STING: ARAÑA ASESINA 6 puntos
(Sting; Australia, 2024)
Dirección y guion: Kiah Roache-Turner.
Duración: 92 minutos.
Intérpretes: Ryan Corr, Alyla Browne, Noni Hazlehurst, Penelope Mitchell, Jermaine Fowler.
Estreno en salas de cine.
Sting: Araña asesina podrá ser una película ciento por ciento australiana, pero su locación única y excluyente es un pequeño edificio de departamentos en Brooklyn, recreado en estudios con la ayuda de la célebre compañía Weta Workshop en la vecina Nueva Zelanda. El estilo, sin embargo, en particular los constantes movimientos de cámara y el uso del objetivo gran angular en determinadas escenas, recoge el guante del cine de género producido en el continente oceánico, de los clásicos de los '80 a las primeras creaciones de Peter Jackson. La historia, en tanto, regresa a los placeres del terror animal en su vertiente arácnida, en particular los de Aracnofobia, sumándole algún que otro elemento de ciencia ficción. Fanático declarado del cine de terror y aledaños, el realizador Kiah Roache-Turner entrega en su tercer largometraje una simpática nota el pie dentro del género, pletórica de clichés y pasos narrativos derivativos, aunque con cierto ritmo y un sentido del humor que se agradece.
Si la reciente película francesa La plaga: Vermin, superior en todos los niveles artísticos, se afincaba en un sentido realista para narrar la invasión de un pelotón de arañas asesinas en un típico monoblock de los suburbios parisinos, introduciendo elementos de crítica social e incluso política en la ecuación, Sting promete desde su primera escena formas más estilizadas, cercanas a la comedia de horrores de hace cuatro décadas, con sus personajes bigger than life, y una fotografía que destaca los claroscuros y, con ellos, las sombras como fuente de amenaza. La excusa es simple: una niña de nombre Charlotte adopta una pequeña araña que acaba de caer del cielo, y le da de comer cucarachas día y noche. Que el bicho no es normal resulta claro cuando su tamaño comienza a mutar a un ritmo enloquecido, amén de su capacidad para imitar sonidos humanos o de cualquier otra raza animal.
Lo que ocurre es lo esperable y no pasa demasiado tiempo hasta que, primero las mascotas y luego algunos de los inquilinos del edificio, comienzan a quedar atrapados en gigantescas telarañas, paso previo a la deglución. Roache-Turner adereza los elementos de shock y el suspenso con una subtrama familiar y sus evidentes crisis: el padrastro de Charlotte, dibujante de historietas que lucha por vivir de su pasión mientras se desempeña como gasista, electricista y plomero del lugar, no termina de ocupar el lugar del padre biológico ausente, y la presencia de un bebé de meses no ayuda a la dinámica del clan. Curiosamente, la segunda mitad de Sting funciona mejor que la precedente, jugando el juego del peligro constante antes de la batalla final ante un monstruo que, a esa altura, demuestra ser mucho más que un simple arácnido en esteroides.