“La palabra wichí no tiene plural, porque wichí es el plural”, remarca con énfasis Osvaldo Villagra mientras sin quererlo, deja una metáfora que pinta entero a su pueblo, aquel que piensa verdaderamente de manera comunitaria, que se expresa y toma decisiones en conjunto.
Hoy Osvaldo tiene 36 años y trabaja en la Municipalidad de Salta como facilitador intercultural, o guía bilingüe, recorriendo los diferentes hospitales e instituciones que se encuentran dentro del radio de la ciudad capital, guiando y acompañando a sus hermanos del Chaco salteño que no hablan el castellano.
Osvaldo es el único facilitador en toda la ciudad atendiendo los cientos de pedidos cotidianos de ayuda y apoyo para poder entender un diagnóstico, hacer un trámite, saber como abordar un colectivo o simplemente, tomar un mate y hablar en lengua para que aquel hermano llegado por una urgencia, se sienta acompañado en la extrañeza que plantea la ciudad.
La sabiduría y templanza que hoy desarrolla Chiqui, como también le dicen cariñosamente sus más cercanos, fue forjada ahí donde dió sus primeros pasos, en La Puntana, comunidad ubicada en el extremo noreste de la provincia de Salta, pegada al hermano país Bolivia y también muy cerca de la frontera con Paraguay.
“En La Puntana me crié, ahí nací en las manos de una partera empírica como pasa en la mayoría de las comunidades. Los que tenemos más o menos mi edad, mi generación, nacimos en las casas con la ayuda de una partera empírica. Ella se llama Amalia y aún vive, sería como la madre de toda la comunidad”.
“Antes de ingresar a la escuela hablamos en idioma en nuestra comunidad, en nuestra casa, y ahí se inculca todo lo que tiene que ver con los saberes ancestrales y con la mitología desde muy temprana edad. Después llega un momento donde las personas son escolarizadas y en esa etapa es donde por primera vez nos encontramos con la lengua castellana”, comienza Villagra relatando unos de los primeros choques culturales por los que transitan.
El facilitador intercultural hacé énfasis en esta etapa de la vida que resulta muy compleja para la gran mayoría de su pueblo. “Y ese acercamiento es muy limitado, porque el docente no es de la comunidad y habla exclusivamente español, entonces tenemos un maestro bilingüe desde Jardín hasta tercer grado que nos sirve para la comunicación con el maestro. Entonces la comunicación no es directa, hay un intermediario, porque el maestro bilingüe sería como el traductor porque entiende lo que quieren decir los chicos, como, por ejemplo, pedir para ir al baño”.
Los de la generación de Osvaldo fueron testigos directos de un gran cambio que se dió en la comunidad cuando en 2005 llegó el tendido eléctrico. “Fue un gran impacto. Antes la gente se alumbraba con el fuego, no había televisión ni líneas telefónicas, se vivía como en el campo, de hecho, cuando comencé a cursar el polimodal todavía no había escuela secundaria en La Puntana, el secundario más cercano era en Santa Victoria (Este), que queda a 45 kilómetros, pero tuve la suerte de que cuando estaba en los años finales, se creó el colegio”.
Al compás de este proceso de grandes cambios que comenzaron a generar nuevas opciones y complejidades comunitarias, Osvaldo tuvo la oportunidad de ser de las primeras camadas de estudiantes secundarios recibidos en la misma comunidad. “Como era todo muy nuevo y el único edificio que había era un edificio que había funcionado como iglesia, solamente del aula gozaban los chicos de primer año, de segundo en adelante no, entonces nuestras aulas fueron hermosos algarrobos. En tiempo de calor nos refugiaban, y en tiempo de lluvia, se suspendían las clases porque no teníamos aula”.
Cursando el tiempo final de su escolaridad, Osvaldo recibió la posibilidad de estudiar en la capital provincial. “Tomar la decisión de venir a estudiar a la ciudad fue muy duro, además era una decisión no solamente mía, sino que era en colectivo. Mi madre no quería, pero tuve el apoyo de mis hermanos y de mi viejo también, y después, de la comunidad en general porque visitaba casa por casa charlando y preguntando. Algunos me decían que por qué iba a abandonar a mi familia, y otros me decían que había que intentarlo, había que probar y que si no funcionaba, las puertas de la comunidad estaban abiertas para volver”.
Aunque parezca una extrañeza para la mirada citadina y occidental, “en nuestras comunidades estamos acostumbrados, es cultural, el sentido comunitario de que si yo pertenezco a la comunidad, hay decisiones que no son solamente de la familia, sino que también se las toman con el conjunto de la comunidad”.
Aquella oportunidad, que Osvaldo consultó con los suyos, era una posibilidad que llegaba a través de la Universidad Nacional de Salta (UNSa), para llegar a Salta y estudiar en esta casa de estudios. “Primero llegaron a la comunidad desde una cátedra de la Universidad para contarnos. Era la primera vez llegaban de esa manera, y nosotros nos preguntábamos ‘¿qué es UNSa?', nunca habíamos escuchado, a nosotros nunca nos habían hablado, ningún profesor nos comentó que había una Universidad. Hay como una idea de que lo mejor es quedarte en la comunidad, terminar tu estudio, juntarte, casarte, tener hijos, aprender a pescar, a cazar, esa es la vida. Y justo con mi grupo éramos muy curiosos, así que fuimos cuatro que vinimos a Salta”.
Si bien las primeras inclinaciones en general eran hacia las ramas de enfermería por las necesidades que aparecían fuertemente en las comunidades, diferentes interrupciones o fallas en el ida y vuelta con las autoridades de la Universidad, hicieron que Osvaldo quedara inscripto en Ciencias de la Comunicación. “Nos comunicábamos con la gente de la UNSa a través del celular del director de la escuela, ese era el único medio que teníamos, y como ya terminaba el ciclo lectivo, el director se volvía a su casa”.
Con esa incertidumbre pero con la certeza de que el acuerdo firmado haría que los cuatro jóvenes estudiantes llegaran a Salta, esperaron una nueva comunicación. “Cuando llegamos a Salta, era todo muy difícil. Por ejemplo, nos pedían un certificado médico, carnet de vacunas, y todo eso lo teníamos que buscar en nuestra comunidad y en ese tiempo de los primeros meses del año, es época de lluvia, son tiempos de las inundaciones y se cortan los caminos. Así que llegar a un papel era una odisea para nosotros “.
Una vez comenzada la carrera el apoyo fue constante, sin embargo, el choque cultural se hacía sentir. “Teníamos como diez personas acompañándonos, pero el tema era el idioma, la velocidad, era difícil. Venía uno, nos explicaba, no entendíamos, venía otro, nos explicaba, y otro y otro, terminábamos muy aturdidos, aunque ellos lo hacían sin duda con la mejor voluntad de apoyarnos para enseñarnos”.
Facilitador intercultural
“Llevaba más o menos un año en Salta, ya manejaba el tema de los colectivos, el traslado, y un día fui a visitar a un pariente que había llegado internado al Hospital San Bernardo. Yo estaba ayudando a mi prima a hacer unos trámites fuera del hospital y de a poco comenzaron a acercarse más personas para saber si podía ayudarlos. Cada vez se sumaba más gente que estaban acá y me iban conociendo. Después se volvían a la comunidad y si a un pariente lo derivaban a Salta, siempre me llamaban para que los ayude con trámites de PAMI, ANSeS. Así comenzó todo”.
La pura práctica y la voluntad de acompañar a los suyos, comenzó a escribir el camino de Osvaldo. “En 2014 se promulga la Ley provincial 7856, que crea la figura de facilitadores interculturales en los espacios de salud, y esa misma ley se toma y sale una ordenanza dentro de la Municipalidad de Salta donde aparece la figura de guía bilingüe de pueblos originarios”.
Con la experiencia previa de acompañar a sus hermanos, se postula en 2016 a un concurso para el cargo en la municipalidad. Es en este momento cuando su trabajo comienza a formalizarse recorriendo los cincos hospitales públicos de la ciudad y algunas clínicas privadas donde permanecían internados pacientes provenientes de pueblos originarios, particularmente del Chaco salteño.
“La importancia del facilitador es fundamental por la comunicación, ser interlocutor entre el profesional de la salud y el paciente, o el acompañante, y ayudarlos en diferentes temas que a veces son muy básicos pero complicados a la vez como, por ejemplo, cómo manejarse en la ciudad, dónde quedan las distintas entidades para realizar trámites”.
Si bien el Hospital San Bernardo es uno de los que recibe mayor demanda, otro caso donde Osvaldo es muy requerido, es el Materno Infantil,. “Las madres no hablan castellano o no tienen manejo fluido, y eso es muy complejo. Me pasó a mí que pensaba que sabía español y cuando llegué, la terminología que usa el médico, el diagnóstico de la enfermedad que padece la persona, es complejo, hasta a la gente de la ciudad le cuesta entender”.
“Una de las dificultades también está en el tema de la comida”, hace énfasis Villagra, “el menú que ofrece el hospital, por poner un ejemplo, una tarta de verdura, la gente no lo va a comer, simplemente por el hecho de que no lo conoce, o si lo come le hace mal porque su organismo no está acostumbrado. Como experiencia personal, la primera vez que llegué a Salta comía milanesa y me hacía mal, uno no está acostumbrado”.
"Eso genera muchas quejas también del personal del hospital, porque me llamaban para decirme ‘esta señora no come”. "Recuerdo una integrante de la comunidad que me decía ‘vos imagínate si las cosas fueran al revés y tienen que comer de repente lo que comemos allá, un alimento autóctono, obviamente va a haber cosas que no le van a gustar y no está obligado a que coma’. Entonces mi apoyo es a veces simplemente eso, tratar de explicarle estos temas a los médicos”, cuenta ahondando sobre este tema.
Y, entre otro de los aspectos más complejos que genera el encuentro cultural, “es el tema del tiempo. El médico se maneja con su tiempo al reloj, porque tiene que atender a una persona y después atender otro y así, son muy definidas las horas en la ciudad. Pero en el caso nuestro el tiempo no lo manejamos por el reloj, y eso es lo que yo siempre trato de explicar. En nuestras comunidades si un pescador va al río, no importa el tiempo que pase, la cuestión es que pesqué algo. Si pescó apenas pisó, se vuelve a su casa, pero por ahí ese tiempo dura todo el día”.
En relación a la mensura y forma de transitar el tiempo, Osvaldo agrega: “Si te hacen una pregunta, uno va procesando en nuestro idioma, me están haciendo una pregunta y yo trato de entender la pregunta en mi idioma, es un doble trabajo, y esa respuesta a veces demora, y la persona que me está preguntando ya viene con otra pregunta, y en la ciudad muchas veces ese espacio de silencio que nosotros necesitamos, molesta”.
“Las personas que acompaño no importa que sean de la misma comunidad, porque en la región compartimos la misma cosmovisión, el mismo idioma, es como si los hubiera conocido de hace tiempo, porque todas las cosas que me dicen, me son familiares, todo lo que tiene que ver con su contexto, sus problemas, tanto en su salud como lo que pasa en la comunidad”, remarca Villagra.
Los sueños de Osvaldo al llegar a la ciudad se escribían en letras mayúsculas, y si bien esa pelea sigue vigente, comenzó a comprender que la realidad es compleja. “Cuando uno llega a la ciudad trae el entusiasmo de cambiar las cosas. Después va entendiendo que los procesos son más largos y si bien uno sigue ese camino para transformar la realidad y hacer que la gente pueda vivir de otra manera, solucionar las situaciones, sabemos que estamos luchando contra un monstruo grande que es el sistema”.
Centrando su reflexión en el sistema de salud, Villagra resalta: “Hay cosas que se pueden hacer de a poco, ir hablando con la gente, concientizando y aportando para cambiar las situaciones. Porque el problema más grande que tenemos en nuestra zona es que no hay atención primaria (de la salud), y así siempre va a ser una dificultad porque la persona que llega a Salta está entre la vida y la muerte porque su enfermedad está muy avanzada”.
Afincado hace casi 15 años en la ciudad de Salta, transitando una pausa en los estudios por razones económicas y de trabajo, Osvaldo añora su tierra y disfruta cada regreso a La Puntana. “Lo primero que hago es conseguir un pescado, comerme un rico pescado. Voy al río o si me entero que alguien tiene, voy directo. Después, me encanta visitar gente que uno conoce, siempre me gustó desde muy joven estar con la gente grande. Llego a la casa de mi vieja, me instalo, y al otro día voy visitando casa por casa hasta la noche, conversando con la gente, algo que me gusta mucho”.
Osvaldo continúa su titánica tarea diaria como único facilitador y guía bilingüe, yendo de aquí para allá, acompañando a sus hermanos y hermanas, quienes, con el padecimiento de una enfermedad a cuestas, llegan a la ciudad para recibir atención médica.
Hacia el encuentro cotidiano con sus hermanos camina Osvaldo, siempre dispuesto a facilitar un trámite, extender la mano o entablar una charla en lengua materna que los haga sentir un poco más contenidos en el enjambre de la ciudad que los abruma, así como también para dejar claro que no existe una sola manera de ser y hacer, mucho menos en Salta, donde habitan al menos trece pueblos y se hablan ocho lenguas diferentes.