“Si queremos mantener el déficit cero, todos tenemos que hacer un esfuerzo” dijo un caradura mientras le sacaba remedios a los jubilados. “Todos” resulta un eufemismo para los libertarios. Igual que cuando el coso presidencial grita “¡viva la libertad, carajo” y persigue a palos a los jubilados que protestan, mientras da libertad a las empresas de juegos de azar para quemarles la cabeza a los menores en las redes. O cuando ataca a “la casta de políticos ladrones” mientras ordena cerrar el Senado para proteger al senador Edgardo Kueider, apresado en Paraguay por contrabandear una fortuna.
Cada quien habla como vive. Las pocas sutilezas del engañapichanga en el lenguaje libertario trafica con palabras como “todos”, “esfuerzo”, “libertad”, “corrupción”, “casta” y otras que son usadas para todo lo contrario. “Todos”, en realidad, omite a una elite; “esfuerzo” es sólo para los trabajadores; “libertad” es sólo para los ricos, “corrupción” es en algunos casos sinónimo de políticas solidarias, como los comedores populares, los planes sociales, las jubilaciones o los remedios para los jubilados, pero siempre es la que cometen los que no piensan igual que ellos.
Y “casta” son todos los que no forman parte de ella: estudiantes, jubilados, trabajadores, comerciantes, pequeños y medianos empresarios, todos menos los que forman la verdadera casta integrada por los que nunca pierden y forman parte del poder económico.
Hay confusión cuando las palabras se trastocan. Pero los sentidos en el lenguaje cambian como los paisajes, según desde donde se los mira. No es lo mismo mirar a la sociedad desde abajo, que desde arriba. El sentido de las palabras cambia según los intereses que defienden. Es claro que para un millonario, la educación pública es un robo porque lo limita para hacer negocios con ella. “Esfuerzo” implica para ellos invertir para ganar más. Pero para los trabajadores significa deslomarse para perder menos y dejar que ellos ganen más. Y un buen negocio millonario para ellos nunca es “corrupción”. Sí lo es emparejar las cosas: sacarles a ellos para igualar oportunidades.
Cuando habla Javier Milei hay que entender lo opuesto. Sacarles remedios a los jubilados constituyó un daño profundo a la sociedad, no sólo a los jubilados. Naturalizar la crueldad. Desterrar lo solidario elemental. “Terminamos con la corrupción —dijo un libertario— porque los familiares usaban los documentos de los jubilados para sacar los remedios gratuitos”. El tipo no sabe que las recetas estaban controladas y que las cantidades estaban restringidas, pero tenía que acusar de corruptos a los jubilados.
Por más explicaciones, los jubilados tienen razón porque este gobierno demostró que está ensañado con ellos. Si el problema era sostener el déficit cero, podrían haberle sacado a los más ricos y no a los más vulnerables.
Hay una contradicción entre anunciar que se logró el déficit cero e igual seguir recortando para mantenerlo. No se ve la necesidad de sacar más. Hay una mentira en decir que ya se logró y después decir que para lograrlo hay que sacarle más a los jubilados. El gobierno mintió antes o mintió después.
Si a los millonarios les sacaran la misma cifra que implican los beneficios a cada jubilado, ni se darían cuenta. Tendrían que sacarles más, porque ellos son muchos menos. Ni aun así lo notarían. Incluso si les sacan una cifra proporcional entre su fortuna y los ingresos del jubilado, tampoco sufrirían. Pero un millonario no piensa así. El millonario no lo notaría, pero el jubilado estará pagando con su salud e incluso con su vida.
El gobierno sabe que el tema sensibiliza a la sociedad. El mejor síntoma de que le afecta es que trató de disimularlo con cortinas de humo. El vocero Manuel Adorni anunció que los extranjeros deberán pagar en universidades y hospitales. Fue una burrada a conciencia porque el anuncio no tiene posibilidad de ser aplicado. Fue puro humo para tapar la puñalada a los jubilados.
Es el tipo de sociedad profundamente desigual, hostil e inhumana que tiende a conformarse con el neoliberalismo. Son sociedades donde es difícil la vida para la mayoría. Es cierto también que hay cientos de miles de trabajadores informales que no se sienten afectados por el conflicto previsional, porque avizoran un futuro sin jubilación.
Para ellos tampoco habrá beneficios en la sociedad de los libertarios. Les molesta poco lo que pase con los jubilados y agradecen una supuesta, súperpublicitada y proclamada baja de la inflación. Pero es la inflación más rara del planeta. Cuanto más baja, en relación más bajan los salarios y las jubilaciones, pese a que aumentan la electricidad, el gas, la nafta y el transporte y hasta los alimentos. Pero la inflación baja. Todo aumenta, pero la inflación baja. Es una inflación rara. No alcanza la explicación de la canasta anacrónica. También bajó el dólar, pero los precios no bajaron, ni siquiera los que aumentaron cuando el dólar subía, o sea: todos. Por supuesto la inflación es más baja que la inducida cuando el gobierno devaluó el 118 por ciento, pero tiene que ser más alta de la que dicen.
Más allá del dibujo, la carestía de la vida es muy alta. Y eso corre para el trabajador formal como para el de la economía informal. Si el jubilado no tiene plata en el bolsillo, si el trabajador sindicalizado tampoco, el chofer de Uber y el mensajero del Rapi tendrán mucho menos trabajo. La suerte de ambos mundos está ligada por el funcionamiento del mercado interno que están destruyendo los libertarios. No es un sector el que está sufriendo sino todos los que interactúan y se relacionan en el mundo del trabajo y la producción. Solamente se salva una elite muy reducida.