Desde Marrakech

La 21° edición del Festival Internacional de Cine de Marrakech transita sus últimas jornadas de proyecciones, mientras algunos de los invitados regresan a sus países de orígenes (o a algún otro festival tardío de esta temporada) y otros pocos arriban a la ciudad marroquí para acompañar sus películas antes de la clausura del encuentro. Entre las funciones de gala, con sus respectivos homenajes y presentaciones sobre el escenario, pudieron verse por estos días dos largometrajes que representan a sendos países coproductores en la lista larga de los premios Oscar, candidatos oficiales a la categoría Mejor Film Internacional. Por el lado de Marruecos, jugando de local, se exhibió la nueva obra del franco-marroquí Nabil Ayouch, Everybody Loves Touda, un clásico relato de lucha contra las condiciones sociales y laborales protagonizado por Nisrin Erradi. La actriz es la encargada de darle vida a una cantante de temas populares en bares de mala muerte que decide abandonar su pequeño pueblo y triunfar en Casablanca como una auténtica sheikha, llevando a los escenarios la música folklórica y poética conocida como aita. Por el lado de Alemania, principal coproductor del film, pudo verse la ganadora del Premio del Jurado en Cannes, The Seed of the Sacred Fig, filmada clandestinamente en Irán por Mohammad Rasoulof, el director de La vida de los demás, y que tendrá un estreno comercial en la Argentina a comienzos del año próximo.

Durante las dos funciones diarias dedicadas a la Competencia Oficial, que tienen lugar en el enorme recinto del Palais des Congrès, el film argentino La quinta tuvo su estreno internacional luego de debutar en el reciente Festival de Mar del Plata. El de Silvina Schnicer es un relato oblicuo, que no teme sumergirse en las aguas de lo perturbador y, al menos durante un tiempo, lo fantástico. Una familia llega a su casaquinta para pasar una temporada de descanso en un complejo tradicional de casas que se resiste a caer en la tentación del barrio cerrado, con sus rejas y guardias de seguridad. Pero apenas arriban descubren que alguien ingresó al hogar, y vivió allí durante algunos días o incluso semanas. Ese es el primero de una serie de acontecimientos que alteran el equilibrio del clan y el del resto de los vecinos. El punto de vista de La quinta no es exclusivo de un único personaje: son el padre y sus dos hijos quienes coinciden con la mirada de la cámara durante gran parte del metraje. Con aires al cine de Lucrecia Martel y otros realizadores contemporáneos que optan por el misterio y la sugestión antes que por el trazo más grueso de la parábola, Schnicer construye una película que desnuda los choques de clases sociales y los secretos familiares, al tiempo que describe el desmoronamiento de una falsa seguridad familiar y social que parecía inquebrantable.

Varios de los largometrajes exhibidos en la sección competitiva, más allá de los diversos abordajes formales y narrativos, compartieron un énfasis en cuestiones sociales y/o políticas, algunas de ellas urgentes, otras enquistadas en las sociedades desde hace décadas o, en algún caso, siglos. Es el caso de Les Tempêtes, debut en el largometraje de la realizadora franco-argelina Dania Reymond-Boughenou, que utiliza las armas del relato fantástico para construir una metáfora sobre las violencias intestinas de un país enfrentado en facciones. A diferencia de Atlantiques, la notable película de Mati Diop, aquí no hay cabida para los eufemismos. Luego de que una serie de tormentas riega las calles con una extraña arena amarilla, los muertos parecen regresar desde el Más Allá pero, como ocurría en Sexto sentido, no parecen darse cuenta de su peculiar condición hasta que las circunstancias los enfrentan con esa realidad. No se trata de cualquier clase de resucitados: todos ellos comparten el hecho de haber sido víctimas de la violencia política, ya sea a manos de un grupo revolucionario o bien de las fuerzas del gobierno. El protagonista es un periodista que pasa velozmente del rol pasivo de investigador al de compañero de un espíritu retornado en carne y hueso, el de su joven esposa.

De corte más realista, rodada de manera ultra independiente y con un reparto de actrices no profesionales, Ma – Cry of Silence, de The Maw Naing, es una coproducción entre seis países, pero fue rodada en el lugar de origen del cineasta, Myanmar, antes conocido como Birmania. Las placas al comienzo de la proyección comparten con el espectador algunos datos sobre la guerra civil que divide al país desde el año 2021, origen de terribles crímenes de guerra que incluyen el asesinato de civiles y la destrucción total de poblados rurales, y el posterior desplazamiento de los sobrevivientes a zonas urbanas. Un grupo de mujeres jóvenes que han sobrevivido a esa violencia dedican gran parte del día a trabajar en una fábrica textil, sometidas al escrutinio salvaje de un capataz sádico, obligadas a coser diversas prendas de vestir en condiciones prácticamente esclavizantes. Es la deuda de dos meses de labor lo que las pone en una situación desesperada, tomando por primera vez las riendas de una huelga efectiva, acompañada de demostraciones en la puerta del taller. Relato de trabajadoras desesperadas, en condiciones de precariedad absoluta, Ma – Cry of Silence no es precisamente un film de sutilezas (el penúltimo plano es un ejemplo perfecto de ello), pero su potencia extra cinematográfica, como denuncia directa, es indiscutible.

La presentación formal del equipo detrás de Happy Holidays, la película del palestino Scandar Copti que tuvo su premiere mundial en el Festival de Venecia, generó una reacción espontánea de una parte del público local al grito de “Free Palestine”. Pero, más allá de la presencia constante, aunque fuera de campo, de los soldados israelíes y una secuencia que culmina con el sonido de una sirena alertando sobre la posibilidad de un ataque aéreo, la historia no está ligada directamente a la situación actual en Medio Oriente. Los protagonistas son una familia de origen palestino y muy buen pasar económico, habitantes de la ciudad israelí de Haifa.

Dividida en cuatro capítulos que se concentran en diferentes miembros del clan y un personaje ajeno a él, Happy Holidays relata, entre otros hechos y circunstancias, la separación del hijo varón de su novia clandestina, una azafata israelí que ha quedado embarazada; el derrotero cotidiano de la hija menor, estudiante universitaria, luego de un accidente automovilístico; y la vida laboral y familiar de la hermana de la aeromoza. A lo largo de dos horas, gracias a un modelo narrativo clásico más allá de los diversos puntos de vista, Copti pasa revista a varios conflictos sociales entre los israelíes judíos y sus pares árabes, el choque de tradiciones y modernidades, y el rol de la mujer en las sociedades árabes contemporáneas. Es precisamente la historia de Fifi, la joven estudiante que se debate entre seguir las normas del noviazgo y el casamiento tradicionales o los ritmos de los deseos personales, donde late con más fuerza el corazón de la película. Como lo señalan los últimos dos planos, es ella la única heroína en construcción del relato.