Jorge Luis Borges paseó a sus lectores por los arrabales porteños, muchos de los personajes de Julio Cortázar recorrieron las calles parisinas, Manuel Puig creó un itinerario íntimo por General Villegas y sus chismes. En Ir a La Habana (publicado la semana pasada por el sello Tusquets), Leonardo Padura invita a un paseo fascinante por su ciudad natal. 

Se trata de una declaración de amor a La Habana. Pero no expresa nada parecido a un amor ingenuo ni incondicional. En todo caso, es la culminación de una pasión conflictiva, atravesada por desasosiegos, angustias y el desgaste de casi 70 años en los que tanto a Cuba como a Padura le han pasado cosas. No por casualidad, el autor de El hombre que amaba a los perros señaló que éste es el libro que siempre había querido escribir. De hecho, este trabajo literario, su espíritu, su ambiente, ya estaba de algún modo en sus obras anteriores. 


Muchos sostienen que no existe mejor guía que Padura para conocer La Habana. Un GPS emocional, artístico, literario y político. Él es quien mejor ha sabido tomar el pulso de la ciudad con sus ritmos y, a lo largo de diferentes épocas y novelas, fue consolidando esa destreza. En este volumen, Padura (o su alter ego, el detective Mario Conde) ofrece un paseo autobiográfico por los barrios habaneros: el recorrido comienza en Mantilla y se expande hacia otras zonas del mapa. 

En cada uno de esos barrios, la historia aparece intervenida por algunos fragmentos de su obra ficcional. La segunda parte reúne varios reportajes que iluminan aspectos novedosos de su producción literaria y de su vida personal.