y social. Por eso nosotros insistimos tanto en la necesidad de reforzar la conciencia de los que hacen las políticas y las leyes acerca del rol principal que debería tener el cuidado de la salud mental de la población Que incluye no solo la atención de los trastornos mentales, también en su sentido ampliado, el cuidado de las condiciones de vida, de trabajo, el acceso a la atención de la salud y a la educación, el acceso a la recreación y a las vacaciones, y también el derecho a la esperanza, a poder tener proyectos de vida. Todo esto forma parte también de la salud mental, no solamente en la prevención en adicciones o el tratamiento de las esquizofrenias y trastornos de ansiedad, sino el efecto que tienen las condiciones generales de vida en los grados de bienestar que luego se expresan mejor o peor en la salud mental de una población.

-¿Cómo cree que se trabajó en el campo de la salud mental en la post-pandemia?¿Qué aspectos no se tuvieron en cuenta?

-La pandemia nos tomó totalmente de sorpresa en todos los sentidos. Y puso al desnudo realidades que conocíamos parcialmente, que más o menos sospechábamos, pero que no estábamos viendo con tanta claridad. Una de esas realidades es el nivel extremo de destrucción planetaria que estamos ocasionando los seres humanos, que también tiene una repercusión fuertísima en la salud mental, tanto que hoy existe una nueva especialidad que se llama Salud Mental Ambiental. Existe un nuevo estrés que se suma a todos los anteriores, que es el estrés ambiental por las temperaturas extremas, los fenómenos extremos, las migraciones. Esto lo permitió ver la pandemia con claridad. 

Lo que también permitió ver la pandemia es el enorme estrago que se produjo en la franja de niños y adolescentes que tuvieron que cumplir con los aislamientos que, si bien salvaron vidas, tuvieron consecuencias que todavía estamos empezando a entender recién ahora. La pandemia también trajo un fortísimo giro hacia discursos de violencia y discursos de odio, discursos marginadores, entre otras razones por la poca importancia que se le dio en la administración de la pandemia al fenómeno de la comunicación. Nosotros lo dijimos muchas veces desde la Asociación de Psiquiatras de Argentina que, además de aislar el virus, y además de las medidas que fueron impecables para disminuir la circulación y para salvar vidas que se hubiesen perdido, era necesario diseñar una comunicación que disminuyera el miedo y que acrecentara los niveles de solidaridad y de cooperación. No nos prestaron mucha atención. 

Probablemente debido a los altos niveles de miedo, de ansiedad, de angustia de terror, que produjo la pandemia en sus momentos iniciales, donde la incertidumbre era máxima, sea ese el caldo de cultivo en el que crecieron y se multiplicaron los discursos marginadores, individualistas, de odio y de violencia. Todavía estamos empezando a entender, pero estamos viendo cómo han aumentado bruscamente los grados de racismo, de xenofobia, de violencia en los colegios, de tentativas suicidas en adolescentes, en todo el mundo. La pandemia puso sobre la mesa, con claridad, elementos que tienen que ver con la salud mental y que venían siendo dejados de lado sistemáticamente.

-¿Por qué cree que todavía persiste el estigma sobre las personas que tienen padecimiento mental?

-Los profesionales de la salud mental luchamos y militamos en contra de la aplicación de estigmas y de marginaciones sobre las personas que tienen algún tipo de trastorno mental, pero el telón de fondo que tiene eso es la dificultad que tenemos en este tipo de civilización para aceptar las diferencias, y no solamente tolerarlas o aceptarlas, llegar a amarlas. En el mundo utópico, donde a uno le gustaría vivir, la diferencia no sería nunca motivo de estigma, de burla, de marginación, de bullying, de abandono, sería respetadísimo como uno de los rasgos que nos hace humanos: "somos todos iguales en muchas cosas y cada uno de nosotros tiene algo que lo distingue de los demás". Esa diferencia es la que no se termina de aceptar, ni tolerar ni respetar en este sistema post-capitalista, individualista, donde los medios digitales funcionan como un aumentador de los discursos de odio. Recogiendo todas las preguntas que me hiciste hasta ahora diría: leyes, políticas públicas, planificación, generación de profesionales de distintas áreas, psicólogos, enfermeros, acompañantes terapéuticos, personal hospitalario especializado en la urgencia, pero también es necesario para mejorar la salud mental poblacional el trabajo en un cambio cultural. Un trabajo intenso desde las instituciones, donde la aceptación y la comprensión de esta diferencia que llamamos "locura" se convierta no en una tolerancia, sino en una causa más de amor con el otro.

-¿Cuáles son los desafíos que debe plantearse la psiquiatría en este momento del siglo 21?

-El gran desafío en el siglo 21 es preguntarse cómo salir de la encerrona reduccionista, en donde o todo es la neurona, o todo es la sociedad. Y preguntarse también cómo salir de la encerrona solipsista, en donde nosotros enseñamos a curar uno por uno y no nos ocupamos de las poblaciones. Nos enfocamos en los individuos, uno por uno, aislados, con lo cual no llegamos a formar parte de la solución. Entonces, la psiquiatría se debería preguntar cómo hacer para integrar conocimientos importantes de la neurociencia, de la psicología, de la psicoterapia, de la sociología, para poder armar una teoría un poco más redonda, más actualizada, más humana del fenómeno humano y de su manera de enfermar de la mente. Y, al mismo tiempo, cómo poder organizarnos colectivamente con la comunidad, no solamente los profesionales, para poder hacer verdadero trabajo comunitario. Comunitario quiere decir con la comunidad, fuera de los hospitales, trabajando en prevención, con las infancias, en educación, en las escuelas. Los chicos tienen que aprender modos amorosos de convivir. Cuando ya se produce el bullying, la marginación, llegamos tarde. Los chicos tienen que aprender modos amorosos de cuidar el medio ambiente. Todo esto forma parte también del interés de la psiquiatría. La psiquiatría tiene que salir de su atascamiento en un pasado de contradicciones para ponerse al servicio de la sociedad. Y al mismo tiempo hacer una reflexión profunda de sus fundamentos científicos para poder integrar conocimientos que hoy forman parte de islas que no se comunican.