“Es un amor muy grande como para guardárselo para uno solo”, dijo Mario Navarro y dejó ver media sonrisa. Su cara ocupaba casi toda la pantalla de la transmisión por videoconferencia que une España, donde está ahora, con la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal de Tucumán. Mario mencionó a Dios, pero hablaba, en realidad, del trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo, de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), del Banco Nacional de Datos Genéticos, de la decisión de su mamá de denunciar que se lo robaron mientras estuvo detenida desaparecida y de la suya de buscar su origen. Todas voluntades terrenales: en diciembre de 2015 (exactamente 9 años antes de su testimonio, el primero del juicio oral y público que se lleva a cabo por su apropiación), conoció a su mamá y entonces sintió “una alegría enorme, un amor desde adentro y puro que te da ganas de contagiar a todos, de ayudar en lo que sea para encontrar a los 300 que faltan”.
Los jueces Abelardo Basbús, Enrique Lilljedahl y Ana Carina Farías, integrantes del tribunal, indicaron la apertura pasadas las 9.30 del martes. El fiscal responsable de la Oficina Tucumán de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad, Pablo Camuña, y la querella de Abuelas de Plaza de Mayo, encabezada por Carolina Villela y Patricia Chalup, ofrecieron la lectura de los hechos y de cargos contra Santo González, un exguardiacárcel del penal de Villa Urquiza y parte de la patota que regenteaba el centro clandestino que funcionó en esa dependencia desde 1975 y durante varios años de dictadura cívico militar. Para la Fiscalía, González desempeñó un rol clave en la apropiación de Navarro: “Garantizó la sustracción, impidió el contacto entre ellos –la madre y el bebé–, e integraba la patota del penal”.
Los hechos
Camuña reconstruyó la historia sobre la apropiación de Mario desde el secuestro de su mamá, cuyo nombre es mencionado con sus iniciales: S.A.N, una mujer que fue secuestrada una madrugada de julio de 1975 en una calle de la ciudad de San Miguel de Tucumán por un grupo de “hombres armados a bordo de carros de asalto”. Primero fue llevada a la Comisaría del Parque 9 de Julio; luego, a la Jefatura de la Policía provincial y, por último, al centro clandestino que funcionó en aquellos años de terror en el penal de Villa Urquiza. “Fue aislada y tabicada, torturada, abusada, violada sexualmente en múltiples oportunidades, siempre con los ojos vendados, por el personal a cargo de custodia de presos políticos”, leyó Camuña. Mencionó a la patota: Marcos Hidalgo, Miguel Ángel Carrizo, Augusto Montenegro, Daniel Álvarez, Ángel Audes y una persona cuyo apodo era “Cogote quemado”. Junto al acusado en este debate, todos ellos integraron la nómina de imputados en la causa que investigó crímenes de lesa humanidad en ese penal. En aquel juicio, culminado en 2015, se trató el caso de S.A.N y se condenó a responsables, entre ellos, González. Salvo él, el resto están fallecidos.
Producto de las violaciones, S.A.N quedó embarazada, transitó y parió en el centro clandestino, en las mismas condiciones infrahumanas de cautiverio. Mario nació entre mayo y junio, pero su mamá no pudo siquiera verle la cara. Cuando se encontraron, 38 años después, ella le pidió perdón llorando: “Lo único que escuché fue tu llanto”, le dijo.
Al nacer, Mario “fue sustraído de la esfera de cuidado de su madre” y entregado por un guardiacárcel a José Espinoza, un comerciante tucumano que lo vendió a la pareja de apropiadores que lo crió como hijo propio. Su mamá fue “nuevamente tabicada, le pusieron algodón en sus genitales e inyecciones para evitar que produjera leche. Al poco tiempo la subieron a un camión liberándola sin ninguna formalidad”.
Recién en 2005 S.A.N se acercó a la CONADI a denunciar que le habían robado a su bebé. Diez años después, a principios de 2015, Mario hizo algo parecido con sus dudas: las llevó primero a la filial rosarina de Abuelas de Plaza de Mayo, que derivó su caso a la CONADI. En agosto lo convocaron para aportar su muestra al Banco Nacional de Datos Genéticos. En noviembre le confirmaron que era hijo de una víctima de la última dictadura y que su mamá estaba viva. En 2016, se cambió el apellido.
Por uno, por los hijos, por todos
Mario, su esposa María Soledad y sus dos hijos se apellidaron Bravo hasta mediados de 2016, cuando la Justicia finalmente habilitió el reemplazo de ese apellido por el de Navarro, como se llama la mamá/suegra/abuela biológica, a quien conocieron en diciembre de 2015. El matrimonio declaró hoy desde España, donde viven hace un mes y medio. Antes vivieron “toda la vida” en Las Rosas, un pueblo de Santa Fe. Allí, Mario fue criado por Alcides Bravo y Cecilia Ragiardo. Siempre sospechó de que elles no eran sus verdaderos padres, sobre todo porque eran muy mayores. “Tuve una relación excelente con ellos, pero las dudas siempre estuvieron”, declaró.
“Había muchos ruidos en mi vida. Tenía mucha comunicación con mis padrinos, Miguel Ángel y Celia”, continuó su testimonio. Otro personaje que tuvo presencia sostenida en su infancia fue “un tal Espinoza, a quien conocía desde muy chico y venía cada año. Repentinamente, llegaba al pueblo a visitarnos con su esposa, Doña Gringa”, aportó. Miguel Ángel Amado y Celia Jordán fueron quienes contactaron a los Bravo con José Espinoza López y su esposa. Según la elevación a juicio, este matrimonio tucumano vendió a Mario a sus apropiadores, que inmediatamente inscribieron al entonces bebé como hijo propio nacido en la localidad de Las Parejas con certificados y documentos falsos firmados por el médico Manuel Pérez Solares –cuya maternidad sigue funcionando en esa ciudad– y la directora del Registro Civil Teresa Ricciardi de Depetris. Todos están fallecidos.
Las visitas de Espinoza no eran solo a él, sino también “a otra familia que vivía en la localidad de San Lorenzo y que tenía otro chico como yo. Venía a vernos a los dos”, apuntó el nieto restituido. Los Bravo intercambiaban cartas con Espinoza y su esposa, también fotos de Mario.
Las sospechas sobre su origen fueron hallando cauce al oír sobre el plan sistemático de apropiación de bebés, cuando Mario se fue de Las Rosas y se instaló en Rosario para estudiar en la universidad. "Ir a una ciudad era abrirte una persiana nueva. Era escuchar cosas que nunca había escuchado: dictadura, robo de bebés, torturas, centros clandestinos. Empecé a preguntarme a mí mismo: ¿Por qué no?”, describió durante su testimonio.
En 1998 falleció su apropiador. Mario se casó con María Soledad, tuvo dos hijos y albergó sus dudas sin interrogar a su apropiadora para preservarla. “Yo sabía que no tenía todos los elementos para ayudarme y yo quería la verdad profunda”. En 2015, finalmente, se acercó a Abuelas. De regreso de Buenos Aires, adonde acudió a dejar su muestra en el BNDG, visió a su madrina, que también vivía entonces en Las Rosas. A ella sí que la interrogó. "Por favor, si me podés ayudar para saber mi origen es necesario no solo para saber quién soy yo, sino por mis hijos. Yo lo hice por mi, por mis hijos, por todos", aclaró. La mujer le devolvió mentiras.
Mientras esperaba, se buscaba parecido a algunas de las mamás secuestradas desaparecidas que figuran en la página web de Abuelas de Plaza de Mayo. La sorpresa llegó meses después, con el resultado de ADN positivo y una sorpresa mayor: su mamá no estaba ni muerta ni desaparecida, estaba viva. Se encontraron un 3 de diciembre. Lloraron. Ella le pidió perdón, él le agradeció: "Ella hizo lo que tenía más valor, mantenerme con vida y hoy acá estoy gracia a ella", remarcó.