En un abrir y cerrar de ojos, Virginie Efira se convirtió en el rostro más recurrente del cine francés. Extraño para una actriz nacida en Bruselas y cuya carrera profesional no comenzó en la prestigiosa Comédie Française sino como presentadora de un programa de televisión infantil en Bélgica. Ante el hallazgo de su versatilidad, Serge Toubiana, director de la Cinemateca Francesa y figura emblemática de la revista Cahiers du cinéma, la definió como una navaja suiza: "Puede hacer de todo". El contexto eran los inicios del 2023, cuando Efira había cosechado elogios por su actuación en dos de las mejores películas francesas del 2022, Recuerdos de París de Alice Winocour y Los hijos de otros de Rebeca Zlotowski. Había sido también maestra de ceremonias del Festival de Cannes y se había coronado con dos premios indispensables para dejar huella en la cinematografía gala: el César a la mejor interpretación por la colaboración con Winocour y el Premio Unifrance al cine de ese país, siguiendo la estela de figuras como Isabelle Huppert o Juliette Binoche. Se podría decir que su adopción al nuevo país quedó confirmada, más allá de tener la ciudadanía desde el 2016 y su residencia permanente en París.
“Soy maleable, puedo adaptar mis emociones a todo tipo de personajes”, explicaba en diálogo con Anthem, la revista cultural que la entrevistó en el contexto del Encuentro con el Cine Francés realizado a comienzos del año pasado en Nueva York. “Vengo de Bélgica y los franceses siempre nos suelen decir: ‘Los belgas son tan simples’. Y sí, yo soy simple, no le tengo miedo a eso”. La respuesta de Efira surge a partir del interrogante por la magnética empatía que sus criaturas han conquistado en la pantalla, desde las primeras películas bajo la dirección de Justine Triet, la premiada directora de Anatomía de una caída que la eligió en dos ocasiones, como protagonista de la comedia Victoria y el sexo (2016) y luego en la fascinante Sybill (2019), como en su comprometida actuación en la recién estrenada Nada por perder, ópera prima de Delphine Deloget que la coloca en la cornisa de una maternidad problemática. “No elijo a los personajes porque sean como yo, pero siempre hay algo que me une a esas mujeres, a sus experiencias de vida, a cierta melancolía en la que se encarna el no siempre poder conseguir lo que quieren”.
En la conversación con Arthem, Efira evoca a los dos personajes por los que fue premiada en 2023: primero a Mia, en Recuerdos de París, una mujer que transita el duelo de la supervivencia en la París posterior a la tragedia de Bataclan, intentando hallar al cocinero senegalés con quien compartió un abrazó en esas últimas horas de desesperación; y luego a Rachel en Los hijos de otros, donde el eje se desplaza de la maternidad propia a la delegada, en la compleja relación que establece con Ali, la hija pequeña de su nueva pareja. En ambas, Efira brilla con luz propia, y convierte a esas mujeres heridas en figuras incansables, nunca revestidas de excepcionalidad sino de la esquiva calidez de la cotidianeidad. Una mujer adulta, "inteligente y decidida, que desafía las expectativas conformistas de la sociedad en la que habita", según las palabras de la crítica Jessica Kiang de la revista Variety al referirse a ese arquetipo que encuentra nueva expresión bajo la lente debutante de Deloget, en un registro crudo y directo, cercano a la vena del cine social que a menudo se atribuye a sus compatriotas, los cineastas Luc y Jean-Pierre Dardenne.
En Nada por perder, Sylvie (Efira) pierde la tenencia de su hijo menor a manos del Estado debido a un infortunado accidente doméstico. Deloget confronta la dura vida de Sylvie, mientras trabaja en un bar por las noches, cría como puede a sus dos hijos, apoya emocionalmente a su hermano menor, y carga con una casa desordenada y horarios a contrapelo de la "normalidad", con los representantes de un sistema de asistencia social que en su intransigencia se torna inhumano. La esencia de la película se tramita en el rostro cansado de Efira, en esa combinación de fortaleza y vulnerabilidad que la torna irritante y conmovedora, que nunca la reduce a un ideal de resistencia o marginación sino que la convierte en una mujer que se aferra como puede a lo que tiene. "Ya han decidido que estás tan arruinado como yo. Nunca te dejarán ganar", le dice a su hermano Alain, aquel que parece más integrado a un mundo que en última instancia también lo desprecia.
El recorrido de Deloget, cuyas referencias van desde el cine independiente de John Cassavetes, hasta el primer neorrealismo de Roberto Rossellini y el cine social inglés de Mike Leigh y Ken Loach, combina el uso de actores profesionales como Efira y una galería de actores no profesionales provenientes de Brest, una ciudad portuaria de la región de Bretaña, de donde toma el ambiente y las texturas de su película. "Mostrar a la comunidad de Brest fue para mí una prioridad ", revelaba en una entrevista con Cineuropa a propósito del estreno de la película en la sección Una cierta mirada, en el Cannes del 2023. "Como era mi primera película quería retratar un mundo que conocía en primera persona, que implicaba instalar un interrogante: '¿qué significa pertenecer a una sociedad?' Y con Sylvie quería alejarme de ciertas convenciones, no quería mostrar a una madre valiente, ni a una víctima, ni a una madre carente de amor o tóxica. Simplemente a una mujer de hoy, ya que ser madre soltera con dos hijos no es algo tan extraordinario en Brest".
Encontrar lo sublime en lo ordinario parece ser el verdadero hallazgo de las interpretaciones de Virginie Efira. Surgida de la televisión y formada en comedias románticas convencionales, a sus 47 años se convirtió en la encarnación de una extraña fortaleza, una presencia que alberga en ese asiduo realismo una verdad inusual, magnética, difícil de resistir. Su arte nace también de una cinefilia intuitiva y una profunda confianza en sus directores, sean experimentados como Paul Verhoeven en Benedetta (2021), la explosiva historia lésbica de una monja del Renacimiento, o mujeres jóvenes como Alice Winocour, Justine Triet y Delphine Deloget, quienes exploraron los contornos de una presencia real allí donde sólo podía haber representación. "Como actriz pasé por infinitas etapas", concluye evocando su amor por el cine como alimento de su profesión. "A los 12 años descubrí a Marilyn Monroe y las comedias de Billy Wilder, después la belleza trágica de Romy Schneider, luego el talento de Gena Rowlands. Pero también exploré lo impensado. Nunca pensé que me interesarían películas como, por ejemplo, Toro salvaje. Me decía: 'No voy a ir a ver una película sobre un boxeador. ¿Qué me importa? Pero también me enamoré de ella. El cine nos conquista desde diferentes lugares, en distintos momentos de nuestras vidas, y empuja nuestra sensibilidad hacia rincones que jamás habíamos imaginado".