Desde Marrakech

Entre proyecciones, charlas y homenajes transcurrieron los primeros días del 21° Festival Internacional de Cine de Marrakech. De la populosa proyección de gala de Ainda Estou Aqui, el primer largometraje de ficción del brasileño Walter Salles en doce años, a las primeras y segundas películas de la Competencia Internacional. Del autor canadiense por excelencia, David Cronenberg, y su conversación pública frente a una audiencia local e internacional, al homenaje a la diva italiana Monica Bellucci en el Musée Yves Saint Laurent de la ciudad marroquí, que convocó a tantos fans que llegó incluso a producirse algún roce físico entre la marea de gente apostada en la entrada. “Soy un romántico absoluto. Puede causar gracia si afirmo que todas mis películas son historias de amor, pero eso es algo evidente si son vistas con atención”, declaró el director de El almuerzo desnudo, La mosca y Crímenes del futuro durante la charla, un día antes de la proyección aquí de su última obra, The Shrouds, que será presentada sobre el escenario principal del Palais des Congrès por el gran creador del body horror y… el romance.

La principal sección competitiva, que está siendo analizada por un jurado presidido por Luca Guadagnino, presentó en las primeras dos jornadas varios títulos de interés, aunque por razones diversas. Estrenada hace un par de meses en el Festival de Venecia, One of Those Days When Hemme Dies, la ópera prima del turco Murat Firatoglu, es descendiente directa del cine iraní de los años '90 y comienzos de este siglo, en particular de la estética, ritmos y procedimientos de Abbas Kiarostami y la primera etapa de Jafar Panahi. La descripción sinóptica no puede sino ser escueta y sencilla: un trabajador de temporada, encargado de descargar de un camión cajas de tomates que serán convenientemente salados bajo el sol, tiene una desavenencia con el jefe y decide vengar la afrenta recibida. Para ello, tras varias detenciones obligatorias, regresa a su casa con un ciclomotor que ha visto mejores días. Es el retorno al lugar de trabajo lo que ocupa gran parte del resto del metraje, un camino que no puede ser más sinuoso, lleno de conversaciones con viejos conocidos y personas con las cuales se cruza por primera vez. El de Firatoglu podrá ser un film algo derivativo, al menos para el conocedor del cine de Irán y sus salieris internacionales, pero el ojo para el encuadre y las resonancias humanistas a partir de trazos mínimos bien valen el encuentro con este promisorio debut.

Durante la presentación de su film en la función matutina, la documentalista australiana Gabrielle Brady y su productora destacaron que The Wolves Always Come at Night, que viene de formar parte del Festival de Toronto, no surgió a partir de un interés puramente formal ni mucho menos de un capricho. Brady vivió en Mongolia durante una larga temporada, y su regreso al lugar tiene la forma de un documental etnográfico que va acercándose cada vez más a las emociones y sentimientos de los sujetos, deslizándose al mismo tiempo, de manera gradual y casi imperceptible, al terreno de la ficción. La primera mitad de la película fue rodada en pleno desierto y sus protagonistas son una familia de nómades dedicada a la cría de ovejas y caballos de porte pequeño. Sin caer en el esteticismo de paisajes y rostros, la cámara describe con elegancia y mucha cercanía la dura vida en el alejado paraje, el nacimiento de las crías de los animales durante el día y la amenaza latente de los depredadores por las noches. Durante una reunión con otras familias de idéntico vivir se discuten las cambiantes (para peor) condiciones climáticas durante la primavera, consecuencia directa del calentamiento global.

Poco después, el desastre: la mitad de las ovejas muere durante una terrible tormenta y el clan decide mudarse a la ciudad. Allí, en un descampado que hace las veces de anillo suburbano de los edificios, se instalan con su enorme carpa, y el padre comienza a trabajar para una empresa minera excavando piedra. La melancolía, la pérdida de la tradición milenaria del nomadismo y la ansiedad por el futuro forman parte de la segunda porción del film, que logra transmitir con potencia la pérdida de una forma de vida a partir de la transición vital de Davaasuren, su esposa Otgonzaya y sus pequeños hijos.

Across the Sea, de Saïd Hamich. 

A sala repleta se exhibió el largometraje Across the Sea, segundo largo del realizador marroquí afincando en Francia Saïd Hamich. Visiblemente conmovido, el cineasta recordó su mudanza a Europa a la edad de 11 años, afirmando que la realización del film lo volvió a acercar como nunca antes a su país de origen. Protagonizada por el marroquí Ayoub Gretaa y los franceses Grégoire Colin y Anna Mouglalis, La mer au loin –su título original en francés– narra la vida de Naur, un joven inmigrante ilegal en Marsella, desde sus años de criminalidad a comienzos de los años '90 hasta su regreso, ya como ciudadano francés, al pueblo natal de Marruecos. Durante esos tres lustros, el relato ofrece una mirada tierna, a pesar de las durezas de la existencia, a la relación entre el muchacho y un jefe de policía que lo apadrina contra cualquier pronóstico en contrario, sumándose a la ecuación la esposa del agente y el grupo de amigos de Naur. El deseo de obtener la ciudadanía, la vida relajada y el alcohol frente a las tradiciones culturales heredadas, el VIH y las diferentes formas de la paternidad forman parte de la ecuación, tomando con firmeza –a veces para bien, otras no tanto– las armas siempre resbaladizas del melodrama.

Más allá de esos títulos en competencia, uno de los eventos más esperados durante estos primeros días del festival fue la función especial del film de Walter Salles. Durante la presentación, el director de Estación Central y Diarios de motocicleta destacó la relación directa de su propia familia con Eunice Paiva y sus hijos, en cuya historia real está basado el guion. Se trata de la desaparición del ingeniero y exdiputado Rubens Paiva a comienzos de la década de 1970, durante la dictadura militar de Emílio Garrastazu Médici, torturado y asesinado en un cuartel y cuyos restos fueron arrojados al mar dos años después de su muerte, según pudo confirmarse una década después del regreso de la democracia en Brasil. De una factura narrativa impecablemente clásica y una más que bienvenida resistencia a caer en las trampas de la sensiblería y la demagogia, Ainda Estou Aquí cuenta con una extraordinaria labor actoral de Fernanda Torres en el rol de Eunice Paiva, la mujer que se recibió de abogada casi a los cincuenta años y dedicó el resto de su vida a diversas formas de activismo, sin dejar nunca de lado la lucha por obtener una respuesta del gobierno al pedido por el paradero de su esposo. El film de Salles es un candidato más que firme a obtener varias nominaciones a los premios más importantes de Hollywood en la temporada que se avecina; y no sólo en la categoría de habla no inglesa.