Las peores consecuencias del cambio climático son ya parte de nuestra realidad cotidiana, y aún así seguimos ignorando las alertas para tomar medidas drásticas. Para peor, los foros mundiales en los que esta agenda debería ver reflejados los esfuerzos de todos, aunque cada uno asumiendo las responsabilidades que le toca, siguen produciendo acuerdos débiles y decepcionantes. Es momento de avanzar hacia esquemas en los que gobiernos, sector privado y sociedad civil puedan comprometerse y rendir cuenta de los logros y las deudas, dejando atrás la diplomacia de las promesas incumplidas o del voluntarismo mágico.

En el caso del G20 presidido por Brasil, la decepción no solo pasa por no haber logrado un acuerdo firme en su declaración final sobre temas como la transición energética para disminuir progresiva, pero decididamente, el consumo de fuentes fósiles --en un grupo que es responsable por casi del 80% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero--.

También tiraron la pelota afuera al momento de sentar posición sobre el financiamiento climático para que sirviera de guía a las negociaciones que se estaban desarrollando en Baku. Y es que la declaración final de la COP29 también brilló por lo desilusionante e insuficiente de sus medidas: objetivos recortados en materia de financiación y ninguna referencia a disminuir el consumo de fuentes fósiles. Nada sorpendente, cuando en Baku hubo una delegación de más de 1.700 lobistas vinculados a esta industria.

El mismo Secretario General de la ONU afirmó que “esperaba un resultado más ambicioso para hacer frente al gran reto al que nos enfrentamos”, frustración compartida por varios gobiernos del Sur Global, personas expertas y representantes de la sociedad civil.

Peligros

La reciente catástrofe que produjo la DANA en Valencia pone de manifiesto el peligro que supone combinar la falta de ambición climática con el creciente negacionismo que caracteriza a diversos gobiernos. Aquí aún se lamenta la destrucción perpetrada por la mayor catástrofe climática de los últimos tiempos, reforzada por el trágico saldo de más de 220 muertes que podrían haberse evitado de contar con un gobierno autonómico (encabezado por el popular Mazón) que no se mofara de las consecuencias del cambio climático y que hubiese tenido la capacidad de coordinar la actividades tanto de prevención como de gestión ex-post de la DANA.

La pérdida de vidas como consecuencia del cambio climático debería ser razón suficiente para tomarse en serio los retos actuales. Aunque la elección de nuevos Jefes de Estado abiertamente negacionistas, como Donald Trump en Estados Unidos, no hacen esperar que dicha toma de conciencia se verifique en el corto plazo.

Volviendo al ámbito global, lo que es cierto es que un acuerdo débil, aunque insatisfactorio, siempre es mejor que ningún acuerdo. La que fue denominada la "COP de las finanzas" --para pasar de los mil millones a los billones--, solo llegó a establecer in extremis un nuevo régimen de financiación climático (denominado Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado).

El compromiso de 300.000 millones de dólares anuales para 2035 aparece como un primer paso superador de los actuales 100.000 millones de dólares actuales. Sin embargo, queda considerablemente lejos de los 1,3 billones que reclamaban los países en vías de desarrollo, que son aquellos que menos han contribuido históricamente a las emisiones de gases de efecto invernadero, pero que sufren comparativamente más los efectos negativos del cambio climático.

Eso sí, resta por ver cuánto tiempo tardará en efectivizarse la meta acordada en Baku, ya que es sabido que una cosa son las promesas, y otra distinta es volverlas realidad. Por otro lado, sí se llegó a un acuerdo, luego de 10 años de negociaciones, sobre los mercados de carbono, que terminan de operativizar el Artículo 6 del Acuerdo de París, así como también se avanzó en materia de informes de transparencia climáticos y adaptación.

Multilateralismo

De todos modos, pese a que los resultados de estos espacios en la agenda climática no han sido alentadores, aún hay esperanza para el multilateralismo. Brasil puede sacar a relucir con orgullo el haber colocado a la justicia social en la misma línea de importancia del crecimiento económico de la cumbre que les tocó presidir.

La creación de la Alianza contra el Hambre y la Pobreza, grupo que cuenta ya con 148 miembros y que apunta a llegar a más de 500 millones de personas de países de ingresos medios y bajos hacia 2030, es un paso concreto y cuya evolución vale la pena seguir de cerca. Llamar la atención de los líderes mundiales sobre la desigualdad, en plena competencia geopolítica y con dos guerras en puntos claves del planeta, es una señal alentadora, y lograr una acción concertada y efectiva sería una bocanada de aire renovado. También se lograron avances en la decisión de avanzar en la reforma de las instituciones financieras internacionales, otro paso concreto que se desprende de este foro.

Y es que, al parecer, los vientos de cambio puede que provengan cada vez más desde el Sur Global, ante un mundo industrializado que sigue enredado en sus propias trampas geoestratégicas. El 2025 podrá ser un año clave en este sentido, con un G20 presidido por Sudáfrica, lo cual mantiene la centralidad de los países del Sur en este esquema, luego de las presidencias india y brasilera, y una COP30 liderada por Brasil, que finalmente aleja la organización de esta instancia de países destacados en la extracción de hidrocarburos.

Ambos países intentarán contrarrestar, en estos espacios de gobernanza global, la sombra de un liderazgo estadounidense abiertamente negacionista no sólo del cambio climático sino también de la oportunidad de participar de foros multilaterales.

Pese a seguir cosechando resultados decepcionantes a la hora de abordar las agendas climática y de sostenibilidad, tiene más sentido fortalecer y no abandonar el multilateralismo en el actual contexto geopolítico.

En cambio, el presidente argentino retiró a sus negociadores de Baku, lo cual continúa dañando la reputación diplomática de su país y lo aleja de beneficios concretos para sentar las bases de acceso al financiamiento, ambas consecuencias de la radicalidad ideologizada de sus posturas. Así, no hay chance alguna de lograr hacer frente a los desafíos que tenemos por delante.

Pese a que poseemos una cantidad inigualable de información, como los informes del IPCC y del Global Stocktake, aún no se logra formar la coalición necesaria para acelerar los tiempos de la transición.

Los esquemas multinivel, multiactorales y multilaterales se imponen como una opción de política hacia el futuro próximo, pero siempre contando con la necesaria correlación de fuerzas y la necesidad de una efectiva accountability de cada una de estas partes.

Pero de lo que no es momento es de descartar el diálogo y la construcción colectiva, ni dejar de lado la confrontación de ideas y proyectos. En definitiva, no podemos ni debemos abandonar el potencial transformador de la política. Ya que no existe mejor inversión que destinar todos los esfuerzos, económicos, políticos y humanos para reparar los problemas que el propio ser humano ha creado, se llame cambio climático o desigualdad.

*Doctor en Ciencias Políticas, especializado en transición energética y democracia ambiental, Project Manager en Asuntos del Sur y docente de la Alta Escuela de Economía y Relaciones Internacionales (ASERI, Italia).