En 1916, el buque ruso Askold amarró en el puerto de Marsella. Poco después, un motín a bordo terminó con el asesinato de un oficial, lo que obligó a las autoridades francesas a intervenir. En la inspección, se encontraron algunos ejemplares del periódico ruso Nashe Slovo (Nuestra Palabra), publicado por Trotsky y considerado literatura antirrusa por el régimen de Nicolás II. Interrogado por las autoridades francesas, Trotsky argumentó que los ejemplares habían sido plantados por los oficiales rusos.

En octubre, las autoridades francesas entraron a su apartamento del 31 de la calle Pompe de Paris y se lo llevaron, dejando a su esposa Natalya y a sus dos hijos librados a su propia suerte. El detenido era sospechoso de estar contra la guerra. Lo llevaron a la frontera española. En San Sebastián fue detenido, otra vez sin una razón legal, y llevado a Madrid, donde fue encarcelado y luego trasladado a Cádiz.

Para Trotsky no había dudas: las autoridades españolas respondían a las órdenes de las autoridades francesas que respondían a las órdenes de las autoridades rusas que respondían órdenes de los bancos franceses que ya habían invertido demasiado en la dictadura de Nicolás II. En la cárcel, comenzó a estudiar inglés, a la espera de las gestiones de sus amigos, republicanos españoles y socialistas estadounidenses. Finalmente, las gestiones dieron resultado y las autoridades aprobaron su viaje a Estados Unidos.

En el interrogatorio antes de abordar, respondió que no era anarquista, ni polígamo ni alcohólico ni retardado mental y que nunca había vivido en una casa de beneficencia. También era blanco. Incluso mintió al decir que nunca había estado preso. También Natalya mintió: había estado presa por haber participado en una reunión de obreros en San Petersburgo para conmemorar el Primero de Mayo, la masacre de trabajadores en Chicago. Las dictadura del zar Nicolás II no sólo había perseguido todo tipo de disidentes sino que había dejado casi medio millón de muertos en la hambruna de 1891-92. El padre de Nicholas II había ejecutado en la horca al hermano mayor de Lenin y la Revolución de Octubre, liderada por Lenin, ejecutó a Nicolás II. Un siglo más tarde el zar y su familia serían canonizados por la Iglesia Ortodoxa de Rusia como santos mártires.

Trotsky logró viajar a Nueva York con su apellido original, Bronstein. Luego de 17 días, el vapor anunció la llegada a Nueva York a las 3:00 de la madrugada. Se detuvo en Ellis Island, parada obligada donde los inmigrantes debían demostrar que eran sanos, que no disfrutaban del alcohol y, de ser posible, que eran blancos. Si además viajaban en Primera Clase, ni siquiera debían bajar, porque los oficiales subían a sus camarotes. Fue el caso de la familia Trotsky.

Mientras, Lenin seguía su exilio en los periódicos desde Suiza. Trotsky se había separado de Lenin en 1902 por razones ideológicas y personales. Según Trotsky, Lenin era un “terrible egocéntrico”. Según Lenin, Trotsky era un “judas”, un “tramposo evasivo”. Para Lenin no podía haber una revolución proletaria sin una vanguardia revolucionaria y un Estado centralizado que liderase una profunda reforma de la sociedad antes de ascender a niveles superiores de justicia social. Trotsky, menos pragmático, se aproximaba más a los anarquistas en favor de organizaciones populares de base, como los sindicatos y las asambleas populares―los soviets. Para Trotsky, la idea de Lenin sobre una “dictadura del proletariado y de los campesinos” más bien se trataba de una “dictadura sobre el proletariado y los campesinos”.

La idea que los unía era simple: las guerras son productos de las burguesías nacionales y son promovidas por los nacionalismos. Por entonces, muchos socialistas y anarquistas entendían que la unión de los obreros del mundo anularía la principal causa de las mayores injusticias y tragedias del mundo donde los trabajadores y sus hijos marchaban para matar a otros trabajadores en nombre de una nación y en beneficio de las clases dominantes. La Primera Guerra solo fue una comprobación de esta tesis.

En 1917, Nueva York todavía era una especie de República anarquista. Se publicaban diarios y libros en decenas de idiomas, desde el español hasta el ruso. Las obras de teatro eran representadas con actores de varios países y para diferentes comunidades. El Novy Mir (Mundo Nuevo), semanario publicado en ruso en un modesto taller de Staten Island. Lenin solía leer el Novy Mir en su exilio de Suiza, por lo que supo del recibimiento de Trotsky en América. “De haber sido el rey de Inglaterra no me habrían tratado mejor”, comentó Trotsky.

Diferentes diarios anunciaron su llegada a Nueva York. “Expulsado de cuatro países”, tituló el New York Times el 15 de enero. Por su prédica antibelicista y antinacionalista, el mayor diario del país lo definió como socialista, marxista y “pacifista ruso”. En la misma página, informaba de una limpieza de progresistas en el gobierno ruso del zar, reemplazados por partidarios de la extrema derecha.

El 4 de noviembre, cuando ya había retornado a Rusia, The Sun de Baltimore, describía a Trotsky como anarcosocialista y la segunda figura más importante de la Revolución rusa, después de Lenin. Unos meses después, en setiembre, el Bronx Home News titulará: “Un hombre del Bronx lidera la Revolución rusa”.

Por alguna razón, la derecha racista del Ku Klux Klan y de los poderosos empresarios de entonces (pocos años más tarde, nazis y fascistas; pocas décadas después, neoliberales; un siglo más tarde, libertarios) eran rara avis en estos ambientes de gente culta. El diario socialista publicado en alemán desde 1878, el New Yorker Volkszeitung, recogió expresiones de Trotsky como: “Soy un apátrida y me alegro de haber encontrado un país que me ha aceptado dentro de sus fronteras”. Trotsky se sorprendió de encontrar un ambiente político e intelectual abierto, sin censura y sin persecución. Es decir, las antípodas de lo que sería Estados Unidos unas décadas más tarde, colonizado por el fanatismo religioso, la que se traduciría en el macartismo en los años 50s y en todo tipo de persecución ideológica por parte de los medios, del FBI de Edgard Hoover, de la CIA de Allen W. Dulles y otros, perfectos representantes de la policía ideológica de Estados Unidos.

La Revolución rusa no hizo algo muy diferente con la libertad de prensa. El mismo Trotsky que había reconocido este tipo de libertad en Nueva York, unos meses después fue el segundo líder más importante de la nueva URSS y ministro de Asuntos Exteriores de un gobierno que prohibió periódicos no sólo conservadores sino socialistas.

Siempre habrá excusas para limitar la libertad de expresión, pero la historia demuestra que es un lujo de los regímenes dominantes, aquellos contra la cual la crítica no tiene ninguna posibilidad de cambios efectivos, como fue el caso de los imperios británico y estadounidense, y como lo prueba su protección constitucional aun durante la esclavitud y la crítica antiimperialista dentro de estos imperios, como John Hobson en Inglaterra y Mark Twain en Estados Unidos, por citar solo dos.

Jorge Majfud es escritor y académico. (Notas para un capítulo del libro Historia de la izquierda estadounidense).