Si es posible incluir al jazz producido en la Argentina entre las músicas de mayor vigor creativo de los primeros lustros del siglo XXI, es porque en sus entornos abundan artistas talentosos. Y también porque hay sellos discográficos especializados dispuestos a apostar por ellos. BlueArt Records, creado en Rosario hace quince años, es una de las marcas que acompaña y estimula mucho de lo bueno que en materia de jazz y alrededores sucedió en el país. Lo documentan los casi noventa títulos de un catálogo de concepción abierta y estética precisa, en el que se inscribieron nombres como los de Gerardo Gandini –que con sus Postangos en vivo (2003) ganó un premio Grammy–, Ernesto Jodos, Horacio Fumero, Leo Genovese, Horacio Larrumbe, Paula Shocron, Guillermo Bazzola, Adrián Abonizio, Joel Tortul, Eduardo Elía, José Reinoso, Jerry González y Federico Lechner, por nombrar solo algunos. Hoy a las 20 en la Cúpula del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), BlueArt Records terminará de celebrar en Buenos Aires sus primeros 15 años, ya que en diciembre cumplirá 16. Actuarán Ernesto Jodos, con pasajes de sus solo piano editados en este sello –Solo (2004) y Actividades constructivas (2014)–, y el guitarrista, pianista y compositor franco-argentino Jorge Migoya, que presentará, junto a Fermín Suárez en contrabajo y Julián Ribeiro en batería, los temas de Cuando el alba, el disco recientemente publicado por el sello creado y dirigido por Horacio Vargas.
“Bella marginalidad”, es el término que le gusta usar a Vargas para ubicar al jazz en el contexto general de las músicas y su circulación. Desde ese lugar despliega el criterio estético de su sello. “Publico lo que me gusta, arbitraria y egocéntricamente”, dice en tono de broma. “Apuesto a la calidad, a la originalidad, a la música que moviliza y dice algo. El primer eslogan del sello fue ‘La escucha necesaria’. Demasiado cool, ¿no? Después lo suplantamos por otro más claro: ‘Esta es nuestra música’, el título de un disco de Ornette Coleman, que si bien no es muy original me pareció toda una declaración de principios”.
Como a la mitad de los rosarinos, también Vargas quería ser el 10 de Central, pero la suerte salió por el lado del periodismo gráfico. Fue corresponsal en Rosario de El Periodista y PáginaI12, y más tarde estuvo entre los fundadores de RosarioI12, diario del que actualmente es jefe de redacción. “Cuando entendí que me estaba aburriendo del periodismo, abrí otros caminos: la producción discográfica y de espectáculos, la escritura. En fin, le di bola a mi pasión por la música y a mis impulsos de emprendedor enfermizo”, dice Vargas, que a los 20 años invirtió el primer sueldo que cobró en una agencia de publicidad de Rosario en la creación de una revista subterránea, Smog. “Esa revista ahora se estudia en la universidad pública como parte de las publicaciones gráficas que resistieron los últimos estertores de la dictadura militar”, cuenta. Varios años después, en diciembre de 2001, en un país en llamas, entre saqueos, paros y cacerolazos, presentaba en el teatro del Centro Cultural Parque de España en Rosario el primer disco del sello. “Contrastes, del dúo de saxo y piano de Olivera-Lúquez, que no era cualquier dúo –recuerda–. Los tipos resumían en sus arreglos originales y atrevidos la obra nada menos que de Astor Piazzolla. Contra todo pronóstico, el teatro se llenó. ‘La música es sanadora’, me susurró a la salida del concierto un psicólogo amigo”.
–¿Resulta difícil difundir jazz desde Rosario hacia el resto del país?
–Sí. El centralismo porteño es un hecho histórico. Desde el interior, todo es más difícil a la hora de emprender un sello discográfico, más si es uno especializado en jazz argentino. Pero debo reconocer que el paso del tiempo, la calidad de nuestro catálogo, reconocida por propios y extraños, y los premios obtenidos, nos ubicaron en un lugar importante pero pequeño de la escena jazzística independiente en la Argentina.
–¿Cuál cree que ha sido el logro mayor del sello en estos años?
–Los vinos compartidos con Gerardo Gandini y Ernesto Jodos –pianistas que sobresalen en nuestro catálogo– después de los conciertos que brindaron en todo el país. ¡Lo que aprendí de sus vidas! Seguramente es un logro también haber grabado a jóvenes músicos de jazz que tenían algo para decir más allá de la comodidad de repetir standards como una fórmula aburrida en un pequeño salón. Y también es un logro creer hoy como en el primer día en un proyecto discográfico empecinado en oír lo que otros no oyen. La prensa internacional y nacional coincide en que tenemos un catálogo exquisito. Eso me ruboriza y me hace feliz. Este año vamos a llegar a los 90 títulos publicados en 15 años y seguimos descubriendo grandes músicos de jazz que expresan el gran momento del género en el país.
–¿Cómo imagina el futuro de un sello independiente?
–Los sellos independientes, como los libros, vamos a seguir existiendo. Cada uno se adapta a las plataformas digitales como más le conviene. Nuestro catálogo está disponible en sitios como iTunes, Amazon y en Spotify para su escucha y compra. Y yo sigo apostando al disco físico, para que esté en las disquerías que tiene que estar y que nuestros artistas puedan presentarlo en vivo todas las veces que sea posible. Apelo además a las redes sociales como amigas de la difusión y a que el Estado –nacional, provincial o municipal– cumpla con la promoción cultural. Y a que, como siempre y por sobre todo, el jazz resista desde su bella marginalidad.