El dicho popular señala que valiente no es el que no tiene miedo, sino aquel que, a pesar del miedo, sigue adelante. Ese es un acotado resumen del espíritu de la notable fotógrafa y realizadora Adriana Lestido que, durante un año y medio, fue en cuatro oportunidades a lugares muy duros de Islandia y Noruega, a estar en comunión con el Imán de la Tierra. De aquel viaje exterior, que implicó un profundo recorrido introspectivo, Lestido guardó recuerdos que todo el público disfrutó y disfrutará. Se trata de los dos libros La conquista del hogar, uno de ellos, con el diario de los viajes, y el otro de excelentes fotografías. Ambos fueron publicados por Planta Alta Ediciones y se presentarán este viernes 6 de diciembre a las 19 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415). 

Muchos recordarán también la filmación de esa experiencia riesgosa, pero a la vez hipnótica y fascinante, como se puede definir a su ópera prima Errante, que tras su estreno en junio del año pasado, vuelve a la pantalla del Malba desde el 7 de diciembre, los sábados a las 18. Y como si esto fuera poco, Lestido fue distinguida el martes pasado en la Legislatura porteña, donde recibió la declaración de interés cultural de su film Errante.

Lestido ya había realizado un viaje extenso a la Antártida, del que publicó también un libro inolvidable. En La conquista del hogar, uno puede empatizar enseguida con sus experiencias. Resulta imposible no imaginarse uno mismo en esos gélidos territorios y, como si se tratara de una ficción, el lector también puede preguntarse: ¿Hasta dónde aguanta esta mujer? Por el riesgo, porque todo viaje duro, durísimo, implica pensar, obviamente, en la cercanía con la muerte. A lo largo de las páginas, el lector se preguntará seguramente varias veces: ¿Y si le pasa algo? Pero el proyecto de Lestido también les ofrece a sus lectores y espectadores una experiencia sensorial, donde confluyen la palabra, la fotografía, la imagen audiovisual, la naturaleza en su máxima expresión, la sensibilidad y el pensamiento de una gran artista en uno de los sitios más inhóspitos del planeta. 

Como frutilla del postre, Guillermo Saccomanno escribió el prólogo del libro que refleja el diario de viajes: "Tarkovski se ha referido a menudo al sacrificio como un tránsito necesario para la creación, alusión directa al valor sagrado del arte como experiencia que trasciende lo introspectivo. Pues bien, Adriana va por ese lado. Y, en su caso, el sacrificio deviene revelación. 'Comprobar que lo único que cuenta es poder estar en lo que es', dice ella."

(Imagen: Guadalupe Lombardo)
 

Cuando comenzó el proyecto, Lestido tenía la ilusión de ver las auroras boreales "desde hacía muchísimo tiempo, por la belleza que imaginaba que tendrían y por toda la carga simbólica que también tienen", según cuenta la propia heroína de semejante travesía. "Pensé que quizás en la Antártida podía ver las auroras, pero no porque, en realidad, estuve más cerca del Polo Norte en los viajes por el Ártico que lo que estuve del Polo Sur cuando fui a la Antártida. Las bases en las que uno para no están tan cerca, como a más de mil kilómetros", agrega Lestido. 

-¿Qué significaba este proyecto en esta etapa de tu vida, que vendiste tu casa para poder concretarlo?

-Para mí tenía que ver con la necesidad de limpieza, por un lado, de ahondar por otro y de pasar a otra cosa.

-Cuando decís limpieza, ¿te referís a limpieza interior?

-Claro, yo creo que la creación es limpieza. Es hacer espacio para que baje otra cosa. Me habían invitado a llevar la muestra de la Antártida a Berlín en diciembre de 2018. La muestra iba a estar entre diciembre del 2018 y enero del 2019. Y ahí este dije: "Bueno, es la oportunidad para poder ver las auroras", porque era pleno invierno en Europa. Entonces, saqué por mi cuenta un pasaje a Tromso, que está en el norte de Noruega y es un lugar donde hay más probabilidades de verlas, porque tampoco es tan fácil verlas, más allá que uno está en la época propicia y en el lugar. Es un lugar al que, generalmente, se va también para ver las auroras. Es un pequeño pueblito muy lindo que le llaman "la París del Ártico". Yo estuve en las afueras del pueblo, casi sobre el mar. La idea era grabarlas y estando ahí en Tromso fue muy fuerte lo que sentí, pero más allá de las auroras. Las auroras son muy hermosas y fue hermoso verlas y registrarlas y demás, pero fue muy fuerte lo que sentí por estar ahí, tan cerca del Imán de la Tierra, del Polo Norte. Y ahí fue que surgió la idea de estar alrededor del Polo en las cuatro estaciones. En ese momento era invierno. Yo quería volver a la primavera verano, otoño invierno y otra vez primavera, como para poder expresar el ciclo vital estando en esos lugares. Y ahí fue que vendí la casa para poder costear los viajes.

Errante.
 

-Y como fotógrafa, ¿qué significó trabajar con la imagen en movimiento?

-Fue hermoso porque fue muy natural. La película es muy fotográfica, más allá de que yo quería registrar el tiempo en la imagen, pero el cine también es fotografía, 24 fotogramas por segundo. Mis series siempre fueron muy cinematográficas. Me interesa la fotografía como relato, no como imagen única. Y la película también es muy fotográfica. En los primeros viajes hacía muchos más fotos. Después no tanto, porque fue ganando cada vez más importancia el poder hacer los videos. Me fui dando cuenta de que estaba haciendo una película, porque al principio yo sabía que quería hacer algo con imágenes en movimiento y su sonido, pero podían ser proyecciones, no necesariamente tenía que ser una película. Pero en el segundo viaje tuve claro que estaba haciendo una película. Entonces ponía más la energía ahí, pero la actitud era la que tengo, en general, cuando viajo, que por ahí me planto en lugares a contemplar y, en vez de estar contemplando sola, me plantaba con la cámara. La ponía a grabar y yo miraba con ella, de alguna forma. Ni siquiera era que miraba a través del visor. Sí miraba a través del visor para el encuadre.

-Tanto la película como los libros permiten traslucir la energía con la que encaraste el proyecto. ¿Es una cualidad que reconoces en vos misma?

-Sí, es mi espíritu, está ahí. Es que yo creo que también lo más vital es cuando cuando se une, de alguna manera, la energía de lo que uno mira de uno y lo que uno está mirando, de lo mirado, sea lo que sea: una persona, un árbol, el cielo o lo que sea. Y es muy fuerte lo que pasa porque, al principio, es como un ida y vuelta más espaciado, cuesta más. Y después, de pronto, empiezan a venir las imágenes, que son la unión de las dos energías, que para mí son las imágenes válidas, lo que resuena en mí de aquello que estoy mirando. Y esa comunión es lo que hace que, por ahí, resuene en otra gente, que tenga por ahí una sensibilidad parecida, porque después le da vida propia al trabajo y le permite seguir su camino, más allá de uno. Y eso es lo más importante, es la vida propia que pueda tener lo que uno hace. Eso es lo que le permite crecer en el tiempo y que otra gente se lo apropie. Más allá de lo que vos decís que se siente mi energía -y que es así-, lo que me gusta es que cuando alguien mira, se olvide un poco de quién lo hizo, de que estoy yo ahí detrás con una cámara. De hecho, eso me pasa con la película. Agradezco que exista y la vi millones de veces. Cada vez que la dan en Buenos Aires estoy en la proyección presentándola y la veo hasta el final, no es que la presento y me voy. Me olvido que la hice yo, me conmueve como si estuviera viendo algo de otra persona. Y eso me encanta que pase. 

-¿Y con el libro te pasa algo parecido?

-Lo leí infinidad de veces cuando ya estuvo hecho, más allá de todo el proceso de hacerlo. Cuando ya estuvo hecho, lo leí para ver posibles errores, repeticiones, es decir, todo lo que lleva a hacer un libro. Y cada vez que lo empezaba a leer me llevaba y lo seguía leyendo.

-Decís que el libro es "el viaje interior del viaje exterior". Esto tiene que ver con que volcaste tus sensaciones, tus emociones, tus motivaciones, los temores que atravesaste, ¿no?

-Claro. En realidad, todo es, de alguna manera, la expresión del viaje interior de lo que uno está mirando, pero eso por ahí en las imágenes está oculto. Está la determinada vibración, que cada uno la siente según cómo le pega. En el libro sí está porque es el diario. Fueron cuatro viajes en total. Normalmente llevo diarios, pero en situaciones de viajes escribo mucho más. Y más cuando estoy ahí. En un momento, digo en el diario "Mi compañía de viajes es la cámara", porque son viajes en absoluta soledad, sin compañía ni asistencia, ni producción ni nada. Yo sola con mi alma. Pero no es del todo verdad porque también mis compañeros de viaje fueron los cuadernos. Cada mañana escribía y ahí están mis dudas y mis cosas. Inevitablemente el viaje interior me llevó a la historia de mi vida y, entonces, conecté con mi vida, que es lo que está por detrás de lo que hago.

-Suele decirse que el paisaje es el protagonista. ¿En el libro el mundo exterior está al servicio del interior, como si le propusiera también al lector un viaje introspectivo como el tuyo?

-Sí, es que eso es lo que me interesa y que también pasa con la película. Me lo dijo mucha gente. Celebro, más allá de lo inaudito de que la película haya estado tantos meses en exhibición y que ahora vuelva. Tuvo muchos reincidentes. La gente volvía y veía otras cosas y las conectaba con su historia. Y eso que le pasa a la gente con su vida viendo paisajes del norte del planeta salvaje es fuerte, pero porque también es lo que yo atravesé. Entonces, eso también es lo que, de alguna manera, se transmite solo. Con el libro pasa lo mismo porque yo puedo contar cosas mías, de mi vida, que tienen que ver con lo que soy y lo que estoy haciendo y también con mi evolución como persona, pero es como que eso también resuena. Me pasó con la gente que hasta ahora leyó el libro: se conmovieron. Eso para mí es lo que importa porque no importa nada lo que a mí me haya pasado o dejado de pasar o las circunstancias de mi vida. Importa más lo universal. Y, en todo caso, transmitir algo que conecta al otro con las circunstancias de su vida.

 

-¿Y cómo fue implicarte con el lugar para este proyecto? Porque queda claro tanto en la película como en los libros que no parecés una intrusa en el paisaje...

-Bueno, pero también es mi manera de vivir. La verdad es que, más allá de que lo hice en soledad, pude conocer gente muy buena. Los dueños de la primera primera casa que alquilé en Tromso eran dos personas muy hermosas, que me facilitaron mucho las cosas. Fue muy bueno tenerlos a ellos ahí. El único lugar donde estuve realmente sola, que mis únicos conocidos eran un taxista y unas chicas de un lugar de excursiones fue en las islas Svalbard. Esa fue la parte más dura de todos los viajes. Las islas Svalbard es el lugar habitado más cerca del Polo Norte. Es un lugar realmente duro. Terminé estando un mes por un problema de la visa. Igual, agradezco porque era necesario que estuviera ahí todo ese tiempo. Y fui muy asustada porque es un lugar realmente muy extremo.

-¿Te despertaron muchos misterios los viajes? ¿Sentías a cada uno como un enigma a resolver?

-No sé, yo estoy ahí y me dejo llevar. Uno se abisma, de alguna manera, en los viajes, más cuando se ve en soledad. Y también los viajes tienen la cualidad de alterar la percepción del tiempo. Cambian el punto de encaje, como diría Castaneda. Se producen movimientos internos muy fuertes que son esenciales para poder ahondar en uno, pero que también hay que atravesarlos, son angustiantes. Me asustaba manejar sobre el hielo... Yo no soy muy ágil, llego a donde tengo que llegar como sea, aunque sea en culopatín o de rodillas, pero sabía que iba a tener que trepar montañas, y tener que afrontar muchos desafíos. Hay partes que hice rezando porque realmente era muy peligroso. Por ahí, lo más riesgoso fue el último viaje que fue el de Islandia, que fueron el invierno y la vuelta de la primavera, donde me agarró la pandemia. Fue una bendición realmente pasar la pandemia en Islandia, donde no había un solo barbijo. La idea original era quedarme un mes y terminé tres meses. Pensaba que iba a poder hacer el inicio de la primavera a fines de marzo, porque es durísimo en invierno. Aparte me tocó un invierno muy crudo y recién en mayo, cuando nacen los corderitos, los animales y se va la nieve, se empieza a ver el pasto y se sueltan los caballos, ahí es cuando se siente la primavera. Y gracias a la pandemia pude estar, verlo y registrarlo. Islandia, de movida, es un lugar donde hay más turistas que islandeses, son muy pocos habitantes. El país está muy poco poblado, está solo en el perímetro, adentro es todo hielo. Y se cerraron las fronteras y yo me mandaba con el auto y podía estar manejando tres horas que no veía a nadie, ni siquiera me cruzaba con un auto. Si me llegaba a pasar algo nadie se iba a enterar.

-¿Pensaste mucho en la muerte en estos viajes?

-Sí, yo siempre pienso mucho en la muerte. Creo que la conciencia de la muerte es lo que le da sentido a la vida. Y permite diferenciar lo que importa de lo que no. Yo siento que la muerte está ahí al lado, siempre está presente en mi vida, pero más allá de que la muerte estuvo siempre presente en mi vida, creo que la mejor consejera es la conciencia de la muerte. Y aparte tengo 69 años, cumplo 70 dentro de poco, en enero, y estoy en un momento de mi vida, en que espero poder vivir muchos años más, pero tengo claro que es la curva descendente. Me parece importante ser consciente. El viaje de la vida es hacia la muerte y lo que importa justamente es vivirla lo mejor posible, poder crecer lo más posible como ser humano, como para poder dar bien el pasaje.