La Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Polifónico Nacional y el Coro Nacional de Niños concluyen la temporada 2024 de los organismos estables con un concierto excepcional. El viernes 13 a las 20, en el Auditorio Nacional del CCK, se podrá escuchar el Requiem de guerra, de Benjamin Britten, bajo la dirección de Emmanuel Siffert. Como solistas actuarán la soprano Mónica Ferracani, el tenor Ricardo González Dorrego y el barítono Víctor Torres. El programa se abrirá con Salut Printemps, para coro femenino y orquesta, de Claude Debussy. Las entradas gratuitas se pueden gestionar por la web.
El experimentadio Siffert tendrá a su cargo la dirección de una obra de gran complejidad técnica y multiplicidad expresiva. Nacido en Suiza, Siffert se formó en dirección en Europa con Jorma Panula y Carlo María Giulini, entre otros. También estudió violín en Salzburgo, bajo la tutela de Sandor Végh, e integró Camerata Académica de Salzburgo entre 1989 y 1994. En 2020 ganó del concurso internacional como direcetor artístico de la Orquesta de Cámara de Chile, de la que actualmente es titular. Colabora regularmente con las máximas instituciones culturales de la Argentina, desde la Orquesta Sinfónica Nacional hasta la Orquesta estable del Teatro Colón, con la que realizó numerosas producciones de ballet. También fue profesor invitado para la clase de Dirección de Orquesta en la Universidad Católica Buenos Aires y como profesor de Repertorio de Canto de Ópera en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
Cielo y tierra
Considerado un monumento del pacifismo y una de las obras más impactantes del siglo XX, el Requiem de guerra de Britten se estrenó en 1962 para inaugurar la reconstrucción de la Catedral de Coventry, pero su destino comenzó a tejerse mucho antes. El 4 de noviembre de 1918, una semana antes del armisticio que dio final a la Primera Guerra Mundial, el británico Wilfred Edward Salter Owen, que había llegado al frente como voluntario en la Artists' Rifles, un cuerpo especial del Ejército Británico, murió durante una operación militar en el noreste de Francia. Entre las pertenencias que poco tiempo después llegaron a casa de sus padres, había un pequeño corpus de poemas escritos por el soldado muerto. Hablaban de la dureza y el sinsentido de la experiencia bélica que estaba viviendo.
Muchos años después y en otra guerra, el 8 de noviembre de 1940, durante una operación que cínicamente llamaron “Sonata claro de Luna”, la Luftwaffe alemana arrasó la ciudad inglesa de Coventry. Una noche entera de bombardeos se gastaron para una de las operaciones aéreas más inútiles, crueles y sin sentido de las tantas que se sucedieron durante la Segunda Guerra Mundial.
Veintidós años hubo que esperar para que la catedral de Coventry, destruida por aquellas bombas, volviera a picar sus campanas. La consagración del templo reconstruido se celebró con una ceremonia en la que, como símbolo de pacificación y hermandad, la música tenía que desempeñar un papel fundamental. Para derrotar a la guerra, Britten pensó entonces un réquiem en el que la fibra antigua del texto litúrgico en latín se combinase con la modernidad piadosa de los poemas de quien que había vivido, pensado, escrito y sufrido la guerra. Eternidad y circunstancia, cielo y tierra se combinan en el Requiem de guerra, obra poderosa que compadece a las víctimas, pero también, y sobre todo, denuncia la locura y la estupidez de la devastación.
En carne viva
En un juego de espejos, Britten deslinda los planos expresivos y poéticos y marca sus diferencias. El latín de la tradicional Misa de réquiem retumba en las voces del coro, la soprano y la orquesta completa. Los versos de Owen, en cambio, son entonados por las dos voces masculinas –en el estreno los intérpretes fueron un inglés, el tenor Peter Pears, y un alemán, el barítono Dietrich Fischer-Dieskau, para representar la reconstruida armonía entre las dos naciones– acompañadas por un grupo instrumental de cámara. Un réquiem impaciente dentro del réquiem inmóvil. Un texto en carne viva que critica al texto detenido en una lápida. Una lengua eterna y otra secular. En sus perspectivas de algún modo divergentes sobre la idea de destrucción y muerte, el latín y el inglés suenan casi de manera conflictiva, en un ida y vuelta permanente en el que la relación entre las partes, solistas, coros y grupos instrumentales elabora un universo expresivo meta-teatral.
Pero más allá del modo en el Britten va urdiendo un lenguaje sonoro de gran originalidad, lo trascendental del Requiem de guerra es que su razón no está en la promesa de salvación ni en el consuelo de la fe. Su razón está en la guerra y la piedad que la atrocidad genera. Un réquiem “de guerra”, un manifiesto laico y anticelebrativo, cuya urgencia, más que cantar la muerte de los caídos, quiere cantar la muerte de la guerra.