“Fue una experiencia increíble. Vimos dos películas todos los días durante una semana y tuvimos discusiones muy profundas, por momentos íntimas, sobre cine”. Con esas palabras la gran actriz franco-belga Virginie Efira describe su participación en el jurado oficial del 21° Festival Internacional de Cine de Marrakech que finalizó el sábado pasado, donde compartió espacio con otras personalidades cinematográficas como los realizadores Luca Guadagnino, Ali Abbasi y Santiago Mitre y los actores Jacob Elordi, Andrew Garfield y Patricia Arquette.
“Fue dejar de lado el rol de actriz y ser simplemente una espectadora, aunque las discusiones posteriores hayan sido con auténticas eminencias del cine internacional. Además de todo eso, como si fuera poco, pude conocer a David Cronenberg. Vi La zona muerta cuando tenía trece años y Crash – Extraños placeres a los diecinueve, películas fundamentales para mí. También charlé con Jeff Nichols, aunque no pude conocer a Todd Haynes. En festivales como este se pueden ver títulos de todo el mundo, y especialmente interesante me resultó ver films africanos, a los cuales usualmente no tenemos demasiado acceso. Por suerte, también pudimos conocer la ciudad. La verdad es que mi apariencia era normal, pero dentro mío estaba muy convulsionada”.
El encuentro con Página/12, tan íntimo como las deliberaciones del jurado, se produce en el riad privado dentro del majestuoso hotel La Momounia de Marrakech, donde se hospedó durante diez días, apenas un par de horas antes de la ceremonia de premiación. Honesta, sin maquillaje y ni un ápice de esa cualidad un tanto pretenciosa que suele adjudicársele a las estrellas de cine –de Francia o de cualquier otro lugar del mundo–, la actriz nacida en 1977 en Schaarbeek, Bélgica, una de las figuras más destacadas del cine francés contemporáneo, conversó largo y tendido sobre el encuentro cinematográfico en general y, muy específicamente, de su último largometraje. Quiso la casualidad que la entrevista se produjera unos días antes del estreno en Argentina de Nada por perder (ver crítica aparte), de la cual Efira guarda excelentes recuerdos. “Tengo la suerte de poder elegir mis proyectos, y en este en particular estuve muy interesada desde un primer momento”.
La conversación comienza con una breve descripción de la situación de la industria del cine francés, y la actriz tiene varias cosas para decir. “En Francia hay mucha producción, afortunadamente, pero también es cierto que la gente no suele ir al cine como antes, y existe una estandarización de contenidos. Nada por perder, que originalmente llevaba el título Rodeo, me pareció un excelente guion y al conocer a la directora, hace unos seis años, lo que más me gustó además de la historia fue su propia vida. Delphine Deloget es documentalista; en sus películas anteriores ha hablado sobre Irak, donde viajó muchas veces, entre otras cuestiones profundas e interesantes. Hay algo específico sobre ella que me llamó la atención”. Efira destaca además que en el cine francés se realizan muchos dramas sociales naturalistas, pero cree que Nada por perder tiene un poco de humor, a pesar de las duras circunstancias de la protagonista, y mantiene un punto de vista muy humano sobre ella. “No deja de ser una heroína, aunque no hay nada estereotipado acerca de ella”.
En la película de Deloget, Virginie Efira interpreta a Sylvie, una mujer que logra parar la olla trabajando todas las noches en un bar, sirviendo tragos y conteniendo a los clientes intensos, al tiempo que intenta criar a dos hijos, uno de ellos adolescente, el otro aún un niño de escuela primaria. Es precisamente durante una de esas noches cuando el pequeño de la casa, intentando freír una porción de papas, tiene un accidente y debe asistir al hospital por quemaduras de cierta gravedad. Ese es el punto de partida de un verdadero calvario para Sylvie, que ve cómo pierde la tenencia del menor sin poder hacer demasiado, y el comienzo de una intensa batalla legal para recuperarlo.
“Cuando leí el guion me di cuenta de inmediato que la realizadora tenía un cuidado especial para con el personaje. También me interesó el tema, en particular por su tratamiento. Porque si bien la atención estatal respecto del cuidado infantil es algo bueno per se, no deja de ser cierto que el sistema tiene algunas fallas. ¿Qué es ser un buen padre o una buena madre, además? Eso es lo interesante, ver cómo alguien puede terminar en un sistema un tanto kafkiano, con sus cosas administrativas”.
-¿Estuviste entonces involucrada desde un comienzo o accediste al rol cuando ya faltaba poco tiempo para el rodaje?
-No, no, fue un proceso largo. Delphine tenía un productor pero aún faltaba dinero para completar el presupuesto. Algunos decían que era un tema demasiado oscuro. Otros que no lo era demasiado. Finalmente, le presenté otro productor a la directora, que finalmente reunió el dinero necesario para poder filmar.
-¿Fue difícil prepararse para el personaje? ¿Cuánto espacio te dio la realizadora para crear a Sylvie, más allá de las directivas del guion?
-La verdad es que me dio mucho espacio. De alguna forma, ella estaba muy segura de cómo debían describirse las circunstancias y cómo funciona el sistema de cuidados infantiles. Supongo que eso tiene que ver con su bagaje como documentalista. También sabía dónde ubicar la cámara y cómo debían verse las cosas. No creo que la ficción sea más difícil que el documental, pero es distinto. Hay que ubicar los cuerpos en el espacio de otra manera. Todo eso implicó una primera vez para ella, pero lo cierto es que hicimos muchas cosas de manera colectiva. Me refiero a tener libertad para probar cosas en conjunto. Eso generó un muy buen ambiente en el set, y el hecho de poder probar cosas antes de rodar hizo que existiera un sentimiento generalmente agradable. También tuvimos tiempo para conocernos con el actor que interpreta a mi hijo pequeño.
Efira describe algunas cuestiones inherentes a su métier y afirma que no necesita necesariamente haber pasado por una situación similar o conocer a alguien que lo haya hecho para poder construir un personaje. “Tal vez esté equivocada, pero no es algo que haga normalmente”. La actriz suele destacarse tanto en roles dramáticos –las recientes Los hijos de los otros y Recuerdos de París son apenas dos ejemplos– como en las comedias en las cuales ha participado intensamente (en la Argentina se conoció hace algunos años Nadando por un sueño). ¿Acaso existe una llave interruptora en su método de trabajo que la impulsa a tomar caminos diferentes para uno y otro terreno?
“No, sinceramente creo que es un poco lo mismo. En el comienzo de mi carrera siempre hacía comedias, pero en cierto momento quise participar de films dramáticos, no porque sean más difíciles o importantes en términos profesionales. En ambos casos se trata de que el personaje se sienta sincero, real. No hay que ‘actuar’ el género de la película. Por ejemplo, no tengo por qué ponerme en cierta actitud porque se trata de un thriller. Pero en la comedia sí es cierto que hay un ritmo que en el drama no es necesario. Ahora recuerdo que, antes de filmar, Delphine me pidió que viera una película: Atrapado sin salida, de Milos Forman. Me sugirió en particular que observara atentamente a Jack Nicholson. Al principio no lograba comprender la razón, pero luego me di cuenta de sus intenciones. Es interesante eso, porque uno puede tomar una pequeña cosa de una actuación y utilizarla en su provecho. No se trata de imitar, sino de otra cosa. Recuerdo ver a Nicholson durante una escena en la que intenta pasar inadvertido, ser ‘normal’, y mantiene las manos en los bolsillos de su camisa, como afirmando que todo está bien. Eso fue algo bueno. Imagino que Delphine, al coescribir el guion, pensaba en cómo esa mujer inteligente intenta sobrevivir económicamente. La película no dice nada sobre su pasado –¿tal vez haya habido algo de violencia?– pero es evidente que ha aprendido a actuar de manera aceptable en términos sociales, aunque cuando la situación la supera tiende a estallar”.
-Actuaste actuado en muchos films con directores de estilos diferentes. ¿Cómo fue participar en las películas de Paul Verhoeven Elle y, en particular, Benedetta, donde interpreta el personaje central?
-Ahhhhhhh. Siempre lo admiré, aunque no comencé por sus películas neerlandesas. Como mucha gente de mi generación, mi primer contacto con su cine fue con Bajos instintos. Recuerdo haberla visto y decir guau, qué locura. A partir de ese momento vi todas sus películas estadounidenses al tiempo que se estrenaban, siempre tan graciosas, irónicas, profundas. Algo que adoro de Verhoeven es eso: cómo logró insertarse en el sistema de Hollywood y dinamitarlo desde adentro. De manera similar a como lo hizo antes Billy Wilder. Es genial. Por supuesto, con el tiempo también pude ver sus primeras películas realizadas en los Países Bajos. Tuve la suerte de participar con un pequeño papel en Elle. Muchas actrices francesas dijeron que no porque era un rol secundario, pero yo acepté de inmediato. Al fin podía conocerlo y hablar un poquito con él en flamenco. Y agradecerle por todo lo que había hecho, como ahora me ocurrió con Cronenberg. ¡Pobre Cronenberg! (risas). Nunca imaginé que Verhoeven iba a mirarme con interés y a escribir algo pensando en mí para Benedetta. Entonces sí lo conocí profundamente como cineasta. Fue una experiencia increíble, varios meses de filmación. Durante la preparación del personaje él me dijo claramente que yo sabía lo que debía hacer, aunque no tenía idea de cómo debía comportarse una monja del siglo XVII. Pero desde un principio dejó en claro que no debía ser algo naturalista, podía incluso usar el pelo rubio. Esa fue una indicación importante. Recuerdo un cumplido que me hizo durante la filmación. Me dijo ‘Gracias, Virginie, por no interpretar el papel de forma melodramática’. Cuando tenía que rezar en cámara lo hacía de manera simple, ‘Gracias, Dios’, y eso era exactamente lo que él quería. Hoy todo el mundo ama Showgirls, pero cuando se estrenó fue muy maltratada. Una película muy incomprendida, pero eso tiene que ver con la cualidad siempre extraña de sus películas.
-¿Alguna vez pensaste en dirigir?
-Diría que no. Aunque a veces pienso que podría ser. De lo que estoy segura es que ninguna película buena puede surgir de la frustración de un actor por no tener control sobre los proyectos de los cuales participa. Creo que un actor tiene cierto control sobre cómo resultan las cosas en la pantalla, porque tiene la posibilidad de utilizar el poder de la ambigüedad. Cuando se es actor uno hace su propia película dentro suyo, al tiempo que sigue el sueño de alguien más, el realizador. Por el momento no creo que dirija una película. En Hollywood las cosas son distintas, porque el sistema de las estrellas y los productores es muy fuerte, pero en Francia todo suele girar alrededor del director. Y los hay muy buenos.