A Antolín, el uruguayo, lo conocí practicando la inútil tarea del web-surfing. Horas de aburrimiento (¡qué importante!) revolviendo los fondos de internet, el mejor basurero posible para encontrar chatarra y pepitas de oro. Siguiendo la huella de la curiosidad y el algoritmo, me encontré en YouTube casi todas sus apariciones en El show del mediodía, un programa que se emitía durante los ’90 en Uruguay.
Acá debería decir algo sobre lo que vi, porque fue hipnótico. Sobre su baile de esqueleto nervioso, su mirada llena de susto y locura, su bigote que parece tener vida propia, la despojada escenografía de aposento griego clase B y los músicos (tecladuchi y batería) que lo acompañan improvisando no sé cómo. Antolín, como dudando de cada decisión, canta unas melodías azarosas que trastabillan en cada entrada, las letras son unos poemitas entre infantiles y locos montados a medias sobre una especie de free jazz de programa de cable pirata.
Como cualquier buscador de rarezas, cuando uno encuentra algo, quiere mostrarlo. Ningún amigo cercano lo conocía y a muchos solo les generó lo que un meme. Otros dijeron que únicamente a mi podría gustarme. Con el tiempo aparecieron por fin otros entusiastas. Uno me contó que con su banda intentaron hacer un cover y alguien más me dijo que hace algunos años Martín Buscaglia sacó un disco junto a Antolín, con nuevas versiones de estos temas, titulado Experiencias musicales.
Junto a mi amigo Pablo Boltshauser formamos Basura, un proyecto de carácter experimental que mezcla y distorsiona una excéntrica colección de archivos. El inicio de estos experimentos se origina en la práctica de elegir y superponer dos o tres videos de YouTube. De escucharlos en simultáneo y simplemente disfrutar de lo que pasa. Las coincidencias y sincronicidades, la complementación y los diálogos imposibles. Ahora, esa práctica se sofisticó un poco y hacemos lo que hacemos, en vivo. Obviamente, cuando se me aparecieron esos videos de Antolín intentamos usarlos. Pero de algún modo se resistían a convivir con otra cosa. Como si esas canciones ya fueran una mezcla imposible. Entonces decidimos incluirlos en el set pero en su forma original, a modo de una interrupción de nuestro concierto: dejamos de tocar y se proyecta un video original y entero.
En el 2022 participamos en un festival de música experimental en Montevideo. Fuimos en un auto que llenamos de equipos, galletitas y cerveza. En el camino se nos ocurrió llevar a cabo una misión oculta (que todo viaje debe tener). Encontrar a Antolín y proponerle que cante en vivo con nosotros. Sin ningún tipo de información, Juanita Fernández, música y directora del festival nos ayudó a iniciar una cadena de contactos hasta llegar a un teléfono que me alcanzaron anotado en un papel. Decía “Manuel H. Nuñez” y el número. Al parecer, Antolín se llamaba Manuel. Me decidí a llamar aprovechando un rato libre dentro de la agenda del festival. Hablé temblando. No sé por qué pero mantuve la extrema cordialidad. Antolin no me entendía, no confiaba, y quizás pensando que era una broma, me colgó.
Lo intenté al día siguiente con otra estrategia. Juanita me ayudó en este llamado aportando autoridad y credibilidad a mis promesas, que incluían una entrevista radial (Radio CASo!), un concierto y otras actividades dentro del festival. Antolín accedió. Quedamos en que lo pasábamos a buscar nosotros en el auto ya que no aceptaba subirse a un remis con un desconocido. Llegamos a su encuentro en un estado rarísimo. Yo, bajo una euforia delirante, sentía como que estaba por conocer a un dibujito animado o a un personaje de historieta. Pablo, al contrario, se había quedado mudo. Antolín nos abrió la puerta muy prolijo, con tiradores, un chaleco y un sombrero tipo Fedora. Parecía Robert Crumb. Su casa era austera, ordenada y más o menos limpia.
Ya en el auto se sentó adelante, yo manejaba y Pablo atrás al medio. Durante todo el trayecto Antolín repitió estas mismas frases, en cualquier orden: “Montevideo es más linda de noche que de día”, “Parece una broma pero es en serio”, “Pablo va muy callado atrás”. Cada tanto, interrumpiendo la aleatoriedad de sus frases, canturreaba algunas melodías. Muchas eran inentendibles, pero cuando yo reconocía alguna intentaba cantarla con él, me miraba con un gesto entre la aprobación y la desconfianza total.
Luego de un pequeño recorrido por la locación del festival, que Antolín transitó dando unos bailecitos, y la prometida entrevista radial, llegamos al espacio donde haríamos el concierto. Era muy temprano y se sentó en lo que en realidad era parte de una instalación que habíamos montado. Algo así como un living con un sillón, una escoba y un televisor de tubo. Pegándole con la escoba, uno podía cambiar de canal. Antolín fue quedándose dormido mirando la tele, mientras nosotros preparábamos nuestros equipos. Cuando se despertó nos dijo que ya estaba listo para cantar. Le explicamos que todavía no teníamos sonido y que además no había llegado el público. Lo pensó un poco y nos dijo que el público no le importaba, que él quería cantar ahora. Entonces Pablo agarró su guitarra eléctrica sin enchufar, y sin tener la menor idea de como tocar esas canciones, se dispuso a acompañarlo. Antolin sacó su lista de temas y antes de empezar le explicó a Pablo cuál sería el orden. Pablo asentía y me miraba completamente entregado a lo que sucediera. Tocaron, entre otros temas: “Fernanda, como un diamante”, “Se me fue mi gatita” y “Agustín”. Fui el único espectador de ese concierto maravilloso.
Cuando terminó “Margaritas” dijo que tenía sueño, que quería volver a su casa. En el auto viajó muy callado. Le pregunté si necesitaba algo, si tenía hambre y dijo que no. Solo nos pidió que lo llamáramos de vez en cuando. De regreso en Buenos Aires, intenté llamar pero una operadora anunciaba algún tipo de problema con la comunicación. Desde entonces marco su número al menos una vez por semana, pero siempre tengo la misma respuesta automática. Parece que Antolín ya no es un abonado en servicio.
Valentín Pelisch es compositor, editor audiovisual y artista de foley. Su producción incluye obras para ensamble, performances, instalaciones, video y arte sonoro. Trabajó además en colaboración con artistas de diversas disciplinas tanto en obras performáticas como en formatos audiovisuales. También forma parte de Basura, un dúo experimental que trabaja desde la improvisación, sobre una excéntrica colección de archivos. Basura presentará Dos cosas (Inkilino Records), su nuevo disco, el sábado 14 en el ciclo Suena Washington (@suena_washington).