En los últimos años de los 2000 –los “aughts”, como llaman a esa década en inglés– pocas bandas brillaron tanto como Girls. Retro pop con algo de psicodelia, mucho de surf y guitarras marciales, tenían influencias de Spiritualized, Ariel Pink, el shoegaze y Suede, pero la verdad es que derramaban personalidad. La canción apertura de Album, el primer disco se llamaba “Lust for Life” y ya encapsulaba el espíritu que los definiría: en menos de tres minutos, con una melodía de pura euforia y coros playeros, Christopher Owens cantaba “ojalá tuviera la piel bronceada/ ojalá tuviera una pizza y una botella de vino/ ojalá tuviera una casa en la playa/ así haríamos una fogata cada noche/ en cambio, estoy loco, totalmente loco/ tengo la cabeza arruinada”.
Eso era Girls: canciones drogonas sobre la arena, el primer porro muy cerca del primer pico de heroína, guitarras fuzz para hablar del desamor de esas chicas de California. Grabaron dos discos: el segundo Father, Sun, Holy Ghost (2011), también empezaba con una canción fantástica, “Honey Bunny”, un estribillo bien Beach Boys pero absolutamente deprimente: “Estuve con tantas chicas a las que no puedo importarles menos/ no les gusta mi cuerpo huesudo/ no les gusta lo que digo/ ni lo que consumo”. Incluyendo un EP y varios singles, Girls no grabó una sola canción mala, tan simple como eso.
La banda, integrada por Christopher Owens y Chet “JR” White dependía de la amistad entre esos dos amigos y, cuando se terminó la complicidad, la banda implosionó. White se dedicó a producir y Owens editó tres discos, cada uno menos exitoso que el anterior, aunque todos muy buenos. Girls quedó en la memoria como ese tipo de banda que, al mismo tiempo estaba para más y se disolvió en el mejor momento.
DE PARÍS AL TRAILER
Christopher Owens se convirtió en una gran estrella indie. Tenía el aura, la melena rubia y la historia de vida ideal para ser catapultado. Nació en 1979 en Miami: sus padres eran miembros de la secta Niños de Dios. Recorrieron Asia y Europa con la familia, que aspiraba a sumar nuevos seguidores, y en el andar loco de los padres, Owens perdió a un hermano, que murió de neumonía porque la Iglesia se negó a ir al hospital: rechazaban la medicina. Cuando era adolescente y vivía en Eslovenia, decidió escapar y viajó con su hermana directo hacia Texas.
Al principio, Christopher no entendía nada. Se hizo punk, comía de la basura, consumía cultura pop como un trastornado. Era 1996 y él nunca antes había usado un teléfono. En la ciudad de Amarillo conoció a Stanley Marsh 3, un excéntrico artista y millonario petrolero que lo contrató como asistente. Estuvo con él cuatro años hasta que decidió mudarse a San Francisco, donde se hizo amigo de Chet White, se fue a vivir con él y fundaron Girls. Chris y Chet eran yonquis pero, de alguna manera, se las arreglaban para ser la banda más potente de la ciudad. No pasó lo mismo después, con la carrera solista. Owens ganó dinero trabajando como modelo para poder pagar a los músicos: en 2012 fue el rostro de Saint Laurent Paris, la campaña de verano/primavera que fotografió el propio Hedi Slimane (entonces director creativo de la maison). Un año después hizo la campaña de H&M promocionando la línea de otra diseñadora de lujo, Isabel Marant. Y no lo llamaron más.
Para 2017, dos años después de su tercer disco solista, Chrissybaby Forever, estaba absolutamente en la lona. Trabajaba en una cafetería en San Francisco, la gente no lo reconocía y su chica estaba cada vez menos interesada en formar una familia, un proyecto que los sedujo por un tiempo. Owens tuvo un accidente de moto y no quiso ir al hospital porque, básicamente, no tenía dinero para pagar ningún tratamiento (así es la vida sin seguro, y casi ningún músico en Estados Unidos lo tiene: son trabajadores independientes). Pasó un mes en cama sin poder pararse, fue despedido del café y la pareja no lo resistió: su novia quiso separarse. A Chris le resultaba imposible alquilar solo, así que se fue a vivir a la camioneta de giras, una casa rodante adosada al auto.
Tuvo unos años de vida nómade: nada que no conociera antes, con su experiencia en los Niños de Dios, de la que nunca reniega del todo. Dice, siempre, que la fuerza de la fe convertida en música en las reuniones de la secta era de una intensidad irreproducible. Pero no tiene relación con sus padres. Y tampoco la tenía entonces, cuando necesitaba ayuda, con su ex jefe y amigo Stanley Marsh 3, que había muerto en 2014 y, además, pasó los últimos años de juicio en juicio por acusaciones de abuso de menores, en concreto de chicos adolescentes.
La vida seguía en plan desastre hasta que, después de la pandemia –y de un robo en el que perdió su auto, la casa rodante, la guitarra, el perro, todo– se reencontró con Chet White y empezaron a hablar de un nuevo disco de Girls. Cuando se vieron, sin embargo, la cosa no anduvo bien: la adicción de Chet estaba fuera de control y no podía resistir un ensayo despierto. Chet JR White murió en octubre de 2020, en la casa de sus padres, a los 40 años. Owens quedó destruído: “JR me dio la oportunidad de hacer música, no en el sentido de acompañarme a componer, sino hacerme entender que era un medio de expresión posible para mi, que estaba perdido”.
CORRER SOBRE TU PELO
Los fans asiáticos son, en parte, los responsables de que Owens esté de vuelta, con un nuevo disco, I Wanna Run Barefoot Through Your Hair, después de nueve años en el desierto. Por redes sociales organizó fechas en Singapur y Hong Kong. Al principio solo tocaba canciones ya grabadas, pero en algún momento apareció “No Good”, la apertura del flamante I Wanna Run... La guitarra a medio tiempo y su voz siempre frágil aunque menos juvenil: “No, no otra canción de amor/ No otra canción haciendo de cuenta que todo está bien/ Morí el día que me dejaste/ Muero cada día/ Andate de acá, dejame solo, estoy muriendo/ Mirá lo que me hiciste”. Es una canción para aquella novia que lo abandonó después del accidente. Rabioso pop rockero de una dulzura ácida: no pide disculpas, está furioso y amargado.
El resto de las canciones también son polaroids agrias de sus años de pérdida. “White Flag” lo dice todo desde el título, la rendición, la bandera blanca. “This Is My Guitar”, folk acústico, es una canción de supervivencia, “esta es mi vida, la vivo lo mejor que puedo”. “Do You Need a Friend”, con siete minutos, es quizá la mejor. Cruda y algo incómoda en su despojo, es una balada triste sobre el desamparo, con reverb, piano, la voz al límite y una crecida épica con coros gospel. “La soledad es como el invierno/ Se puede usar un saco, pero eso no quiere decir/ Que se vaya el frío/ No quiere decir que/ Porque estés entre una multitud/ Tengas a alguien… Si realmente quieren saberlo/ Apenas puedo llegar al final de cada día / La gente viene y va/ Pero la soledad siempre es la misma”.
Así termina el disco.
Ahora mismo Owens vive en Nueva York, con nuevo compañero de casa y con su nueva esposa. Dice que no puede ni quiere volver a San Francisco: los precios de los alquileres subieron tanto en su momento que el éxodo se volvió obligatorio para casi todos los artistas. La relocalización es un poco más barata y le ofrece la posibilidad de un regreso después de tanto duelo. Ahora mismo tiene fechas de una gira corta por Estados Unidos en diciembre: antes de Navidad volverá a San Francisco, a tocar para esos fans que estuvieron ahí cuando Girls le salvó la vida por primera vez; a ese público que recuerda a JR y Chris juntos, los chicos intensos de la playa triste.