Si alguien tenía dudas, el discurso de Milei en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) terminó de esclarecer: esto es una guerra. Una guerra cultural, una guerra narrativa, una guerra que busca legitimar un modelo deshumanizante donde se le puede quitar medicamentos a los jubilados sin ningún tipo de consecuencias. Como dice Juan Grabois, “un destape oligárquico y fascista”. Una parte importante de esta guerra se libra en el territorio digital. ¿Qué estamos esperando desde el campo humanista para organizarnos y dar batalla?

El lenguaje bélico no es mi elección. En julio de este año, The New York Times entrevistó a Steve Bannon, ex asesor de Trump y uno de los “ingenieros del caos” -como llamó Giuliano Da Empoli en su libro a los artífices del avance de la ultraderecha en el mundo- donde habló de una “guerra narrativa sin restricciones”, y de hecho su podcast se llama “War Room”. 

En su reciente discurso ante la CPAC, Milei sostuvo que están librando una “guerra en defensa de las ideas de la libertad” y enfatizó que para dar la batalla cultural “hay que usar las armas del enemigo, políticamente hablando, no podemos seguir usando mosquetes en la era de los drones”. Hace pocos días, Daniel Parisini conocido como el “Gordo Dan” se hizo viral tras hablar de su nueva agrupación como “brazo armado” de Milei, aunque aclarando que su principal arma son los teléfonos celulares. Y no es sólo lenguaje, también se han vuelto expertos en prácticas violentas en redes sociales como lo es el doxeo, el ataque en manada para disciplinar, callar o inhibir a militantes, periodistas, artistas y dirigentes.

¿De qué se trata todo esto? De la famosa batalla cultural -y elijo no profundizar en la profanación del concepto desarrollado por Antonio Gramsci-. Da Empoli analiza en su libro el recorrido de Bannon como uno de los primeros en comprender que “la política va aguas abajo de la cultura”, “la política deriva de la cultura”. Lo que la ultraderecha hizo a nivel global es construir un movimiento de abajo hacia arriba, movilizando cientos de miles de activistas en el territorio digital utilizando la ira como motor principal. 

Poco a poco, fueron esparciendo en los profundos recovecos de las redes sociales sus ideas deshumanizantes, racistas, xenófobas, misóginas, potenciadas por las lógicas algorítmicas que, en un mar de abundancia de contenidos, premian la estridencia. El debate y la autocrítica sobre por qué esas ideas hicieron mella es necesario darlo, pero no es motivo de este artículo que en cambio pretende funcionar como un balde de agua fría para que reaccionemos, a riesgo de ser considerada una delirante.

La batalla cultural deshumanizante es el instrumento de legitimación de modelos políticos y económicos que claramente perjudican a las mayorías populares, que consideran la justicia social una aberración, que promueven la destrucción del Estado y endiosan a la elite más rica a nivel global definiéndolos como “héroes” y “benefactores sociales”. Es la instalación de un darwinismo social donde se valida la supervivencia del más apto, o del más rico. 

Se trata de la destrucción de los consensos humanistas más básicos, como que todos los seres humanos merecemos dignidad por el solo hecho de existir, sin importar género, raza, religión, sin importar los méritos o los ceros en la cuenta bancaria. Las elecciones se pueden ganar o perder, pero el avance de estas ideas representa un peligro para el futuro de la humanidad.

Decía que una gran parte de las batallas que componen esta guerra que propone la ultraderecha se libran en el territorio digital. Un espacio desigual, donde la cancha está inclinada, por diferencia de recursos, porque los dueños de las plataformas y los algoritmos se dividen entre abiertos militantes de derecha y tibios con apariencia de neutralidad, y también porque existió durante mucho tiempo desde el campo popular un desconocimiento y/o subestimación al poder de construcción de subjetividades que tienen las redes sociales, lo que ha derivado en dos tipos de desviaciones: la tercerización de la tarea en consultoras carísimas con nulo compromiso ideológico y dudosa efectividad; y la no-jerarquización de las estrategias digitales al interior de los partidos y organizaciones.

Algunos pasajes del discurso de Milei -debo confesar- me provocaron una profunda envidia. Por ejemplo, su claridad con respecto a la necesidad de organizarse en lo digital. “Por creer que los liberales no somos manadas, muchos han caído en la trampa de no organizarse” se sinceró el presidente y agregó que “el mal organizado se vence mediante la organización de los buenos”. Es un poco maniqueo, pero no puedo estar más de acuerdo. “No hay que ceder frente al mal, hay que combatirlo con más fuerza”, sentenció. Y aquí el meollo de la cuestión: ¿Qué estamos esperando desde el campo humanista para organizarnos y dar batalla?

El peronismo, progresismo, campo nacional popular, o como nos gusta llamarlo en esta nueva etapa, campo humanista, siempre tuvo un diferencial positivo que no se puede comprar con dinero: la militancia, la comunidad organizada. Cientos de miles de personas a lo largo y ancho del país con un profundo amor por esta Patria, dispuestas a organizarse para transformar realidades injustas en el territorio, en los barrios, en sus comunidades. ¿Por qué no podemos recuperar esa experiencia y destinar, aunque sea un poco de energía y recursos, a organizarnos también en el territorio digital?

Hoy estamos en un escenario que no elegimos, nos proponen una guerra que no queremos en un territorio que no nos es cómodo. Cuando escucho algunas posiciones como que hay que abandonar X, hay que crear nuestros propios safeplace en las redes, me desborda el desacuerdo. No dar la batalla solo va a profundizar la miseria y las desigualdades, sólo va a dejarlos avanzar hasta que nos parezca normal que caguen a palos a personas en situación de calle y les roben su única propiedad privada, un colchón. Para dar esta batalla también es necesario recuperar la autoestima política, no dejarse amedrentar y confrontarlos abiertamente; aprender de sus estrategias y utilizarlas, no tenerle miedo al “bait”, al escándalo o a la viralidad de sus ataques. “Aikido”.

Cómo organizarnos en el territorio digital es una receta que no está escrita, pero existen experiencias, pistas que pueden orientarnos. Sin dudas el primer paso es la toma de conciencia de la importancia de la tarea y la jerarquización de la misma. Luego, comprender que el mundo digital es casi infinito y por su lógica de abundancia ordenada por algoritmos, es un territorio hiperfragmentado, donde cada uno habita una pequeña parte. 

Existen las plataformas de redes sociales más masivas como X, Instagram, Facebook, Whatsapp, Tiktok, YouTube pero también existen espacios como Reddit, Discord, videojuegos, el mundo crypto, plataformas montadas sobre blockchain. Organizarnos implica estar presentes de manera orquestada en la mayor cantidad de espacios y segmentos posibles, con estrategias específicas para cada uno. Como verán, no es una tarea sencilla y requiere la participación de muchísimas personas.

Todavía no hemos podido ponernos de acuerdo en cuáles son “nuestras ideas”, con las que vamos a disputar en la batalla cultural, no hemos podido consensuar un programa de gobierno aunque propuestas, hay. Pero no podemos esperar esos tiempos de reordenamiento interno, porque la guerra avanza. 

Puede ser que no haya consenso sobre la necesidad de una reforma agraria del siglo XXI, pero si nuestro único consenso es que no se puede cortar los alimentos a los comedores porque la gente se muere de hambre, es una idea. Si nuestro único consenso es que no se puede cortar los medicamentos a los jubilados porque se van a morir, es una idea. Es necesario organizarnos en el territorio digital para dar batalla antes que sea demasiado tarde.

*Licenciada en Comunicación Social. Diplomada en Comunicación Política (UBA) y Media Management (Universidad Austral). Colectivo de Comunicación Argentina Humana.