Dorrego al 800 ‑ Café
La esperanza del ayer se expande entre restos de basura sin recoger. Las dudas que liga a los vivos con los sobrevivientes claman por salir a escena. Al parroquiano con telón tanguero, la lluvia le siento como diluvio universal de su osadía. La noche parece serenarle. Todo llega mientras espera azules sepulcrales que lo acechan. Se entretiene con el filo del vidrio opacado de su alcohol. Hubo bocas sedientas ahí. Desfilaron caras sucias, sonsas, desencajadas, muchachas bonitas. Incontables codos de camisas desteñidas se apoyaron sobre la misma mesa. Azúcares y tormenta. Labios rojos. Mármol.
Luces de Avenida Pellegrini: 2 x 4
¿Qué no vendió en su vida? ¿Qué cosa no está en la vidriera? Ahora el yerro es herida cordillerana, vertebral, abrupta. Es un rìo, un grito sin aspaviento. Su yerro devenido en lamento es himno desesperado. Tararea bajo sugestión hipnótica: "Afuera es noche y llueve tanto...". La sabiduría argentina se refugiò en la queja silenciosa de la corchea, saberse mortal, efìmero. El bar ocupò su espìritu. Suspira de vez en cuando. Bastó con verse en el espejo de un tango aluna vez y como un chico se largó a llorar. Porque el tango es macho.
Plaza San Martín
Piloto de tormentas desgastado, miseria tras miseria. Comenzó a laburar desde petiso y hoy los largos se le huelen mojados. La arpillera resucita. Jesús donde siempre, allá en su cruz. ¿Qué puede hacer por él ahora que decidió marchitar su penúltima función discepoliana? Lo amarga hasta el desodorante en barra. Y fue clavel, rojo, blanco. Hasta rosa supo ser. Transpiraba gotas diminutas, delicadas, frescas. El recuerdo està muy lejos de dejarlo así nomás.
Córdoba y 1º de Mayo‑Arena
El almanaque lo pone de rodillas, porque la poesía no calcula el tiempo en forma clásica. Hay que ver la música. Así, la espina de la flor lo daña como una etiqueta de nylon en su nuca, las medias le dan calor, le aprietan los zapatos y el cinturón. Mentir o ¿qué otra cosa? Eso. Engañarse una vez más, porque la vida quedó seca como un desierto seco. Arbol muerto. Por eso, tal vez lo emblandezca la garúa, la persistencia, su abundancia. En esa, le gusta embanderarse. Sueña ser Belgrano, su espada y el monumento. Arena.
Boulevard Oroño‑Geografía alunada
Añore lo que añore el melancólico, afuera es noche y llueve tanto. Patea hojas disecadas de palmeras, coquitos, papeles. Ni él sabe qué patea. En el griterío de los niños, valía todo, un venenito, un ánel de porcelana, cinco caramelos, un volante de nada. El parque está cerrado y la rural de luto. En los últimos 1200 metros amaga empacarse. Alpiste viejo, piensa, fuiste. El melancólico es cruel con sí mismo. Recién entonces afloja la rienda y se embala hasta 27. En el camino se le ocurren las fantasías más disparatadas. Todas ciertas para el pobre infeliz. Pero una geografía alunada se niega a darle la mano y la razón. Quien sabe... Bancos de la plaza‑Susurros
Si se sale con la suya es capaz de rematar su último sueño. El tango nunca dejò de hablarle.
Agradece. Canción que lo mordió por dentro y sangrante lo pasea con su burbuja por los mosaicos relucientes del patio de la vecina. Baila. Lo demás es cuento, soledad y ramas, murmullo de automóviles que causan gracia. Bicicletas ovaladas, botas de goma, noticias de la tarde, mojadas, por supuesto. Noche para olvidarse que uno existe. El mundo anda hasta sin Kafka ¿quién da más? El banco de madera le trae reminiscencias de escuela pero alrededor no hay nadie. Camina metros de césped. Se agarra de la cadena, débilmente ubica uno y otro glúteo sobre la tabla. Enciende el último cigarro. Comienza el bamboleo mientras silba un tango. A hamacarse, amigo! A hamacarse tupido! Que el mundo ahí anda hasta sin Kafka, sin Gardel y sin Le Pera.