La Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) se reunirá este miércoles en Buenos Aires, con el presidente Javier Milei como anfitrión. Habrá representantes de varios países, como Estados Unidos, España y Hungría, es decir, admiradores de Donald Trump, Santiago Abascal (líder de VOX) y Viktor Orbán.

El expresidente brasileño Jair Bolsonaro no estará presente por sus problemas judiciales pero envió a su hijo Eduardo y también estará el alcalde de Lima y excandidato presidencial peruano Rafael "Porky" López Aliaga, entre otras luminarias del pensamiento ultraconservador. La delegación argentina incluye a figuras como Daniel Parisini (a) Gordo Dan, el ensayista Agustín Laje, el vocero Manuel Adorni, el secretario de Culto y Civilización Nahuel Sotelo, el diputado provincial Agustín Romo y una mesa con periodistas de mirada más que complaciente con la vía argentina al anarco-capitalismo. En una maniobra que parece censura, Página/12 no se le concedió la acreditación para cubrir el encuentro.

Mucho antes de esta cumbre que se presenta como una Internacional de la extrema derecha, previo incluso a que la Argentina se convirtiera en un ejemplo mundial por el juicio a las Juntas, el país fue la sede de una reunión similar que sirve como precedente. Fue en 1980, durante el régimen dictatorial de Jorge Rafael Videla, antes de que Raúl Alfonsín y Julio Strassera se ocuparan de sus crímenes. A nivel local, el país había tenido entre 1963 y 1965 los encuentros de un grupo macartista, la Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas (Faeda). Pero lo de hace 44 años resultó for export

Ultraderechistas en el San Martín

Para entonces, el comunismo, aun en una etapa muy burocrática y aparatosa, era una realidad. Todavía no había caído el Muro de Berlín ni se había desintegrado la Unión Soviética, hechos que contradicen las alarmas actuales sobre un fantasma que en rigor de verdad no recorre ningún lugar del mundo. 

El IV Congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL) se reunió en el Teatro San Martín entre el 1º y el 3 de septiembre de 1980. El segundo día de exposiciones fue el mismo día en que la cúpula de Unión Industrial Argentina rompió con Videla y José Alfredo Martínez de Hoz después de cuatro años y medio de desindustrialización. Por aquellos tiempos se discutía la sucesión de Videla: en octubre, su delfín, Roberto Eduardo Viola, fue elegido para asumir en marzo de 1981.

La CAL (cuya sigla es igual a la de la Comisión de Asesoramiento Legislativo, el órgano que suplía al Congreso en la dictadura) se había formado en México en 1972. Ese año, la Federación Mexicana Anticomunista auspició en Guadalajara el encuentro de la Liga Anticomunista Mundial y se decidió la creación de una versión latinoamericana. México había sido convulsionado por el movimiento estudiantil, Chile se hallaba bajo el gobierno de la Unidad Popular y se fortalecían los movimientos insurgentes en Uruguay y la Argentina, todo, al calor de la Revolución Cubana.

El grupo se propuso denunciar y combatir todo aquello que les pareciera cercano al comunismo. Tras la experiencia del congreso fundacional en Guadalajara, hubo un segundo encuentro en Río de Janeiro en 1974, en el Brasil de los generales. Tres años más tarde la sede fue Asunción. Alfredo Stroessner gobernaba Paraguay desde 1954 y era un férreo perseguidor de grupos de izquierda.

El panorama ya era complicado para los anticomunistas al momento del III Congreso. A excepción de Colombia y Venezuela, todo el Cono Sur estaba en manos de dictaduras militares, pero desde hacía dos meses no tenían la aceptación de Estados Unidos. La asunción de Jimmy Carter como presidente llevó a roces con Washington por su política de derechos humanos.

Un congreso con más de 200 delegados

Ese escenario estaba por modificarse cuando se realizó el IV Congreso en Buenos Aires, que resultó el último. No hay datos de encuentros posteriores. Cuando el general Carlos Guillermo Suárez Mason, uno de los principales criminales de la brutal dictadura argentina dio el discurso de bienvenida, Ronald Reagan se aprestaba a ganar la presidencia en los Estados Unidos y cambiar el enfoque, que tenía a los ultras latinoamericanos más que preocupados por el triunfo de los sandinistas en Nicaragua en 1979.

Suárez Mason hubiera ruborizado a los ultraderechistas de hoy: "Cualquier intento de imponer a otros gobiernos de América Latina las propias interpretaciones sobre democracia y libertad, además de ser un caso inaceptable de imperialismo ideológico y doctrinal, dividiría catastróficamente al campo anticomunista, quebrando una unidad que es indispensable".

De los cuatro congresos realizados, el de Buenos Aires fue el de mayor envergadura. Llegaron más de 200 delegados. Entre los más destacados estaban los de Nicaragua, con la presencia de funcionarios de Anastasio Somoza, el depuesto dictador, que sería asesinado el 17 de septiembre de 1980 en Asunción. También había cubanos anticastristas. Y vino Mario Sandoval Alarcón, exvicepresidente de Guatemala y creador de los escuadrones de la muerte en su país, quien al tomar la palabra se refirió a  lo peligroso que sería la reelección de Carter.  

Luis Canedo Reyes, de Bolivia, habló con una retórica que encantaría a sus émulos del siglo XXI: “Es inútil que la pandilla gobernante en Estados Unidos, con la hipocresía personificada de su presidente, siga orquestando la conjura informativa contra Bolivia o siga ejercitando las presiones económicas acostumbradas bajo la máscara de defender los derechos humanos". Se refería al golpe de Luis García Meza, de julio de 1980, que contó con el apoyo de la dictadura de Videla.

Sesiones secretas

Fuera del mapa latinoamericano, el anticomunismo internacional estaba de capa caída: Rhodesia había dejado de estar en manos de los blancos supremacistas y ahora era Zimbabwe, con un gobierno propio; y la URSS aun no se había estancado en Afganistán tras la invasión de diciembre de 1979. Carter era un anatema: su repudio a los crímenes de dictaduras como la de Videla o la de Pinochet en Chile (quien el 11 de septiembre de 1980 logró la aprobación de una Constitución a su medida) lo mostraban como alguien débil ante la izquierda, permeable a influencias.

El IV Congreso tuvo representantes del depuesto (y por entonces ya fallecido) Sha de Irán. El nuevo régimen teocrático no era precisamente de izquierda, pero el ayatolá Khomeini tenía 52 rehenes estadounidenses tras el asalto a la embajada en noviembre de 1979 y la administración de Carter tambaleaba por esa crisis.

Al frente de la CAL estaba el mexicano Rafael Rodríguez. Junto con Raimundo Guerrero, extitular de la Liga Anticomunista Mundial, criticó a la Iglesia Católica, que para ellos podía ser infiltrada por el marxismo. Guerrero no ahorró críticas a Helder Cámara, el obispo de Bahía, uno de los rostros de la Iglesia comprometidos con los que sufrían. En su trabajo El IV Congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana (Buenos Aires, 1980), Ernesto Bohoslavsky relata que Woo Sae Seung, presidente de la Liga Anticomunista Mundial, habló ante los asistentes y "ninguno de los periódicos consultados refiere nada sobre el contenido del discurso, probablemente porque habló en inglés o en coreano y ninguno de los cronistas fue capaz de entenderlo".

Los visitantes se mostraron a plena luz del día el 1º de septiembre de 1980 cuando, antes de iniciar las deliberaciones, colocaron una ofrenda floral en la estatua ecuestre de José de San Martín en Retiro. En 1821, el Libertador había liberado Perú, punto culminante de su campaña sudamericana, cuando Karl Marx tenía tres años de edad.

Las sesiones en el Teatro San Martín fueron de índole secreta. Y eso motivó un roce con la prensa. Los organizadores echaron a un fotógrafo de Diario Popular por tomarse demasiado en serio su trabajo de sacar fotos. El diario mostró su desagrado de esta manera: “Este avasallamiento de la libertad de prensa, moneda corriente en aquellos países sojuzgados por sistemas totalitarios como el comunismo, por ejemplo, no sucedió ni en Cuba ni en la Unión Soviética sino –tragicómica paradoja- cuando en nuestra porteñísima calle Corrientes se iniciaba un congreso internacional destinado a desnudar, precisamente, maquinaciones y métodos del comunismo”.

Visita a un centro clandestino de detención

Hubo mensajes de adhesión de Videla, Stroessner y García Meza. “Conscientes de estar insertos en un mundo conflictivo, en el que los valores sufren los embates de los totalitarismos de todos los signos, hemos de exaltar su permanente vigencia y la fecundidad de su afirmación y esclarecimiento que constituirán, seguramente, el ánimo que presidirá ese Congreso a cuyas deliberaciones auguro el mejor de los éxitos”, decía el dictador argentino.

Rodríguez hizo el balance respecto del anterior congreso, en 1977, señaló que "se perdió Nicaragua" y criticó la acción de la Iglesia. No está de más recordar que seis meses antes, un escuadrón de la muerte había asesinado a Óscar Romero, el arzobispo salvadoreño. 

En la segunda jornada del Congreso, opacada por el incidente del discurso del interventor de la UIA, Eduardo Oxenford, ante Videla y Martínez de Hoz, los disertantes fueron llevados a Campo de Mayo. Allí homenajearon al dictador Pedro Eugenio Aramburu y recorrieron el "Museo de la lucha antiterrorista", donde se exponía, por ejemplo, la foto del cadáver de Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP. En Campo de Mayo había funcionado uno de los centros clandestinos de detención más feroces del régimen. 

En la tercera jornada hubo actividades de las distintas comisiones y se clausuró el encuentro. Fue el último antecedente de semejante calibre si se lo quiere comparar con la cumbre que albergará la Argentina de Milei. En los términos de su denostado pensador alemán, la primera vez fue como tragedia y ahora se repite como farsa