El recital que brindó Iron Maiden en la noche del domingo en cancha de Huracán es lo que todos esperaban de Mike Tyson en la pelea que protagonizó a mediados de noviembre contra el youtuber Jake Paul. Se trató del veterano que no sólo demostró que está a la altura de los retos sino que también supo hacer de los condicionantes de la edad una virtud más que una vicisitud, al punto de que aún es capaz de sorprender y de dejar por sentado que la magia sigue inoxidable. La leyenda del heavy metal regresó a Buenos Aires para consumar una oda a la épica y a la dignidad que todavía ebulle en el rock. No sólo eso: se los vio en escena acoplados, inspirados e inquebrantables, con un Bruce Dickinson que le ganó la batalla a la madurez y que dio cátedra acerca de los que significa liderar a una banda de semejante estatura a los 66 años.

Es realmente un placer poder disfrutar de un público que no sólo celebró cada himno que desenfundó la banda en las casi dos horas que duró la presentación, como si se tratara de la final de un campeonato, sino que se mostró deslumbrado frente a lo que estaba viendo. Las 45 mil personas que colmaron el predio de Parque Patricios, en la primera de las dos funciones que realizó el sexteto (la segunda está pautada para el lunes 2 en el Movistar Arena), fueron testigos de lo más parecido a una dramatización. Con un frontman que hizo uso de sus manos, de los gestos de su rostro, del movimiento, de la elocuencia y de la elasticidad para avivar el relato que contiene a sus canciones. Apoyado, además, por una puesta en escena que apeló por el cambio de telones, tal cual obra de teatro, para ilustrar lo que se encontraba sonando.

En la antesala del 50 aniversario de la fundación de la “Doncella de Hierro”, la narrativa de la performance de la gira que la trajo de vuelta a la ciudad, “The Future Past World Tour”, hizo especial hincapié en dos álbumes. Por una parte, revisitaron su último disco de estudio, Senjutsu (2021), cuya impronta sonora pretendió no desviarse demasiado de las coordenadas que el grupo trazó tras el regreso al line up de Dickinson y el guitarrista Adrian Smith, en 1999. Iron Maiden también se dedicó a revisitar su trabajo Somewhere in Time sin disparador aparente. Y es que si hubiera alguno serían los 40 años de su lanzamiento, pero éstos se cumplirán recién en 2026. El resto del repertorio lo constituyeron himnos inamovibles, entre los que están “The Tropper”, “Iron Maiden” y “Fear of the Dark”.

Otro factor que posiblemente haya influido en el armado de la lista de temas fue el derrame cerebral que padeció el baterista Nicko McBrain en 2023, por más que ya se haya recuperado. La cosa fue tan delicada que incluso llegó a quedar paralizado en su casa en Florida, lo que lo obligó a cambiar varios ritmos de batería. Es por eso que el público le rindió una ovación aparte cuando previo al bis se acercó al borde del escenario para regalar palillos y parches de su instrumento. Sin embargo, los nuevos arreglos casi ni se notaron. Y esto bien lo supo resolver el paredón de guitarras conformado por Dave Murray, Janick Gers y Adrian Smith, a los que en ocasiones se sumó el bajista Steve Harris. Parecían un fortín cada vez que Dickinson desaparecía del tablado.

Los que llegaron al Tomás Adolfo Ducó a pocos minutos de comenzar el evento, lo hicieron entregados a lo desconocido. En principio, porque se trata un lugar inusual para este tipo de circunstancias. Debido a que no estaban señalizados los ingresos a la redonda del estadio, quien cayera en la entrada del sector de campo con un e-ticket destinado a las plateas (por confusión o desorientación) podía caminar hasta 30 minutos para llegar a destino. A las 21, los de Londres irrumpieron por el escenario y apenas se colgaron las violas se escucharon los acordes introductorios de Caught Somewhere in Time, canción que también abre el disco Somewhere in Time. En cuestión de segundos, el público ya se había apropiado del tema, y empezó a cantar las partes instrumentales, lo que encendió la comunión de inmediato.

A continuación, la base rítmica se hizo con el control de la situación y le allanó el camino a las guitarras para que desataran su furia en “Stranger in a Strange Land”, otro de los temas de su sexto álbum. Dickinson, en el medio de esa efervescencia, sumó el potencial de su voz, decantando en una muralla de sonido. “The Writing on the Wall” cortó la seguidilla e invitó a la muchedumbre a saborear el presente del grupo. Tras llevar la intensidad hacia una espacialidad más gravitacional, los Maiden arremetieron de nuevo con una más de las nuevas: “Days Of Future Past”, dueña de una letra que ahonda en la coherencia lírica de la banda a lo largo de su obra: “Una vez crucificado, lo perdonaste todo. Pero mi propia vida condenada a caer ¿Dónde está la gloria en tu nombre?”, versa uno de sus pasajes.

Esas canciones sobre lamento, distopía y opresión encontraron consuelo en este rencuentro con el público argentino. Como cuando hicieronDeath of the Celts, a la que el cantante presentó diciendo que era acerca de la “gente que quiere exterminar a la cultura, exterminar el idioma y exterminar al mundo libre”. Fue uno de los clímax performáticos del show, con Gers y Smith dialogando, y Murray invocando las melodías celtas. En tanto, Harris (que había tocado un día antes en El Teatrito con su proyecto paralelo British Lion) hizo las veces de manta envolvente. Brillante lo suyo no sólo en las cuatro cuerdas sino también en la guitarra acústica. Una vez que Smith levantó su viola como si alzara la espada de Excálibur, sonaron esas voces que le dan la bienvenida a Can I Play With Madness.

Fue una de las canciones ajena al tándem de discos que revisitaron, lo mismo que “Fear of the Dark”, que desató la locura. Previamente hicieron “The Time Machine” y “The Prisioner”, y ahora se encontraban por tocar “Alexander the Great”, extrañeza a la que desempolvaron para la ocasión. Antes de que la banda saliera y regresara para el bis, Eddie the Head, séptimo Maiden, mascota y figura en los shows, había aparecido en forma de samurái y de robot, momento en que Dickinson le disparó con un cañón. Para la estocada, desenvainaron la novel “Hell On Earth”, hicieron vibrar al estadio con “The Trooper” y terminaron con “Wasted Years”. Al frontman le costó despedirse: se tocó el corazón, prometió que volverían pronto y afirmó que sería una noche que no olvidará. Todos los que ahí estuvieron tampoco lo harán.