Preparás dos tazas de café, una para vos y otra para ella. Yo tomo mate, como casi todos los días. Al momento de elegir con qué desayunar siempre prefiero el mate.
Mate amargo, Ese sabor dulzón que me deja el primer sorbo en la lengua, es el trago que más me gusta, el que justifica los demás.
Te sentás a mi lado y retiras el saquito de café y mientras lo exprimís rodeándolo con el hilo contra la cuchara, la pequeña masa gotea en la taza gotas oscuras y aromáticas.
-No me gusta, me decís mientras volvés a dejar la taza sobre el plato. Es cómodo, pero más rico es el de cafetera.
Chupo el mate, escucho el aire pasando entre la yerba, ese ruido que adoro, cuando el mate después de tres o cuatro chupadas se vacía.
-Quieres una tostada -le pregunto a ella que del otro lado de la mesa nos mira ajena, la mirada perdida. Repite la misma pregunta. Una letanía interminable, reiterada: ¿dónde estoy, cuándo me voy?
-Ya veremos le digo. Intento conformarla. No la contradigas, es la recomendación de la médica. Quiero cambiar de tema, le ofrezco otra tostada untada con manteca y mermelada de naranja casera que hice ayer y mientras me cebo otro mate te digo
-Sí, el café en saquitos te saca del paso, es bueno para tomar algo caliente en la oficina…
Vos asentís. Decís que sí con la cabeza y yo también sé que vos sabes. Hablamos de algo rápido sin demasiada importancia, algo que sirva para no hablar de otras cosas, olvidarnos un rato de que hoy también será un día difícil, escuchando decir siempre lo mismo, contestando lo mismo, haciendo un esfuerzo para nada.
Qué suerte que estás acá conmigo, con vos es más fácil. Tu bondad me ayuda, me sigue enamorando. Si no estuviera ella te abrazaría y te diría: te quiero. Te doy un beso en la frente y la llevo al baño.
Le cambio el apósito empapado de orina. Le pongo un pantalón seco y con perfume a suavizante para la ropa. Respiro hondo para retener ese aroma fresco. Antes de calzarla le aplico crema entre los dedos y sobre las uñas. La guío hasta el lavabo, para que cepille la prótesis dental.
Parada detrás observo la figura de mi madre, a los 86 aún esbelta, su espalda todavía erguida. Su cabello con ondas que ayer lavé y seque con cuidado,
Mamá pregunta, yo le contesto elevando un poco la voz para que entienda. Repito dos o tres veces lo mismo. La reiteración anula el hilo de mis pensamientos.
Ella dobla el torso para enjuagarse la boca. De golpe estoy ahí frente a mí en el espejo, me miro ensimismada como en un juego de muñecas rusas.