Desde las vidrieras de Palatina –una de las galerías históricas de Buenos Aires, con casi medio siglo, la primera en la calle Arroyo–, asoma un gigante descamisado. Apesadumbrado, aún busca el hogar que perdió tras el golpe de 1955. Sufrió muchos otros avatares pero nunca dejó de anhelar una casa propia donde refugiarse. Ahora, la lleva en la espalda, intenta escuchar si hay vida adentro de esa pequeña casita californiana que cabe en un puño.
Bares, milagros e inundaciones condensa preocupaciones clave en la producción de Daniel Santoro, artista que, se sabe, resignifica el mito peronista con iconografía propia. Con clima nostálgico y al tiempo bien ácido, Santoro crea una frontera difusa entre celebración y tragedia, donde se cruzan la historia y la actualidad nacionales, con las vivencias personales. Se conjugan aquí la historia compartida y la biografía más íntima. La potente exhibición integra 26 obras, entre óleos sobre tela y pinturas y carbonillas sobre papel, que hizo tras la pandemia; algunos trabajos pueden leerse como una saga de Panorama, el teatro de la memoria, su última muestra en el Museo Nacional de Bellas.
Los bares (El Británico, La Giralda, La Paz y El Florida Garden, entre otros) son claves en la vida del Santoro. Avezado dibujante, muchos de sus trabajos los hace primero en sus cuadernos, en confiterías. Una tarde en La Paz, cuando practicaba la compleja caligrafía que había empezado a estudiar cuando su obra se exponía en una galería china, un hombre se ofreció a ayudarlo: era Lin Yi’An, traductor jefe al chino de las obras completas de Jorge Luis Borges. Poeta y amigo de Kodama, el reconocido traductor de literatura hispanoamericana al chino fue su maestro hasta que se quedó ciego. También en bares surgió su más de medio centenar de cuadernos de apuntes, que reúnen dibujos y textos. Joyas que no están a la venta. Se exhiben en las vitrinas de Palatina y ayudan a comprender cómo se originaron las piezas expuestas.
El bar es el sitio de reunión con artistas e intelectuales. En las obras figuran desde Federico Peralta Ramos, Rómulo Macció y Facundo Cabral hasta Carlos Maslatón, Ricardo Piglia, Luis Guzmán, David Viñas, Horacio González, Jorge Alemán y Hugo Mujica. En una de las pinturas, se ve a los intelectuales compenetrados conversando, afuera pasa un centauro que encarna “lo inesperado que irrumpe”. “Podría ser Menem y, luego, Milei”, señala el artista. Un centauro que no pudo ir a la escuela peleará para que su hija sí vaya. Cerca, “Meritocracia” refleja el contraste entre una construcción opulenta y una niña en la calle que acarrea una casa a la que nunca podrá entrar.
En sus creaciones, Eva es desde santita protectora hasta dominatriz capaz de disciplinar a un sumiso Che vencido. En Palatina hay una pintura de Eva levitando y también otra que alude a la Fundación Eva Perón. En el híperbarroco Mundo Santoro, hay Evas multifacéticas y el gigante descamisado deambula desolado con la mamá de Juanito Laguna en brazos. Busca salvar a ambos de las inundaciones; también están presentes los pueblos originarios. “Realmente los desplazados, los que son descartes del sistema, como diría el papa Francisco, están ahí en su propia isla también, incapacitados de poder hacer algo. Lo que hay ahí es una especie de parálisis en la sociedad, donde se está esperando algo mucho peor. Eso sería el anuncio de muchos de estos cuadros: el control social”, afirma el artista, quien viene realizando exhibiciones en diferentes lugares del mundo.
De hecho, Santoro trabajó como realizador escenógrafo en el Teatro Colón, entre 1980 y 1991. En 1985 viajó por Oriente exponiendo en diversos museos y galerías. Fue récord de ventas en arteBA y decidió no exponer más ahí. Creó series de ficción para tevé y trabajó en series documentales. Protagonizó el documental Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (2007), premiado en múltiples festivales internacionales. Por su taller pasaron estudiantes de la Universidad Johns Hopkins, de la Universidad de Nueva York y de Harvard que viajaron especialmente.
Estremecen las crucifixiones en carbonilla que el artista hizo pensando en “La civilización Occidental y Cristiana”, de León Ferrari. Santoro, católico creyente, sostiene que la obra de Ferrari es una crucifixión; en lugar de la cruz hay un avión de guerra, pero se trata de una crucifixión al fin. Esta es una discusión que mantuvo con Ferrari: “León decía que era una alianza entre el cristianismo y el sistema de armas del gobierno norteamericano lanzado contra la humanidad”, recuerda el artista, quien representa la crucifixión en distintas piezas. “Acá está siendo clavado en la cruz, pero justo frente al Guggenheim, como un contraste, porque el mundo del arte se mueve mucho con los millonarios. Hoy, ninguna cosa que produzca el capitalismo vale más que un cuadro: por ejemplo, la Ferrari más cara vale 38 millones y un cuadro puede valer 300. El deseo de la humanidad va en el sentido de las obras de arte y Cristo padece ahí: es lo más pobre, lo más descartado en este caso y se convierte en obra de arte. De pronto va a valer millones por el deseo de los millonarios que estarían por ahí, mirando de lejos el padecimiento”.
Bares, milagros e inundaciones se puede ver de lunes a viernes, de 11 a 18, en Palatina, Arroyo 821. Hasta el 15 de diciembre. Gratis.