El dilema de convergencia entre los tipos de cambio del dólar para terminar con el problema del cepo pone al gobierno libertario en la disyuntiva de reactivar la inflación en pesos si se devalúa el oficial o profundizar el retraso cambiario, que no sólo afectará aún más la competitividad internacional de nuestra producción y la escasez de divisas, sino que consolidará el nuevo fenómeno de los últimos meses: la fuerte inflación en dólares que hace de nuestro país uno de los más caros del mundo.
En octubre 2018, luego de la debacle de las metas de inflación de Sturzenegger y de la fuga de la lluvia de capitales especulativos de Toto Caputo, el dólar oficial en los bancos rondaba los 37 pesos y el dólar bursátil de liquidación local (MEP) llegaba a 36 pesos, con una brecha negativa de alrededor del 3%.
A la salida de la pandemia, en enero 2021, el oficial rozaba 93 pesos y el MEP estaba en 148 pesos, con lo cual la brecha ya llegaba a casi el 60%, y en julio 2022 la brecha alcanzó el 100%, con un dólar oficial de 138 pesos y el MEP en 277 pesos.
Pero el récord de esa brecha fue entre octubre y noviembre 2023, en medio del proceso electoral, cuando llegó al 130%, para caer abruptamente al 17% a fines de diciembre de ese año, luego de la mega-devaluación del dólar oficial al asumir el nuevo gobierno, y fluctuar entre el 20 y el 40% a lo largo de 2024.
Esta curiosidad argentina de tener varios tipos de cambio es una consecuencia obvia de la escasez de divisas permanente que llevó, tanto a gobiernos populistas como liberales, a aplicar restricciones al acceso ilimitado al mercado de cambios para tratar de evitar la pérdida total de reservas internacionales, restricciones que recibieron el apelativo mediático de “cepo cambiario”, del que no ha podido salir aún el actual gobierno, a pesar de las promesas preelectorales y su concepción ultraliberal de la economía.
Alternativas
Más allá de la imprecisión técnica de este apelativo mediático, la única forma que hay de terminar con el cepo cambiario es pudiendo organizar un mercado único libre de cambios (MULC), como paradójicamente se denomina actualmente el mercado del dólar oficial, con un también único tipo de cambio para todas las transacciones de divisas, para lo cual es preciso hacer converger los distintos tipos de cambio actuales a un mismo nivel.
Para eso hay dos alternativas extremas y varias intermedias: una de las extremas es que el dólar oficial se equipare con los financieros, lo que recibe el ambiguo nombre de devaluación, porque lo que en realidad sube es el valor del dólar y lo que se devalúa es el peso.
La otra es lograr que bajen los dólares financieros, tirándoles reservas oficiales como ahora o logrando otra lluvia de capitales externos estimulando el pedal financiero con las tasas de interés internas (carry trade, que le dicen). Las opciones intermedias son un poco de una y otro poco de la otra.
Cada una de estas alternativas extremas tiene ventajas (para algunos) y desventajas (para otros). La devaluación oficial sería ventajosa para los exportadores, porque recibirían más pesos por cada dólar que exportan, pero les complicaría las cosas a quienes importan, sobre todo insumos para producir, y a quienes tienen deudas en dólares.
El efecto más desventajoso para todos es que las devaluaciones oficiales se trasladan, como la última y las anteriores, a los precios internos; primero a los de los productos que se exportan y los que se importan, después a los de productos que se fabrican con insumos importados y finalmente a todos los demás precios por la puja distributiva entre quienes no quieren perder posiciones con la inflación, incluyendo obviamente a los salarios, pero también, y sobre todo, a los formadores de precios no competitivos.
La otra alternativa, la baja de los dólares financieros para converger con el oficial, en el marco de un proceso inflacionario que aún no se resolvió, hace que los precios internos de toda la economía se encarezcan expresados en dólares, como sucede en lo que va de este año, y eso tiene varias consecuencias negativas: 1) que se incentive el consumo de productos importados en detrimento de los nacionales, 2) que se facilite el turismo en el exterior con mayor consumo de divisas, 3) que se encarezcan los costos de producción en dólares, perdiendo competitividad internacional para exportar, todo lo cual se sintetiza en el término “retraso cambiario” que se ha vuelto a poner en boga, como lo fue durante la última y nefasta etapa de la Convertibilidad, dando lugar a un fenómeno curioso, que es la inflación en dólares de nuestra economía.
Retraso cambiario
Para tener una idea más elocuente de estas variantes de convergencia cambiaria interesa analizar la evolución relacionada de algunos indicadores como son la del dólar oficial con relación al índice de precios mayoristas (IPIM) y la del dólar MEP con respecto al índice de precios al consumidor (IPC). La primera relación da una idea de la magnitud del “retraso cambiario” o pérdida de competitividad internacional, y la segunda de lo que se puede denominar como “inflación en dólares” a nivel de los precios minoristas.
El aumento del tipo de cambio oficial entre octubre 2018 y septiembre 2024 fue de 2.618% mientras que el IPIM aumentó en ese lapso 3.798%, lo que significa un retraso cambiario de casi el 30% en los últimos seis años; en los sectores productivos que no se haya verificado un aumento de la productividad del 43% que les permita volver del 70 al 100% para compensar este retraso, la pérdida de competitividad internacional será equivalente a la diferencia no lograda con ese incremento de productividad.
Si se toma como base enero 2021 el aumento del tipo de cambio oficial fue de 984% y el de los precios mayoristas fue 1.598%, lo que implica un retraso cambiario del 36% en algo más de tres años y medio y una necesidad de aumento de la productividad de casi 57% para compensarlo, a pesar de la ya leve recuperación de sólo 7% verificada en los diez meses posteriores a la hiper devaluación de noviembre 2023.
Inflación en dólares
En cuanto al otro fenómeno argento de la inflación en dólares, tomando los seis años de octubre 2018 a septiembre 2024, el aumento del IPC fue de 3.985% mientras que el del dólar MEP fue de 3.282%, lo que implica un aumento de precios en dólares de sólo 15,3%, bastante discreto, por cierto. Pero si se toma como base enero 2021, el IPC creció 1.598% contra un aumento de “sólo” 722% en el MEP, lo que arroja una inflación en dólares de nada menos que el 107% en 44 meses, equivalente a una inflación mensual promedio del 1,66% en moneda fuerte.
Por último, tomando el lapso entre noviembre 2023 y septiembre 2024, el incremento del IPC fue de 153% mientras que el del dólar MEP fue de 41,5%, lo que da una inflación en dólares del 79% en menos de un año, equivalente a nada menos que el 6% mensual, con lo cual se entiende bastante claramente por qué cada vez más compatriotas salen a comprar ropa, electrodomésticos, celulares y notebooks a países vecinos, agravando el profundo deterioro del consumo interno y la escasez de divisas.
Este comportamiento errático de los precios internos, que no sólo no terminan de estabilizarse en pesos, sino que se han incrementado significativamente en dólares desde que asumió el gobierno libertario, está muy lejos de dar señales de convergencia a una situación de equilibrio de la economía, más aún en el marco de un proceso recesivo que aún no toca fondo como consecuencia de las políticas de ajuste fiscal aplicadas sin anestesia por el gobierno libertario.
Inversiones
Si a esto se le suma la escasez de divisas que se profundiza con la pérdida de competitividad derivada del retraso cambiario en términos reales, que no logra compensarse ni con el blanqueo impositivo de las tenencias en dólares, ni con un ingreso de capitales externos que brilla por su ausencia, ni con el “carry trade” que estimula la liquidación temporaria de divisas para aprovechar la tasa de interés en pesos por encima de la “tablita” devaluatoria de Caputo de Hoz, las perspectivas económicas para 2025 lucen más bien atadas con alambre, con la única señal engañosa de la caída transitoria de los dólares financieros forzada por la intervención del Banco Central a costa de sus reservas.
Esta situación demostrará, una vez más, que la aparente calma de los mercados financieros no es más que una ilusión transitoria sustentada esta vez en la construcción imaginaria colectiva de los operadores sobre el superávit fiscal, al igual que en los ‘90 estuvo basada en la convertibilidad con tipo de cambio fijo, con el agravante de que quienes están apostando hoy al carry trade son los grupos económicos locales, en lugar de estar colocando sus excedentes en inversiones productivas, que ya no se pueden proyectar razonablemente con semejante volatilidad de precios en dólares.
Así y todo, aunque la pax financiera fuese duradera, no sería más que una condición necesaria pero nunca suficiente para alcanzar un equilibrio sustentable en la economía real que reintroduzca al país en un sendero de crecimiento y desarrollo económico y social sustentables.
* Coordinador de la Licenciatura en Economía de UNAJ – @novak_daniel