La frase está en un collage de Max Cachimba: “Milagro de las tintas”. Una página que está en la entrada de la sala de exposiciones del Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Una página pequeña, de violetas y rojos intensos, hecha en collage en 1994 (cuando empezaban a brotar los fanzines comiqueros que serían primavera tres años más tarde), una página explosiva, en la que Cachimba parece querer incluirlo todo. Y la exposición que retoma su frase, El milagro de las tintas. Colección de historieta y humor gráfico de la Biblioteca Nacional también quiere mostrarlo todo: el profundo (y bello y querible) acervo de la historia del noveno arte en la Argentina, al menos del que en los últimos doce años consiguió reunir –con mucho esfuerzo y dedicación- el equipo del Centro.

La exposición, que se exhibirá hasta diciembre del año próximo, tendrá renovaciones parciales a lo largo de los meses. “No nos entra todo lo que queremos mostrar”, confiaba a Página/12 días antes de la apertura José María Gutiérrez, uno de los fundadores del Centro y curador de El milagro de las tintas. Gutiérrez está orgulloso –y con buenos motivos- del trabajo que se realiza desde hace más de diez años en su oficina. “Y conseguir todos estos materiales no le cuesta un peso a la Biblioteca”, destaca cuando le preguntan. “Todas son donaciones patrióticas”. Durante la inauguración, el propio Gutiérrez retomó esa idea y celebró el trabajo incansable en ese sentido de su compañera Judith Gociol. “Gran parte de lo que está acá es fruto de su gestión”, destacó.

¿Y qué hay en las paredes del Centro? Momentos increíbles de la historia de la historieta argentina. Páginas bellísimas. Bocetos. Productos derivados de todo tipo. Laburos laterales de distintos dibujantes. Cuadernos de anotaciones de los guionistas. Guiones, también. Pantallas con obras digitales (la primera experiencia del Centro con estos materiales, cuenta Gutiérrez). Pequeñas joyitas, obras enormes, grandes autores de todas las épocas. Es difícil de sintetizar porque un listado de nombres no sólo es extensísimo (son más de sesenta obras expuestas), sino que podría parecer injusto con los demás. 

¿Alcanza con decir Francisco Solano López, Tabaré, Caloi, Alberto Brócoli, Roberto Fontanarrosa, Carlos Trillo, Juan Zanotto, Lucho Olivera, Robin Wood, José Luis Salinas, Héctor Germán Oesterheld, Hugo Pratt, Oski? ¿Y mencionar a Demócrito (Eduardo Sojo) y su litografía de 1887? ¿Pero se puede señalar a Demócrito sin mencionar cómo su obra del Don Quijote dialoga con Desserto Mall, de Frank Vega, producida 130 años más tarde? ¿Qué hacer entonces con Daniela Kantor, con Caro Chinaski, con Liniers o Tute? ¿No dialogan acaso con Fola? O con los Salvador Sanz, Paula Boffo, Juan Sáenz Valiente, Lucas Varela y tantos otros con, justamente, los Zanotto, los Olivera, los Salinas?

“Esta muestra produce un efecto de equiparación entre autores consagrados y otros no tanto, pero que dialogan porque pertenecen a la producción argentina y como estamos en la Biblioteca de Borges, también con el relato universal”, reflexiona al respecto Guillermo David, Director de Cultura de la Biblioteca Nacional. La muestra, agrega David, vincula las obras del siglo XIX con “los muchachos que producen hoy en día” y está atravesada por mucho de lo mejor de la producción nacional del siglo XX.

Al mismo tiempo, ver todo este material expuesto en la sala circular del Centro impresiona profundamente. Sintetiza y valida inmediatamente el trabajo de más de una década de Gociol y Gutiérrez. El Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos vino a completar el acervo de la Biblioteca Nacional, que en algunos períodos de su historia ignoró la producción de revistas de historietas, o no supo cómo trabajar los materiales que le llegaban de otro modo (como los fanzines). El equipo del Centro no sólo encontró (y por momentos inventó) un modo de trabajar, ordenar y poner a disposición de público e investigadores ese acervo, también le dio entidad institucional a la historia de una disciplina en la que la Argentina destaca internacionalmente. La conservación de estas páginas, donadas por los propios artistas, por sus herederos, por editores o por coleccionistas, en un espacio de este tipo no sólo es una síntesis de un milagro cotidiano hecho de papel y tinta. También es un homenaje y una apuesta al futuro de la cultura argentina.