“Estoy bien. Incluso con un poco de excitación, que es lo que mantiene a uno tocando todos los días”. Frase inicial y contundente de Edelmiro Molinari que corta raudamente camino para contar de qué va su vida hoy, a los 77 años, tras haber superado hace un tiempo dos delicadas intervenciones quirúrgicas. Anda, como se ve y expresa, con muchas ganas que llegue el sábado 7 para llegarse hasta Avenida San Martín 6656 -el Café Berlín- y pasar a los hechos en público, acompañado por la batería y la percusión de Sebastián Peyceré, en un show que decidió llamar Hace más de dos mil años

El nombre, claro, es una resignificación pos siglo XX de aquella visceral e intuitiva gema de Color Humano, su banda en los setenta: “Hace casi dos mil años”. “Lo que estamos haciendo con Sebas radica en una apuesta hacia la libertad total. Me pasa esto porque puedo tocar la viola eléctrica con total libertad, y entenderme con él sin ningún problema. Incluso, yo mismo hago los bajos”, dice el guitarrista, compositor y cantante a Página/12.

Punto 1. Resulta alentadora la manera en que Edelmiro, sutilmente, lleva la palabra libertad hacia un terreno libre de contaminaciones, y le quita así la toxicidad –en otro terreno, pero la palabra es la misma- que está teniendo en estos tiempos raros. Punto 2, lo argumenta: “Hablo de libertad en el sentido de respirar en la música, porque no es una maquinita de ritmo la que acompaña sino que con Peyceré vamos a una cosa de ralentar, acelerar, mover el ritmo tal como uno lo sienta en el momento. Esto es difícil a veces porque las cosas son ensayadas, practicadas al pie de la letra, pero no es nuestro caso”.

Tampoco es el caso revelar qué canciones va a tocar Molinari porque, siguiendo sus palabras al pie de la letra, tal vez no lo sepa ni él. O no lo haya decidido aún. “Es lo único que no voy a decir”, se ríe. “Sí digo que va a ser una noche muy especial, un encuentro de alegría, tocando y viéndonos las caras”. Se descarta que el repertorio centrará su sino en aquellos grandes temas que hizo para Almendra y Color Humano, además de una cosecha solista poco prolífica pero llena de tremendas canciones. “La verdad es que las canciones se realinean solas, porque nunca me pongo a planificar eso. Yo toco siempre lo que me gusta tocar en el momento, la forma de expresarlas tal como lo siento en el acto”.

-¿Por qué “Hace más de dos mil años”, además de reemplazarle el “más” por el “casi” a aquel clásico de Color Humano?

-Porque justamente hace más de dos mil años que pensamos en lo mismo, como dice la letra. Y es esto que siento. Hay que tomar acción y encarar la cosa de una manera diferente, porque hace más de dos mil años y, bueno, la cosa sigue igual o peor. Esto es algo inherente al género humano, sí, es cierto, pero hace falta que deje de ser así, que dejemos de destruirnos de la forma en que lo estamos haciendo. Por eso voy por el amor, por lo que todavía no alcanzamos.

-Una constante, si se quiere, en tu trayecto. Incluso tu último disco Expreso de agua santa, que es bellísimo, expresa patentemente esta búsqueda a la que estás aludiendo.

-Es uno de los discos más lindos del mundo (risas). Justamente en él tocamos “Hace casi dos mil años” con Carca. Pero no solo él, todos los músicos que participaron (Daniel Maza y el mismo Peyceré, entre ellos) lo hicieron con tanto amor y unión, que todo se ve reflejado en el resultado. Por supuesto, voy a tocar varios temas de este disco, porque hay un montón de cosas contenidas en él que me mueven en la actualidad. Para mí, no se trata de recrear las cosas que hicimos hace tantos años. Me encanta ese reconocimiento, sí, pero la vida se trata de seguir haciendo y seguir tocando, porque ya nos vamos a ir borrando como las hojas que se van secando de a poco.

Algún pasado tiene Edelmiro Molinari. Desde aquel 1965 en que compartía albores musicales en Los Sbirros junto a Emilio Del Guercio y el nacimiento de Almendra dos años después, fruto de la unión con Los Larkins (Luis Alberto Spinetta + Rodolfo García), hasta este presente, han pasado seis décadas. En el temprano devenir no solo se transformó en un guitarrista extraordinario, groovero, muy singular, sino también en un cantante de potente y cavernosa voz, y en un fino compositor. Suyas son gemas de Almendra, casos “Color Humano”, “Mestizo”, “Verde llano” y “Aire de amor”. Suyas, también, todas las de Color Humano, aquella banda de sonido viscoso, extraño, maravilloso que Edelmiro armó como si quisiera llevar al paroxismo el clima intenso que le imprimía a los temas compuestos para Almendra. ¿Cómo suenan sino “El Hachazo”, “Humberto”, “Pascual tal cual”, “Cosas rústicas” o la onírica “Sílbame, Oh Cabeza”?

Tras el desmembramiento del trío que tuvo en Rinaldo Rafanelli a su bajista, y en David Lebón primero y luego en Oscar Moro a sus bateristas, Molinari emigró a Estados Unidos, donde hizo muy buenas migas con Ricardo Soulé –tocó el bajo en Romances de Gesta, gran disco del guitarrista de Vox Dei para el que compuso “Vuelo 144” y “El valle del espejo”-, y se nutrió de inspiración tocando con negros bluseros. Tras el retorno de Almendra en el bienio 1979-1980, llegaron su disco debut como solista, secundado por Skay Beilinson (Edelmiro y la Galletita), y la refundación de Color Humano durante los noventa que desembocó en un extraordinario disco en vivo, en The Roxy. Entrado el nuevo milenio, el guitarrista publicó dos trabajos: el predicho Expreso de agua santa y un EP llamado Contacto. “A ver, uno no para nunca de tocar ni de componer. O seguís o te retirás, te jubilás. Yo no conozco cómo es el final de esto, tal vez sea cuando me vaya físicamente, pero mientras tanto estoy al mango, como siempre”, reflexiona Edelmiro.

-¿Cómo es un día en tu vida?

-Amanezco muy temprano y tocando, si es que no toqué a la noche. Me levanto antes que salga el sol, y me encanta ver los amaneceres. Eso decía un blusero ciego. Le preguntaron cuándo le gustaba tocar, y él decía al atardecer y al amanecer. El negro estadounidense vivía en el campo, donde se aprecia con claridad cómo todo se aquieta en esos momentos del día en los que aparece la inspiración. Y es maravilloso eso, porque las salidas y las puestas del sol se te meten en el cuerpo si vivís en el campo.

(Imagen: Enrique García Medina)
 

-¿Cómo se traslada esto al hecho de tocar en esos momentos, pero si vivís en la ciudad?

-Siempre les recomendé a mis alumnos tocar una hora antes de sus quehaceres cotidianos, para que vayan con otra onda a sus trabajos obligados. Esto enlaza con la pregunta, porque lo primero que hago cuando me levanto es agarrar la guitarra criolla… me encanta la intimidad del sonido de sus cuerdas de nylon al amanecer.

-No al amanecer, pero sí has tocado de mañana con Color Humano, en la década del setenta... ¡Escuchar esos temas tan temprano!

-(risas) Sí, se había hecho una movida en el Opera para que pudieran venir los chicos, que no podían venir a la noche, porque eran muy jóvenes. En esa época, los pibes de 13 años no podían salir de noche. Los shows empezaban a las 11 de la mañana, y a las 2, 3 de la tarde todo el mundo se volvía. Una cosa impresionante, la verdad.

-Tenés 77 años, y una vida en la que te han pasado cosas. Sobre todo haber sido parte de Almendra, uno de los grupos pioneros y más amados en la historia del rock argentino. ¿Cómo opera hoy tu vínculo emocional con ese lejano pasado?

-Adoro haber vivido y seguir viviendo momentos a partir de esas relaciones con Luis, con Rodolfo, con Emilio… adoro lo que pasó. La alegría, sobre todo, porque, sí, la nostalgia y la tristeza son parte de la vida, pero si me preguntás qué extraño, por dónde pasa mi nostalgia, te respondo por la alegría, por la forma en que nos divertíamos. Era una alegría muy contagiosa aquella, en aquellos tiempos. Era una gloria cuando nos encontrábamos ocasionalmente con los Manal, o con Pappo, que nos venía a visitar asiduamente. Había una cosa indescriptible a ese nivel. Eso se reflejó a través del tiempo, porque fue sin dudas algo genuino. Algunos se han ido, y nos vamos a ir yendo todos, pero lo que queda es la alegría, es lo que te queda impreso en el corazón, más allá de la nostalgia o la tristeza por los que se fueron. El sueño compartido que tuvimos con Almendra nos deparó una alegría impresionante.

-Han partido ya Rodolfo y Luis. ¿Cómo es tu relación actual con Emilio? ¿Se encuentran?

-No, no nos vemos mucho, pero el vínculo está establecido.

-Vos que venís de otro siglo, ¿Qué pensás de esta sociedad en términos humanos, políticos? ¿Te queda cómodo vivir en este mundo?

-Está muy duro, realmente. Es horrible, espantoso lo que está pasando. Me parece que nadie termina de pagar las guerras y la carnicería que hay en función de creencias, y esto no se para. La tecnología que tenemos da miedo, porque alguno que tenga el bocho pifiado aprieta el botón rojo un día, y acá se termina todo. Esto es algo desesperante. No se puede creer que nos sigamos matando de una forma feroz. Técnicamente, bueno, sí, evolucionamos de una forma impresionante, pero espiritual y moralmente estamos tan divididos que me resulta un espanto. No es una crítica, es lo que siento. Me parece un espanto que se siga hablando sobre quién tiene el cohete más grande para volar al otro. Y nadie mueve un pelo por esto.

-Tal vez sea lo que decís lo distinto respecto de la época en que ustedes eran parte de una resistencia contra la violencia que cundía más y mejor en buena parte la sociedad. De mínima, tenía más efecto.

-Cuando hoy se hacen miles de reuniones en congresos, en la ONU, y eso, y nunca nadie decide ni resuelve nada. Eso es lo que pasa… hablan al pedo. La causa se sabe, el efecto es horrible, pero nadie mueve un dedo en serio. Entonces, nos volvemos ajenos a que mueren miles y miles de niños. Y nadie da pelota.

-Y los antídotos, acorde avanza la humanidad, aparecen cada vez más difusos.

-Es que la economía, si es lo que esperan, no va a parar esto. Lo único que lo puede parar es el corazón, el espíritu de las personas. El amor puede contribuir a la paz, no la economía que, si bien ayuda, lógico, no resuelve nada en lo profundo. Vuelvo al principio: hace más de dos mil años que venimos perdiendo por lo mismo. Me hubiese encantado estar un poco mejor en este milenio, pero la verdad es que no es así. Más bien es al revés.

-¿A qué lo atribuís, grosso modo?

-Tal vez al modernismo del siglo pasado, al avance acelerado que está destruyendo el clima de este mundo, y a lo que dije: la falta de amor. También a que siguen existiendo billonarios, mientras hay gente que se muere de hambre. No puede ser esto. ¿La humanidad no podría lograr una cosa más equilibrada? ¿Por qué un tipo puede tener 500 millones de dólares mientras otras personas se mueren de hambre alrededor? No sé, hay una hipocresía tremenda. El otro día vi una noticia extravagante en la tele. Un tipo le daba de comer langosta con un tenedor en la boca a un perro. Me pregunto, ¿se puede llegar a tanta sordidez? Estamos viendo que se muere gente de hambre en el Africa, en el Este, en nuestro país, en Sudán, yo qué sé, ¡y un tipo le da de comer langosta a un perro en la boca! No lo puedo creer, estamos descajetados en el amor. Es la sordidez de un mundo en el que todo se envasa y se vende. Un horror. Una vez le preguntaron a Albert Einstein con qué armas se pelearía la Tercera Guerra mundial y él contestó: “No sé, pero sí sé que la Cuarta será con palos y piedras”.

-¿Le ves alguna contracara a este panorama apocalíptico?

-La naturaleza y la belleza de los que nacen de las generaciones nuevas que tal vez puedan reflejar esta situación de una manera natural. No sé, en mi caso estoy viviendo unas experiencias con la muchachada nuestra que son increíbles. En este sentido, sí, veo que hay mucho que está todo latiendo, moviéndose.