Isabella Rossellini es una entrevistada muy considerada. Proporciona nombres completos, fechas exactas y contexto histórico, como si verificara los hechos por mí en tiempo real. "Quizá tenga que explicar a sus lectores que mi madre fue una gran estrella de Hollywood", dice al principio, con ese inconfundible ronroneo continental. "Se llamaba Ingrid Bergman". Como si el rostro de Rossellini, tomado más o menos al por mayor de la estrella de Casablanca, no fuera suficiente pista.

Si hubiera hablado con Rossellini hace décadas, unos diez años antes de que traumatizara al público en Terciopelo azul, de David Lynch, quizá no se habría mostrado tan comunicativa. Por aquel entonces, sentía que su linaje era más bien un obstáculo. Estaba Bergman, sí, pero también su padre, el cineasta neorrealista italiano Roberto Rossellini.

"Mamá deseaba tanto que yo fuera actriz", recuerda ahora esta mujer de 72 años, vestida con blusa y pantalón negros en la suite de un hotel londinense, con los dedos jugando con el collar de perlas que adorna su cuello. "Pero había tanta prensa, tanto juicio. Mi madre estaba muy consolidada y yo tenía miedo de que me compararan con ella. Nunca podría ser tan buena como ella".

Bergman había pedido a Rossellini, que entonces tenía 24 años, que interpretara a una monja que esperaba junto al lecho de muerte de su personaje en Nina (1976), un musical surrealista también protagonizado por Liza Minnelli. Hubiera sido interesante que su personaje tuviera la sensación de estar alucinando con su yo más joven, pensó Bergman. Esas caras gemelas... más valía utilizarlas. Rossellini dudaba, pero Bergman insistió. "Dijo que era ridículo que me sintiera intimidada por ella", continúa Rossellini. "Me dijo: 'sí, puede que al principio nos comparen, pero pronto tendrás tu propia obra y te juzgarán por eso'".

Pero a Nina (A matter of time en el original) no le fue bien. "Fue duro", se lamenta. "Los medios me juzgaron muy mal. En mis primeros papeles, la verdad. Pero luego se calmaron". Deja escapar un gran suspiro de alivio. "¡Y ahora me ofendo si no me preguntan por ser la hija de Ingrid Bergman!".

Hablamos de monjas porque Rossellini vuelve a interpretar a una, y esta vez con mejores críticas. "Gracias a Dios", se ríe. Es una auténtica devoradora de escenas en Cónclave, un delicioso thriller de misterio sobre un grupo de despiadados sacerdotes católicos que eligen a un nuevo Papa. Ralph Fiennes es el cardenal que organiza el cónclave, con Stanley Tucci y John Lithgow entre los candidatos. Rossellini es el comodín: la ambigua Hermana Agnes, que puede poseer valiosos secretos.

"No habla mucho, pero ve, escucha y juzga", explica Rossellini, pronunciando cada palabra con una gravedad penetrante. "Es una sombra. Una presencia constante. Sabe que no tiene autoridad. Hasta que, ya sabés, habla". En las proyecciones de los festivales, una escena hacia el final de la película -en la que la perpetua presencia de su personaje resulta muy significativa- ha suscitado vítores y jadeos entre el público. "Dice lo que todo el mundo piensa", sonríe Rossellini. Al igual que la Hermana Agnes, no hay más que decir.

Cónclave parece el punto álgido de unos años extraordinarios para Rossellini, que se ha convertido en una especie de reina del cameo. La película llega justo después de sus aclamados papeles en La quimera, el fantástico film coprotagonizado por Josh O'Connor dirigido por Alice Rohrwacher, y en la película de animación de culto Marcel the Shell with Shoes On, en la que ponía voz a una anciana concha marina antropomórfica. La surrealista película de Adam Sandler para Netflix Spaceman y la extraña comedia Problemista también han contado con su presencia últimamente.

"Estoy muy agradecida", dice. "El cine ha vuelto". Cuando el trabajo de Bergman empezó a escasear al llegar a los cuarenta, advirtió a su hija de que era algo a lo que ella también se enfrentaría algún día. Para combatir su depresión en Hollywood, Bergman se trasladó a Londres para trabajar en el teatro. "Porque en el teatro, decía, estás tan lejos del público que puedes seguir interpretando al interés amoroso, ¡no hay primeros planos!".

Cuando Rossellini entró en crisis a finales de los años noventa, se mantuvo ocupada estudiando la ciencia del comportamiento animal. Realizó extravagantes cortometrajes sobre la vida sexual de los insectos, basándose en lo que le habían enseñado, y los tituló Green Porno. Después compró una granja de 12 hectáreas cerca de Long Island (Nueva York), donde sigue cuidando de muchos animales. La vida en la granja le ha traído nuevos e inesperados seguidores: su Instagram, donde muestra pruebas cotidianas como "intentar comer una ensalada en presencia de ovejas", hace las delicias de casi un millón de suscriptores. "Ahora la gente me habla de la granja tanto como de mamá y Casablanca", se ríe.

Hoy confiesa sentirse agotada. "He vuelto a tener una pesadilla con la granja", dice. Su primera noche en Londres coincidió con una tormenta que azotaba Florida. "Es la otra punta del país para mí, pero me desperté diciendo: '¡Dios mío, no tengo un plan de emergencia para mis animales si tenemos un huracán!". Una vez terminada su ronda de prensa por Cónclave, está decidida a solucionarlo. "Tienen un pequeño cobertizo, pero no quiero que suban como El Mago de Oz, ¿sabés?".

Hay algo bastante místico en Rossellini. Debido a su filiación, Rossellini parece tender un puente entre el cine clásico y el moderno. Y, debido a sus relaciones más famosas, tiende un puente entre los inicios del Nuevo Hollywood y las muchas décadas de cine en las que influyó; cuando trabajaba exclusivamente como modelo en los setenta, se casó con Martin Scorsese, entonces recién salido de Taxi Driver. Tras su ruptura, empezó a salir con David Lynch. Durante años orbitó alrededor de algunas de las mentes más brillantes del cine.

"El interés común es atractivo", sonríe. "Sienten un profundo amor por el cine, algo que yo también siento, así que, por supuesto, me sentí atraída por Marty y David. Pero también había cierta familiaridad en el estilo de vida, es bastante inusual. Viajás por todo el mundo. Estás ausente mucho tiempo. Pero debido a mis padres no era intimidante para mí. Era a lo que estaba acostumbrada" (Más tarde estuvo comprometida con Gary Oldman, pero actualmente está soltera).

Aunque Rossellini no empezó a actuar en serio hasta después de divorciarse de Scorsese en 1982, tras cuatro años de matrimonio, tenía la sensación de estar siempre creando personajes. "Richard Avedon me dijo que ser modelo es un poco como ser una estrella del cine mudo", recuerda. "Me decía: 'No estoy fotografiando una nariz bonita, estoy fotografiando emociones, y vos me estás transmitiendo toda esa emoción delante de la cámara'". Avedon estaba convencido de que ella podía actuar. "Me dijo que lo único que tenía que hacer era agregar una voz a lo que ya estaba haciendo".

Sin embargo, esa voz resultó problemática al principio. Es una de las cosas que más le gustan de su reciente renacimiento como actriz: ahora su acento es una ventaja. "Cuando era más joven, sólo oía quejas al respecto", recuerda. Me decían: "Queríamos contratarte, pero se trata de una familia de personajes, ¿por qué iba a hablar un miembro de la familia de forma diferente a los demás? Pero, de repente, la gente quiere mi voz".

Tanto Marcel the Shell with Shoes On como Los Increíbles 2, de Pixar -donde interpretó a una dignataria extranjera- buscaron a Rossellini para que interpretara a personajes de tierras "inventadas". "Querían que tuvieran orígenes fantásticos, o un acento que no estuviera vinculado a nada". Es cierto: Rossellini tiene una voz que lo mismo puede ser italiana que francesa o americana. Incluso del espacio. "Así que ahora lo hago todo", dice. "Puedo hacer de embajadora y de concha marina".

Terciopelo azul.
 

Pero a Rossellini siempre le han atraído los papeles que desafían una explicación sencilla. Cuando Lynch le pidió que interpretara a Dorothy Vallens en Terciopelo azul, una cantante de salón brutalmente maltratada por su amante psicótico (Dennis Hopper) y que cae ella misma en la locura, sabía que otros ya lo habían rechazado. "Él quería mucho a Helen Mirren", recuerda. "Pero Helen no quería hacer la película porque era controvertida. A mí me gustaba mucho el guión, pero entendía lo que quería decir".

Scorsese, entonces un buen amigo, insistió en que le diera una oportunidad a Lynch. "Me dijo: '¡Dios mío, no lo dudes! ¿Has visto Eraserhead?' -en ese momento yo sólo había visto El hombre elefante, que era una película mucho más tradicional-. Marty dijo: 'OK, El hombre elefante está bien, pero Cabeza borradora es otra cosa'". Se ríe a carcajadas.

Lynch y ella hablaron durante horas sobre el personaje de Dorothy, cómo se había acostumbrado tanto a la violencia sexual que había empezado a representarla ella misma, e incluso a disfrutarla. "Empecé a sentirme segura de que podía interpretarlo", dice. "Leí libros sobre el síndrome de Estocolmo y sobre las mujeres que han sufrido años de abusos extremos: llega un momento en que empiezan a autoinfligirse dolor. Pensé que Dorothy sería una de esas mujeres". Hace una pausa. "Por eso, creo, Terciopelo azul fue tan controvertida. Dorothy era una víctima, pero también la perpetradora, y era la primera vez que muchos veían algo así."

Rossellini ya era una modelo de fama internacional, habitual de las portadas de las revistas y rostro de Lancôme. ¿Seguro que fue muy valiente pasar de posar en Vogue a realizar una intensa degradación en la pantalla? "No creo que fuera valentía", sugiere. "Quizá fue más por tradición familiar". Rossellini se refiere a la decisión de su madre de trabajar con su padre, italiano, en la cima de su fama en Estados Unidos y justo después de la Segunda Guerra Mundial. "Los italianos eran los enemigos en aquel momento, y se les asociaba tanto con ser aliados de los nazis", dice. "Así que creo que crecí con ese increíble sentido de la aventura y la experimentación".

Además, estaba tan acostumbrada a que le dijeran que no que siempre pensaba, ¿qué demonios? "Me sentía marginal", dice. "El acento, mi edad: empecé a actuar a los 30 años. Tenía la sensación de que nunca tendría éxito, así que ¿por qué no probar esto y aquello?".

Recuerda un día en el set de rodaje de 1992 de La muerte le sienta bien, la comedia fantástica de culto en la que interpretaba a una hechicera sin edad que proporcionaba la eterna juventud a Meryl Streep y Goldie Hawn. Se dio cuenta de que su director, Robert Zemeckis, de Volver al futuro, parecía abatido. "Le pregunté: 'Bob, ¿qué te pasa?' Me contestó: 'Tengo el peso del mundo sobre mis hombros'. Y es verdad. Cuando tenés mucho éxito, esperan que sigas teniéndolo. Pero cuando sos experimental, sólo esperan que experimentes, y es fantástico".

Por eso hace lo que hace.

"No tenés esas expectativas puestas en vos", dice. "Así que no, no fue el valor lo que me trajo aquí. Fue querer divertirme".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.