La percepción de la popularidad de Javier Milei fue variando en el transcurrir de su primer año de gestión, asociada a los vaivenes de la economía y la política, específicamente relacionada con las fuertes transformaciones que se venían produciendo y que impactaban en forma concreta en la vida cotidiana de la gente.

Los datos que se obtienen en la última encuesta de CEOP son más que elocuentes: cuándo Milei asumió, su imagen positiva orillaba el 61 por ciento y a principios de diciembre de 2024, doce meses después, se ubica en el eje del 47 por ciento. Sin duda, un fuerte deterioro, aunque sigue siendo alta, especialmente si se tiene en cuenta las importantes consecuencias del ajuste económico. 

Con el correr de los meses la figura de Milei fue variando en el imaginario colectivo de los argentinos. Muy poco queda del “peluca disruptivo” o del “león indómito”, que prometía el cambio con la motosierra en la mano, y pronunciaba su primer discurso como presidente en las escalinatas del Congreso, frente a un millar de fanáticos y dándole la espalda a diputados y senadores, prometiendo la llegada del anarcocapitalismo a nuestro país. 

La dolarización fue quedando en el olvido y del anarcocapitalismo dejó de hablarse y hasta es probable que muy pocos se acuerden de aquella promesa incumplida. Lo cierto es que el modelo económico se fue transformando en un esquema neoliberal clásico, y por estos días todo parece indicar que la Argentina transita un camino que quizás pueda llevar a la Argentina a una especie de neo convertibilidad al estilo de los noventa, aunque esta vez la ecuación será algo así como un dólar igual a mil pesos. La diferencia radica que en la actualidad no existen empresas estatales para privatizar y un modelo de estas características requiere nuevamente del FMI, el prestamista de última instancia para lograr salir del cepo. Mientras tanto, con un dólar pisado, con una fuerte tensión del sector exportador, todo hace suponer que el equipo económico está sentado sobre un volcán a punto de su erupción. 

Fue un largo camino recorrido, donde el equipo de gestión de Milei desde el primer día aplicó, sin miramiento alguno, un modelo de ajuste de la economía que impactó de manera significativa: liberalización de precios, que implicó un aumento sustancial de tarifas de servicios públicos, combustibles, medicamentos, servicios de salud, alimentación, vestimenta, entretenimientos, muebles y electrodomésticos y muchos rubros más. 

Pero al mismo tiempo, y esto fue lo más impactante, definió un ajuste con una ecuación que a la gente no le cerraba: los sueldos no aumentaban al ritmo de la inflación, dado que estableció como meta “innegociable” el equilibrio fiscal. Este modelo económico significó un verdadero golpe a los sectores medios y bajos de la sociedad. Un indicador estratégico, que fue medido de manera sistemática, dejaba al descubierto que alrededor de 3 de cada 4 argentinos se caracterizaban por tener dificultades para llegar a fin de mes. 

Pero lo más grave: para alrededor de 1 de cada 3 sus ingresos directamente no les alcanzan para llegar a fin de mes. Y sobre llovido mojado, el ajuste llegó a la universidad pública. El intento político de desfinanciar (o incluso arancelar) a la educación superior desató una respuesta inmediata y la marcha decidida por la totalidad de los claustros universitarios, se convirtió en un hito político fundamental que en el mes de abril pasado trascendió al propio ámbito universitario, convirtiéndose en una verdadera expresión de defensa de la educación pública que incluyo hijos, padres y hasta abuelos.

En los meses siguientes, y mientras el ajuste se profundizaba, la popularidad del presidente mantuvo la tendencia la baja. Sin embargo, los números no evidenciaban una caída significativa (como por ejemplo el que sufrió el presidente Fernando De la Rúa cuando implementó un ajuste a mediados del año 2000) sino que fue una especie de descenso por goteo que en el mes de septiembre tocó su piso con 40 por ciento de imagen positiva. Ese fue el peor valor, el momento más difícil. 

La situación de los sectores vulnerables se tornaba más compleja, los bolsones de comida se apilaban en los depósitos y no se repartían. El hambre y la pobreza se convirtieron en una de las preocupaciones más importantes y ni hablar de las penurias que pasaron y siguen pasando los jubilados: los que cobran la mínima directamente no llegan a cubrir sus necesidades básicas. 

Sin embargo, a partir de allí la inflación empezó a descender y la situación macroeconómica mejoró, los dólares financieros comenzaron a bajar (obviamente el blue también), el peso se revaluó y los oficialistas periféricos, que fueron los que empezaron a perder la paciencia y la esperanza, volvieron a creer y su imagen comenzó a crecer nuevamente, hasta ubicarse en el 47,4 por ciento que obtiene a principios de diciembre. 

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Es muy probable que un importante sector de nuestra sociedad le cueste entender como Milei resiste a un ajuste de estas características. Existen cuatro indicadores estratégicos que permiten explicar este fenómeno, que logra un significativo apoyo en un contexto de ajuste y recesión económica: expectativas con respecto a mejoras en la economía; percepción de la dirección correcta que tiene el país a nivel económico; el Índice de Optimismo y Percepción de los principales logros de la gestión Milei. 

Vale la pena puntualizarlos, ya que se convierten en una explicación contundente para entender los valores que logra el presidente, tanto en imagen como en la aprobación de su gestión. Las expectativas de mejoras económicas para los próximos meses se ubican en el eje del 49 por ciento; para un 47,5 por ciento de los argentinos el rumbo económico que posee esta gestión es “el correcto”; el Índice de Optimismo redondea un promedio de casi 5 puntos (medido en una escala de 1 a 10) y la mayor parte (un 51,1 por ciento para expresarlo con mayor precisión) afirma tener un mediano o alto optimismo. Finalmente, cuando se pregunta por los principales logros de esta gestión, se detectan tres factores que explican los valores de imagen y gestión: terminar con el déficit fiscal, pasar la motosierra por el Estado y bajar la inflación. 

Simple y sencillo: estos indicadores constituyen la clave que justifica al capital político de esta gestión, que no es otra cosa que contener a un electorado de derecha, anti peronista y sumamente elitista. 

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Javier Milei se impuso en las elecciones nacionales de 2023, instalando la consigna dominante que finalmente resultó la más votada. Su equipo de comunicación sustentó tal consigna en cuatro conceptos: convertirse en un candidato disruptivo; demostrar que para garantizar el cambio no debía ser “más de lo mismo”; proponer la destrucción del Estado desde un supuesto modelo anarcocapitalista, que en definitiva nunca llegó a utilizar y especialmente definir a los “culpables de todos los males de nuestro país”: por un lado la casta política, a la cuál prometía eliminar para siempre, además de pagar los costos del ajuste; y por el otro, el ”kirchnerismo” instalado ni más ni menos como una especie de “mala palabra”, convertido en uno de los principales causantes de la crisis.

Al momento de asumir, la segmentación política de los argentinos evidenció un excelente posicionamiento para Javier Milei como correlato de su amplio triunfo en el balotaje: 48 por ciento de oficialistas; 20 por ciento de independientes (la mayor parte con imagen positiva alta de Milei) y apenas un 32 por ciento de opositores. 

Pero nada es permanente. En el devenir del año fue surgiendo el verdadero Milei: el ajuste fue feroz y golpeó especialmente a los sectores bajos y medios de nuestra sociedad; la casta no fue la que pagó el ajuste y tal como quedó demostrado en otras encuestas realizadas meses atrás, existe un convencimiento significativo que el ajuste lo terminó pagando la “gente común”. En estos días, las nuevas medidas que restringen la entrega de medicamentos (gratis o con descuentos), dio origen a una situación que puede llegar a ablandar hasta el más duro: colas de jubilados (mucho de ellos hasta llorando) frente a las oficinas de PAMI, esperando para reclamar. Una imagen que no se veía de los tiempos en que Norma Plá reclamaba y hasta hizo emocionar hasta las lágrimas al mismísimo Domingo Cavallo. 

En tal sentido, el importante apoyo que Milei recibió los primeros meses de gestión se fue diluyendo. En primer lugar es importante señalar que se fue produciendo un fenómeno muy particular: mientras parte de su propio núcleo duro (especialmente hombres jóvenes, de nivel social bajo y muy bajo, en general con trabajos muy precarios, que enojados o desilusionados con el peronismo optaron por votar al dirigente libertario, se desilusionaron también de esta gestión y finalmente se corrieron al segmento de los independientes. Sin embargo, al mismo tiempo se incorporaron adeptos al PRO, desilusionados con Macri. Este fenómeno no es una cuestión menor. Solo basta tener en cuenta que en el mes de diciembre, los simpatizantes de La Libertad Avanza representan un 18,1 por ciento y prácticamente duplican a aquellos que confían en el PRO que arañan un 10 por ciento.

¿Qué ha ocurrido entonces? Al mes de diciembre de 2024, la sociedad se polarizó en forma contundente. En tan sentido, es posible considerar como oficialista a un 40 por ciento, de los cuáles algo más de la mitad constituyen su núcleo duro. Y tal núcleo duro es incondicional; la periferia -en cambio- es más crítica y está pendiente de los resultados económicos, incluso hasta poco dispuesta a “esperar lo que sea necesario para transformar al país”. Es más: la mayor parte de los nuevos oficialistas son periféricos, por ende su apoyo es más débil y por otra parte representan un segmento que puede perder la paciencia mucho más rápido.

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Pero por estos tiempos se detecta un dato no debe pasarse por alto: el 54 por ciento de los argentinos desaprueban la gestión de Javier Milei. 

Y este es un desafío para la oposición y especialmente para el peronismo. Tal desafío no surge simplemente de una opinión: es algo que pudo detectarse en las distintas encuestas realizadas a nivel nacional y a lo largo de este año.

Como punto de partida debe tenerse en cuenta que este no es el modelo de país que los opositores desean. En su imaginario subyace la necesidad de un país diferente, productivo, con una industria floreciente, con las pymes funcionando al cien por ciento, con plena ocupación, con una importante presencia del Estado para proteger a la producción nacional, con trabajo digno en remuneraciones y en formalidad, con un aprovechamiento integral de los productos primarios, desarrollando grandes industrias que le adicionen valor agregado a nuestra economía. Desean también una educación y una salud pública de excelencia, obviamente gratuita. Sin temor a equivocarse, en este punto el rol del Estado es también fundamental e imprescindible.

Desean también que su salario y sus ingresos les alcance para llegar a fin de mes y pensar en comprar su vivienda con sus ahorros y porque no tener su propio automóvil o tomar vacaciones sin sobresaltos. Que los jubilados no tengan que pasar privaciones, que su haber sea digno y suficiente. Que no tengan que penar haciendo colas para reclamar por sus medicamentos.

Esta recuperación de la cultura del trabajo, que solo el peronismo puede hacerlo, la gente necesita y espera que sus deseos se cristalicen en el armado de un frente nacional y popular, donde se garantice la unidad del peronismo como requisito estructural. La totalidad de los sectores y dirigentes a nivel nacional deben participar enm la generación de la unidad. Es imprescindible que así sea.

Entre las asignaturas pendientes de esta gestión en esta última encuesta también mencionan que la inflación no tiene que bajar a costa de una gran recesión que perjudica en mayor medida a los sectores sociales medios y bajos, y casi la mitad de los argentinos expresan, y de manera contundente “que el ajuste no se soporta más”.

Ese es el gran desafío para el peronismo: lograr la unidad imprescindible para mejorar su posicionamiento electoral, permitir y fomentar que dirigentes jóvenes surjan como alternativas diferentes, con ideas nuevas de un mundo que está cambiando a pasos agigantados y en un país que transita una de sus etapas más negras, con la puesta en marcha de un modelo económico que tiene por objetivo cambiar al Estado por el mercado, y que remata en una realidad que no es otra cosa que la exclusión social de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.

Pero al mismo tiempo es importante señalar que la unidad es necesaria pero no suficiente. Corren tiempos de poner los caballos adelante del carro, de evitar todo interés personal y pensar en la Argentina grande que sus habitantes merecen.

El segmento de opositores también espera que el peronismo y el frente nacional y popular presenten un modelo alternativo de gestión, que demuestre de manera contundente que otra Argentina es posible, con una economía más justa, con la defensa incondicional de nuestra soberanía política e independencia económica, con inclusión, con la mente amplia a los cambios que se producen en el mundo y en nuestro país, con respeto a la vejez y a los estudiantes.

Pero fundamentalmente, el desafío también requiere generar certidumbres e instalar el porvenir de la esperanza para que la gente pueda volver a creer que la movilidad social ascendente será un objetivo para las nuevas generaciones.

Las elecciones de medio término están ya a la vuelta de la esquina. Aún se está a tiempo de entender el momento y tener en cuenta que el único y verdadero objetivo de la política es el de transformar la realidad.