Lila Zemborain construye El linaje escondido como un diario íntimo y perturbador que surge tras el descubrimiento en 1978 de un álbum de postales con propaganda nazi perteneciente a su abuela paterna. Este hallazgo la obsesiona y, a la vez, configura una trama que se transforma, entre 2004 y 2007, en una exploración minuciosa de su linaje familiar. Los recuerdos y las reflexiones se entrelazan en un relato fragmentario que transita entre Nueva York y Monte (provincia de Buenos Aires), entre lo personal y lo histórico, entre la confesión, la crítica y la evocación poética, la complejidad de la identidad y la carga del pasado en el presente.
Publicado por Beatriz Viterbo Editora en 2024, el libro forma parte de la colección BIOS y de la serie autoral “Álbum”, y se inicia con las postales de Hitler, reproducciones del álbum encontrado en 1978, que funcionan como punto de partida que da forma a una investigación tan personal como histórica. Los capítulos siguen una estructura de diario, organizados por año y lugar lo que evidencia la movilidad y el estado de tránsito de la autora en busca de nuevos sentidos.
Desde la caída de las Torres Gemelas en Nueva York hasta las festividades en Monte, Zemborain se sumerge en un flujo constante de recuerdos y pensamientos que abren un espacio de reflexión sobre su herencia y las marcas de la historia en su vida cotidiana.
La autora recorre lugares y objetos familiares con una mirada inquisitiva, atenta en el registro de cada sensación, olor, rincón de la casa de su abuela en Monte, encontrando en los detalles una clave para comprender el legado transmitido. Zemborain crea un mosaico de escenas y reflexiones en el que las experiencias personales se mezclan con las preguntas sobre su linaje y la consecuencia de ideologías y sus políticas de exterminio como el nazismo. Un ejemplo de este conflicto interno se manifiesta cuando la autora se cuestiona: “¿Qué de ella heredaste vos? ¿Qué de ella heredó tu padre? No viste en tu padre nada de ella, nunca. ¿Habría algo o lo negaste?”. Dudas, curiosidades, incertidumbres que ponen de manifiesto la tensión que atraviesa toda la obra al intentar desentrañar la conexión entre su identidad y las sombras del pasado.
El tono del libro es oscilante; se mueve entre la evocación poética, la reflexión filosófica y la crítica cultural. A través de una escritura que recoge pensamientos dispersos, escenas oníricas, cartas, conversaciones y descripciones minuciosas, Zemborain construye un relato que se va armando como un rompecabezas, donde cada pieza revela una faceta distinta de la historia familiar.
La autora no escapa a la incomodidad que le provoca el legado de su abuela y lo enfrenta en toda su crudeza. La presencia de las postales de Hitler, la pulsera con la esvástica y los libros encuadernados de la biblioteca de Monte adquieren una carga simbólica y emocional que se explora con una mezcla de fascinación y repulsión. En una de sus reflexiones, confiesa: “Mi abuela me cansa, mi abuela me agota, pero no deja de ser un personaje que le ha dado literatura a mi vida”. Declaraciones que muestran cómo esta figura familiar se convierte en una fuente constante de interrogación y conflicto pero además en materia para narrar.
La estructura del libro acompaña la naturaleza fragmentaria y obsesiva de la búsqueda de la autora. Cada entrada de diario, fechada y localizada, actúa como una ventana que se abre a momentos específicos de la vida de Zemborain, permitiéndole trazar un mapa emocional y psicológico de su experiencia mientras intenta comprender las raíces de su linaje. Las secciones del diario dedicadas a Nueva York están impregnadas del contexto urbano y la memoria de eventos históricos, como la caída de las Torres Gemelas, mientras que las secciones en Monte se centran en la dinámica familiar, la descripción de los objetos y las tradiciones que marcaron de niña a la autora. Esta oscilación geográfica y afectiva refuerza la construcción de una identidad en tránsito, atrapada entre el pasado y el presente, entre el rechazo y la seducción.
Zemborain también aborda la relación entre el odio, el miedo y la belleza a lo largo del libro y propone un tratamiento literario peculiar de los objetos vinculados con el nazismo que siguen un proceso de embellecimiento: “El odio es una pátina que se añeja con el tiempo y todo lo transforma en bello. El odio se embellece de pavor, se embellece de miedo”. La autora describe cómo estas marcas del pasado la acompañan y la afectan, mientras busca maneras de procesarlas y entenderlas.
La obra también indaga en las preocupaciones domésticas de la familia Zemborain en contraste con la ideología nazi que propulsaban. Las descripciones detalladas de los espacios familiares y los inventarios de las cosas se convierten en un personaje más del relato. Los objetos se rinden tributo al volverse voz autorizada, como los rincones de la casa, la ventana a través de la cual se observa la magnolia en el jardín. Ese privilegio del margen y la locuacidad de las cosas derivan en una red de síntomas que la autora observa con afán detectivesco. Un momento emblemático de este proceso es mientras observa la habitación de su abuela y se hace preguntas a sí misma, que rozan el auto cuestionamiento: “Dormís en el cuarto de tu abuela en Monte, mirás por la misma ventana, ves la magnolia, veinte, treinta, cuarenta años más grande, pero la magnolia al fin”:
Si bien Zemborain no utiliza su diario como un modo de exorcizar los fantasmas que la persiguen, encuentra en la escritura una posibilidad de crear con los recursos de la ficción un diálogo imaginario con su abuela y los objetos heredados. La autora reconoce que, al escribir sobre su abuela, está también escribiendo sobre sí misma, sobre los modos en que la memoria y las experiencias familiares han dado forma a su identidad. Con la escritura se confrontan traumas y contradicciones que fueron tallándose en épicas personales, colectivas, históricas, pero, ante todo, la autora inventa un estilo tan propio como propicio para desarmar con apuestas innovadoras los archivos de su herencia pesada. Este libro dice algo más: sin desatender las implicancias éticas y emocionales que promueve este proceso creativo, es posible llegar a iluminar cada zona oscurecida de ese complejo linaje que permanecía escondido.