El agobio toma la posta en los últimos tiempos como sentimiento hiperintenso de fatiga, cansancio, carga mental y desánimo. ¿Pero a qué llamamos agobio? Junto con la ansiedad, ha configurado un conjunto de malestares actuales que se escuchan a diario en las personas.
La ansiedad y el agobio son un poco lo mismo, claro que no se sienten igual en el registro imaginario del Yo y la conciencia, sin embargo, el cuerpo nos anoticia (con distintas modalidades de expresión: cansancio, dolores, taquicardia, desánimo, etcétera) ya que son distintos modos afectivos de responder ante los apremios de la vida.
Podemos decir que tanto uno como otro son versiones de la angustia. La angustia de “no llegar”, no contar con el suficiente descanso, no poder hacer todo lo que quisiera hacer (si es que la persona ya ha definido qué es lo que quiere hacer); en definitiva, decía, son versiones de la angustia, entendiendo a la angustia en la definición más tajante que nos dejó Lacan de ella, en su Seminario X nos da --al menos-- una “señal”. Parafraseándolo, dice que la angustia se produce cuando falta la falta. A modo didáctico podríamos pensarlo del siguiente modo: que algo falte (que algo no esté, haya un vacío, un agujero) es necesario para que se produzca un hueco por donde salir a tomar aire. Como dije alguna vez, tomando el ejemplo de una de las clases que daba Rabinovich, D[1]. cuando están todas las sillas en el juego de las sillas, pues simplemente, no hay juego.
Jugar la vida, que no es lo mismo que jugarse la vida, implica poder contar con momentos que conllevan una suspensión en el tiempo, donde el mundo que habito pareciera detenerse, allí en ese tiempo-espacio creado únicamente por mí, donde puedo flotar, al menos por un rato. Cada vez que pienso en esta idea me lleva a la creencia de cuánto saben los niños y cómo el jugar propicia en ellos ese armado tan pero tan necesario para, más adelante en el tiempo, ser capaces de tolerar la existencia y --al menos, de a ratos-- vivificarse en ella.
Agobio y ansiedad son los nombres que más se escuchan en los últimos tiempos, en definitiva, ambos sentimientos o afectos del cuerpo son engañosos, confunden, no se sabe bien de qué se trata cada uno ya que se va llevando puesto al sujeto. Cuando un analista se dirige a un sujeto es porque hay allí la apuesta al inconciente, único modo de toparnos con algo que de cuenta del deseo.
Estos nombres, con los que se denominan los estados anímicos actuales de casi toda la población, me refiero al agobio y la ansiedad, son destellos de la angustia. La angustia es el único afecto que no engaña, como dije alguna vez, cuando uno está angustiado no le cabe la menor duda de ello, aunque no entienda qué le sucede, por qué le pasa, etcétera.
Sin embargo, sería muy impreciso quitarle el valor subjetivo que tienen estos afectos por ser engañosos. Tanto el agobio como la ansiedad surcan el pecho del sujeto oprimiéndolo, generando sensación de “pata de elefante”, dolores de estómago, desánimo, irritabilidad, cansancio (físico y anímico), problemas para dormir, preocupaciones extremas, imaginarización de futuros catastróficos, pero por sobre todas las cosas un conjunto enorme de sensación de malestar y cansancio aplastante y extremo.
En dicho “conjunto del malestar” se filtra la demanda: esos mandatos, reclamos, decires, pedidos de los otros a los que no podemos (o no queremos) decir que no, así es como quedamos inmersos en el “círculo infernal de la demanda” --parafraseando a Lacan-- del cual es sumamente complejo salir. Es cierto que pareciera muy sencilla la salida, uno podría pensar “digo que no y listo”; pero, si esto así fuera, ¿por qué simplemente no lo hacemos? ¿Por qué creemos que el costo que pagaremos por salir de allí será más caro que el de vivir “agobiados” y “ansiosos”? ¿De qué futuro apocalíptico/catastrófico me quiero salvar respondiendo una y otra vez con un “sí a todo”?
La contingencia se nos ríe en la cara frente a los planes y agendas que armamos, y se nos estruja el alma cada vez que tomamos conciencia de que, al final del camino, a todos y a todas nos espera lo mismo. Habrá que ver qué camino tomar, qué lucecitas se encienden en los senderos de cada quien, si las vamos a elegir y a seguir, por qué lugares quiero caminar. Claro está que no todo es electivo en esta vida, pero algunas cuestiones sí. En esas, en las que sí puedo elegir, ¿estoy dispuesto a ponerlo en acto? ¿Estoy dispuesto a animarme a pagar el precio que implica decir “no”? Quizás no sea algo malo o desagradable, a lo mejor se puede hacer la experiencia y tomar nota de que, seguramente, algún alivio se produce --al menos, el de haber salido del círculo infernal de la demanda--. Fito Páez en una de sus canciones nos cuenta que a él le gusta estar al lado del camino, es una bella versión de esos tiempos donde uno se encuentra suspendido, en calma, acunado y abrazado por la ley del tiempo y de la vida.
Florencia González es psicoanalista. Autora de “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021). Miembro de AASM.
@florgonzalez708
Nota:
[1] Rabinovich, D. fue psicóloga y psicoanalista. Entre muchísimas actividades, fue titular de la cátedra de Escuela Francesa de la Facultad de Psicología (UBA).