Ninguno de los ocho billones de seres humanos que vivimos sobre la Tierra sabemos qué está pasando realmente. Ni en ella, ni en nosotros, ni qué escenarios nos aguardan. Ni qué es lo mejor que podemos “hacer”, no digo para restituir o reencauzar cierto orden que nos daba sentido, sino para acompañar mejor los procesos que se avecinan. Procesos que ya vienen ocurriendo sin que nos demos oficialmente por enterados y de los que en buena parte somos responsables, nos trascienden.
Ya en 1972, un año antes de la Crisis del Petróleo, 17 científicos top de diferentes disciplinas diseñaron un programa capaz de generar escenarios futuros a partir de datos como el aumento de la población, la tasa de extracción de recursos no renovables, la capacidad de la naturaleza para absorber toda la contaminación y el calor generados por el crecimiento de la economía industrial. Los límites del crecimiento, como se conoce el programa, mostraba cómo al caer por debajo de un punto crítico los. recursos naturales, también se reducían la producción industrial y la disponibilidad de alimentos.
Hoy, a más de 50 años, revisado y actualizado el programa con nuevos datos, estamos en “el umbral después del cual la biosfera pierde su estabilidad” (sic). Y cuando la pierde, me recuerda Guillermo Schnitman, “es por miles de años, hasta que vuelve a recuperar otro equilibro que hace posible eventualmente otra civilización”.
Las tengamos presentes o neguemos, todos estamos ante las mismas encrucijadas vitales, si no letales. Estemos meditando, haciendo compost para la huerta, quemando divisas para disfrutar una semana en una isla paradisíaca o mirando para otro lado, todos “ya” somos partícipes de un cambio en las reglas. Los emergentes del gran “descenso energético” del planeta “ya” nos afectan a todos, como naturaleza, especie y como individuos. Lo queramos o no, nuestra capacidad de reacción está siendo “puesta a prueba”.
Algunas personas empiezan a percibirlos por sus consecuencias materiales, a otras además nos golpea a través de nuestra sensibilidad. A todos, ambos frentes nos están queriendo decir algo que no terminamos de comprender. ¿Son estos nuestros últimos días en la Tierra? La inmensa mayoría evita reaccionar, ponerse a la altura de la magnitud de lo que está ocurriendo, en lo inmediato y en escalas que escapan a nuestra percepción. Prefiere no despertar.
Nuestra pasividad nos vuelve cómplices. Ideas e ideales que teníamos de y para lo que sería el resto de nuestra vida han relativizado, si no perdido, su vigencia. Todavía no está claro cuáles los reemplazarán o serán válidos para la transición. Los panoramas que aparecen cuando nos permitimos desplegar “proyecciones a partir lo real” son tan amenazadoras que optamos mantenerlas congeladas. Muchos deliberadamente prefieren no saber, no hablar del tema, por favor no me lo recuerdes. Otros, ir viendo.
De la sumatoria surge un claro autismo social. Entre tanto, de hecho, nos mantenemos conectados al sueño que tomamos por realidad, adaptamos la película que nos habíamos imaginado a nuevos relatos, seguimos en la función incluyendo o aplacando algunos datos innegables. Cualquier cosa con tal de no entrar en zona de desesperación.
¿Es posible cerrar la puerta de nuestra conciencia ante los desmadres encadenados que se insinúan? ¿Qué implica “ser consciente” de que algo está pasando, no lejos de aquí, no lejos de ahora? ¿Siempre ocurrió lo mismo y ahora parece irreversible? ¿La existencia única tiene algo en mente para nosotros o nosotros debemos crear el plan para la contingencia? En algún repliegue de la conciencia sabemos que no hay diferencia entre si lo tiene o no, si lo sabemos o no. Queda en la cuenta del misterio. ¿Y si en vez de ser parte de un plan fuéramos un accidente, una casualidad, un experimento del Universo que se escapó de control...? Entre tanto, hacer algo... ¿Qué? ¿Para qué? ¿Para evitar el caos, para atenuarlo, para enderezar su rumbo...? ¿Para volver a lo que no pudo ser? ¿Para que cuanto ocurra no nos tome por sorpresa? ¿Para haber hecho algo y tranquilizar nuestras buenas conciencias ciudadanas?
Hay un punto en que, lo sé, las respuestas, si las hubiera, están más allá del alcance de la mente humana. Un punto en el que todo lo que podamos hacer, además de surgir del instinto de conservación del planeta y del de nuestra supervivencia sobre su superficie, está vinculado a quién vinimos a ser. A este cuerpo mente, antes de devolverlo. A aquí, a la Tierra, antes de volver a casa.
Este es un fragmento de Para qué pasamos por la Tierra, el nuevo libro del autor de clásicos del periodismo de rock local como Agarrate o Punk, la muerte joven, fundador de la revista Uno mismo y de la colección Libros para principiantes. También publicó Bici zen, Buzios era un hospital de tránsito y El artista como buscador espiritual, entre sus trabajos más recientes.