Alerta: contiene spoilers


Luca Guadagnino no sería tal vez la primera opción de muchos para llevar a la pantalla grande la obra del emblemático escritor William S. Burroughs. Las novelas del movimiento beatnik no se distinguen por un culto de la belleza sino ―por el contrario― por su exploración de la sordidez y la abyección. 

Homosexual, heroinómano, borracho, jugador, fumador empedernido, en la introducción de Queer Burroughs escribe “la ciudad (de México) me atraía, los barrios bajos no tenían nada que envidiar a los barrios bajos de Asia en cuanto a suciedad y pobreza. La gente cagaba en la calle y después se acostaba encima mientras las moscas le entraban y salían de la boca. (...) México era fundamentalmente una cultura oriental que reflejaba dos mil años de pobreza y degradación y estupidez y esclavitud y brutalidad y terrorismo psíquico y físico. Era siniestro y sombrío y caótico. Con el caos especial de un sueño”. 

Cuesta imaginar descripción más lejana a la excesiva estetización de los escenarios idílicos del director italiano, reconocido por películas como ChallengersCall Me by Your Name y Bones and All.

En la película homónima, que se estrenará en Argentina el próximo 12 de diciembre, Daniel Craig interpreta a William Lee, un estadounidense expatriado que se pavonea emborrachándose con mezcal por una exótica e indomable ciudad de México de los años ‘50. 

El personaje está basado cuasi autobiográficamente en uno de los varios exilios de Burroughs tras sus problemas con la ley causados por su adicción a la heroína. Enfundado en su traje raído de lino beige, el escritor frecuenta los diferentes bares gay de la ciudad haciendo cruising hasta cruzar miradas con un chico de veintiún años llamado Eugene Allerton, interpretado por Drew Starkey.

El estilo experimental de la escritura de Burroughs, Allen Ginsberg y otros exponentes de la generación beat hacen de sus textos particularmente desafiantes a la hora de trasladarlos al cine. No obstante, Queer lo logra haciendo gala de las dos mayores fortalezas del director: su uso de la estética gore y el body horror (como supo hacer magistralmente en su reversión de la Suspiria de Dario Argento) y su capacidad de crear narrativas tan profundamente provocadoras que ya son parte del canon de la filmografía LGBTIQ+. 

Como en todos los textos de Burroughs las drogas atraviesan la trama, lo cual en el film es retratado a través de una transición de un film realista a uno progresivamente onírico-lyncheano, con escenas psicodélicas que se van apoderando de la trama.

En esta película el erotismo es llevado un paso más allá que en films anteriores con escenas explícitas acompañadas de uno de los guiones más dinámicos que ha podido brindar el director hasta el momento. 

Su eficacia tal vez recae en el hecho de haber sido tomado casi al pie de la letra de dicha novella. Gran parte de su irreverencia y humor negro provienen de la ejecución de un irreconocible Jason Schwartzman ―cuyo personaje se basa en la figura de otro gran ícono de la generación beat, el poeta Allen Ginsberg― quien deleita a Lee con sus disparatadas anécdotas de sus desencuentros sexuales: cuando un policía con quien tuvo un encuentro lo escracha escribiendo El puto gringo en la pared de su casa manifiesta “no lo quité, me sirve la publicidad”.

La interpretación de Craig es sin duda de las mejores y más vulnerables de su carrera, demostrando su enorme versatilidad como actor. La química con Drew Starkey es palpable y añade una capa adicional de intensidad a la película. La música original de Trent Reznor y Atticus Ross es combinada con elementos anacrónicos muy en el estilo de Guadagnino provistos por canciones de New Order, Nirvana, Sinéad O’Connor, Prince y Omar Apollo, quien participa en una de las escenas más hot del largometraje. La impactante cinematografía está a cargo de Sayombhu Mukdeeprom.

El tema de la transaccionalidad atraviesa todos los vínculos de la historia: tanto en la relación del protagonista con su reticente amante Eugene como con la ciudad misma. No sólo Lee, sino los demás expats ―clásico eufemismo utilizado para describir a quienes creen no merecer el mote de inmigrantes por el hecho de ser blancos― usan y explotan la ciudad como su parque de diversiones personal. 

Para el gringo todo es asequible, todo se puede comprar. El exilio que aparece como motif en las novelas de Burroughs y en otros autores de su generación es a la vez que bohemio y liberador, manifiestamente colonial: “Como figuras de autoridad los policías mexicanos estaban a la misma altura que los conductores de tranvía. Todos los funcionarios eran corruptibles. Los impuestos sobre la renta eran muy bajos, (...) no había normas que restringieran la automedicación y se podían comprar agujas y jeringuillas en cualquier parte”. México parece ser para Lee/Burroughs un territorio de caza furtiva, exotizado, y erotizado. Las corridas de toros, las peleas de gallos, la prostitución, los asesinatos a sangre fría, la marginalidad y la ausencia de castigo o justicia parecen caracterizar a la Ciudad de México como un territorio donde los bohemios exiliados pueden hacer y deshacer a gusto y piacere. “Todo en este país se desmorona” sentencia.

El personaje de Eugene cumple en parte el tropo de una manic pixie dream girl: no sabemos nada de sus motivaciones, inquietudes o trasfondo, ayuda a mover la trama para el protagonista pero es a la vez un objeto de deseo pasivo y unidimensional. Es misterioso no solo para Lee sino también para el espectador . 

Es esta ininteligibilidad lo que impulsa al escritor a una búsqueda obsesiva por la selva amazónica para encontrar el famoso yagé, una planta que le permitiría adquirir el poder de la telepatía. En su infatuación convencer a Eugene de acompañarlo en esta travesía “No te costará ni un centavo” promete. “Tal vez no en dinero” responde Allerton. Pero ¿qué pasa cuando algo que se desea no se puede comprar? 

“El libro está motivado y formado por un acontecimiento que nunca se menciona: la muerte accidental por un disparo de mi mujer, Joan (Vollmer) en septiembre de 1951” escribe Burroughs en la introducción de la novella. Al final de la película Joan es reemplazada por Eugene en este fallido juego de Guillermo Tell. El vicio que destruye finalmente a Burroughs / Lee es su irremediable y por momentos patético intento de poseer, literalmente vomitando su corazón en el proceso. Queer no trata tanto entonces de una historia de amor sino más bien una historia de obsesión, soledad y lujuria no correspondida, no por eso menos digna de ser contada.