El gobierno de Javier Milei ha cumplido un año y el balance difícilmente podría ser más desolador. El “ajuste más grande que tuvo la humanidad”, tal como lo calificara con mucho orgullo el presidente en su discurso, ha reducido el PBI en por lo menos un 4 %; desplomado el consumo de las clases populares; pauperizado a grandes segmentos de las capas medias; provocado la desaparición de casi trescientos mil puestos de trabajo y el cierre de 16.500 pymes y 10.000 kioscos. La gente come mucho menos carne, los niños toman mucho menos leche: un millón de éstos se van a dormir sin cenar, y según la UNICEF la cifra asciende a cuatro millones y medio de personas si se toma en cuenta a los adultos. Con ingresos cada vez más recortados las familias deben gastar mucho más que antes en agua, gas, electricidad, telefonía y transporte. Quien tenga la desgracia de enfermarse tendrá grandes dificultades para ser atendido en el hospital público, con presupuestos ferozmente recortados y su personal luchando desde hace años por una imprescindible recomposición salarial. Agréguese a lo anterior que las cuotas de la medicina prepaga se fueron a la estratosfera y por eso ya son legión aquellas familias clasemedieras que antes podían pagarla pero ya no más, y que ahora se dirigen infructuosamente al hospital público. Esto para ni hablar del precio de los medicamentos requeridos por la población -sobre todo de la tercera edad- otrora distribuidos gratuitamente por el PAMI y hoy reducidos a una mínima expresión. La imagen de abuelos y abuelas rogando que en las farmacias les vendan un blíster o le regalen una muestra médica porque no pueden pagar el medicamento se ha convertido en un clásico del panorama social de la Argentina libertaria. Enfermos necesitados de remedios oncológicos se tropiezan con la indiferencia de un gobierno que ha hecho de la crueldad uno de sus rasgos definitorios. Y si se habla de la educación el gobierno ha profundizado hasta límites desconocidos el desfinanciamiento de la educación pública en todos sus niveles, siendo el ataque a las universidades nacionales uno de sus objetivos más encarnizadamente perseguidos. La situación es igualmente alarmante si se habla de la educación escolar y la escuela secundaria, también afectadas por un desfinanciamiento que viene de largos años. ¿Cómo es posible que en el distrito más rico de la Argentina, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sus escuelas públicas no tengan suficientes vacantes para atender a la población infantil?
Ante una situación como ésta, en la cual el estado se desentiende de las funciones esenciales que garantizan el bienestar de su población (cosa que no ocurre en los capitalismos metropolitanos) no deja de sorprender la indiferencia oficial ante tanto sufrimiento. Pero basta con recordar que el emblema que sintetiza la ideología de este gobierno es “donde hay una necesidad hay un mercado”, frase que la Casa Rosada contrapone al supuesto “exceso populista” de Evita, cuando dijo con razón que “donde hay una necesidad nace un derecho”, algo que constituye una legítima reivindicación democrática. Aquel emblema, que emparenta la necesidad con el mercado, demuestra la ignorancia que prevalece en las filas del oficialismo, su fenomenal desconocimiento de la historia del capitalismo “realmente existente”, que nada tiene que ver con las idílicas imágenes de diligentes empresarios privados respondiendo a los estímulos de mercados, promoviendo el bienestar general y actuando en el marco de una total deserción de estados cuya única preocupación es que ninguna regulación gubernamental entorpezca el accionar de estos “héroes” civilizatorios La idea de que la necesidad genera un mercado no sólo es empíricamente errónea, también adolece de una imperdonable inmoralidad.
La lista de los horrores producidos a lo largo de este primer año de gobierno libertario sería interminable. Me abstengo de hablar de la política exterior porque en este caso el catálogo de aberraciones y chapucerías sería aún más extenso. En lo social, este experimento ha producido ricos más ricos gracias a la enjundia con que Milei luchó para “agrandar sus bolsillos”; y pobres mucho más numerosos -mínimo la mitad de nuestra población, con una metodología que subestima las dimensiones reales de la pobreza- y también más pobres que antes. No es el socialismo sino el “anarco-capitalismo” gobernante el que merece el adjetivo de “empobrecedor”, que Milei adjudica a todo gobierno progresista o de izquierda. ¿O hay alguna duda que la gran mayoría de los argentinos hemos sido empobrecidos por este gobierno? Aparte de eso ¿cómo calificar a destrucción del sistema científico, el ataque a las artes y a la cinematografía, el desprecio por todo lo que se aparte de esa lógica bolichera que reduce las más excelsas creaciones del género humano a la condición de mercancía, objetos sólo valiosos en la medida en que puedan ser fuente de lucro? Ese es el verdadero significado de la batalla cultural que proponen los libertarios. No deja de ser asombroso que este verdadero desastre económico, social, cultural y político producido en apenas un año haya sido calificado por el presidente como “el milagro argentino”. Una frase que, sin duda, pasará a la historia, seguramente que no por buenas razones.
Para terminar permítame decir unas palabras sobre las cifras que el presidente tiró al voleo en su discurso. Reparemos apenas en aquellas relacionadas con la inflación, en donde el tenebroso número de 17.000 por ciento aparece por enésima vez como un espectro terrible que se agita en el fondo de la caverna donde se guardan las pócimas mágicas del “anarco-capitalismo”. Es evidente que Milei busque fortificarse apelando al “éxito” de su combate a la inflación. La última cifra, de noviembre, fue de 2.4%, y fue celebrada en la Casa Rosada como un logro histórico. Pero una somera mirada al vecindario aporta un necesario baño de sobriedad ya que demostraría que, por ejemplo, en octubre ese valor fue del 0.33 % en Uruguay, 0.56 % en Brasil y 1 % en Chile, al paso que en Colombia el indicador fue negativo: -0.13 %. Se comprende la necesidad que tiene este gobierno de convencer a la opinión pública que ha controlado a la inflación dado que su victoria en el balotaje del año pasado se explica en buena medida por la ineptitud del gobierno del Frente de Todos para contener ese flagelo. Pero presentar como positivo un índice de inflación mensual que es unas ocho veces superior al de Uruguay y casi cinco al de Brasil suena como un tanto excesivo, para decir lo menos. Además, tanto Milei como sus numerosos voceros en el ecosistema mediático amén de los políticos que avalan sus proyectos en el Congreso y en las provincias mucho se cuidan de decir que el relativo control de la inflación es resultado de la terapia de shock que castiga al conjunto de la economía. La caída en los niveles de consumo a causa del deterioro en los salarios del sector formal e informal y de los haberes jubilatorios tuvo como efecto reducir el consumo y de este modo “planchar” los precios, creando la ilusión de que la inflación -que tiene causas estructurales y no es un tema de exceso de emisión monetaria como dice el gobierno- ha sido derrotada. La inflación es expresión de la puja distributiva y refleja el control que los oligopolios formadores de precios ejercen sobre los mercados, mismos que en el momento actual pueden actuar a su antojo sin temer ningún tipo de regulación gubernamental. Que hay un cambio de tendencia en los índices de la inflación es indudable; pero ni se la derrotó ni nada autoriza a pensar que ni bien se supere la recesión actual la inflación no vaya a retornar con renovados bríos. Los factores estructurales que la explican no han sido controlados en lo más mínimo por un gobierno que concibe a su misión como “destruir al estado desde dentro” y que se desvive por eliminar todas las restricciones que las autoridades deben imponer para evitar el darwinismo social de mercado, una de cuyas consecuencias es precisamente la inflación.