QUEER 7 puntos

Italia/Estados Unidos, 2024

Dirección: Luca Guadagnino.

Guion: Justin Kuritzkes.

Duración: 137 minutos.

Intérpretes: Daniel Craig, Drew Starkey, Lesley Manville, Jason Schwartzman, Lisandro Alonso.

Estreno en salas de cine.

Que adaptar la obra de William S. Burroughs no es tarea sencilla lo demuestran los hechos o, más bien, la falta de ellos: hasta ahora, solamente David Cronenberg se había animado a llevar a la pantalla uno de los textos esenciales del gran autor de la generación beat, El almuerzo desnudo, en un film tan alucinado como las palabras que le dieron origen. Luca Guadagnino declaró infinidad de veces que la lectura de Queer, la segunda novela (breve) del escritor –aunque publicada tardíamente, más de tres décadas después de su escritura–, le generó de inmediato la tentación de transformar los párrafos en escenas. Finalmente, con un guion de su colaborador en Desafiantes Justin Kuritzkes, el director de Llámame por tu nombre y Suspiria lleva adelante un retrato de William Lee, el yanki en la corte de los mozalbetes mexicanos, que no puede sino ser personal, despareja, deforme y, por momentos, intensa. Si algo no se le puede negar al italiano es su actitud confrontativa para con los cánones del cine industrial global; algo similar puede afirmarse de Daniel Craig, cuyo alter ego de Burroughs (la nouvelle no es otra cosa que una trasposición ficcional de su estancia mexicana en los años '50) está en las antípodas de la testosterona rampante de James Bond.

A grandes rasgos la de Lee es la historia de un hombre solitario, un expatriado en tierras cálidas, un amante de los tugurios y el sexo casual, una “marica” en busca de alcohol, morfina y un amante dispuesto a compartir sus días y, sobre todo, las noches. Es también, durante la segunda mitad, un viaje al interior profundo de Sudamérica en busca de la ayahuasca, esa droga alucinógena que, en la afiebrada mente del protagonista, es capaz de permitir la telepatía entre humanos. No tanto una travesía hacia el corazón de las tinieblas como un desafío espiritual, una búsqueda interior a partir de experiencias que permitan ampliar los estados de mente, ya alterados de por sí. Lee camina las calles iluminadas por el sol radiante y se cobija en la barra de uno de los bares que frecuenta, casi como un parroquiano más, cuando conoce a Allerton (Drew Starkey), un joven “americano” que, en principio, no parece tener más interés en él que el de la conversación ligera.

Así comienza la historia –una historia de amor, sí, más allá de la búsqueda ligada a la satisfacción del cuerpo– que Guadagnino infiltra con un estilo antinaturalista, amplificado por el uso de los sets exteriores e interiores de Cinecittà, y la dirección de fotografía del tailandés Sayombhu Mukdeeprom, que contrasta tonos y densidades bajo el directo foco luminoso del zenit o entre las tinieblas de una habitación de hotel atestada de humo. Más allá del vínculo siempre tenso entre Lee y Allerton, Queer está poblada de otras criaturas (celestiales o demoníacas, qué más da) que el realizador crea gracias a la participación de grandes nombres de la profesión actoral, como es el caso de Lesley Manville o Jason Schwartzman, y echando mano a la amistad con colegas de profesión: por allí aparecen David Lowery, y los argentinos Andrés Duprat y Lisandro Alonso, este último como un silencioso, aunque de mirada intensa, asistente de la gurú del yagé.

Previsiblemente, Queer, la película, es fiel a la esencia del libro pero se permite la suficiente y necesaria carga de libertades creativas; al fin y al cabo la novela es “infilmable” en un sentido literal. Es tal vez por ello que Guadagnino introduce derivas y desvíos de distinto tenor, como el comentario sobre el asesinato de la esposa de Burroughs, Joan Vollmer, en una terrible reversión con arma de fuego del acto de puntería de Guillermo Tell. La banda de sonido, ecléctica, profusa y anacrónica, va de Prince al Trío los Panchos, y de allí a New Order y Nirvana, acompañando los pasos del apasionado Lee y su amante Allerton, cuyo juego de atracción y repulsión, de entrega y despecho los transforman en un par de imanes humanos en giro perenne. El peor miedo es siempre el de la soledad, algo que Lee conoce de sobra e intenta rechazar a como dé lugar, con la cercanía de la piel o bajo el efecto de los químicos. De eso se trata todo, al fin y al cabo.