La reina de lo gótico”, Mariana Enriquez, recibió el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, dotado de 50 mil dólares, en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), en la ciudad de Santiago de Chile. La escritora argentina fue elegida por un jurado que ponderó “la relevancia y significación de su obra en el ámbito de la literatura contemporánea”. La edición de este premio creado en 2001 en la Universidad de Talca coincide con el centenario del nacimiento del escritor chileno. “Nunca sentí que la literatura ilumine la condición humana: al contrario, creo que la opaca”, aclaró la autora de Nuestra parte de noche durante la ceremonia de premiación en la que fue ovacionada.

Claire Mercier, profesora y académica coordinadora del premio, señaló que uno de los rasgos esenciales de la narrativa de Enriquez es “utilizar el terror con el fin de llevar a cabo una crítica en relación con la sociedad latinoamericana”. Al final de su presentación buscó trazar paralelismos entre la obra de Donoso, El obsceno pájaro de la noche, y Nuestra parte de noche, donde la profesora encuentra que se describen niños invunches (personas deformes), secuestrados en una cueva. “De la misma manera que Donoso, el proceso de monstrificación permite a Mariana Enriquez simbolizar a la clase alta, con miembros de las familias más ricas de Argentina que forman parte de la Orden, una sociedad secreta cuyo objetivo es encontrar la vida eterna y consolidar para siempre su hegemonía”. A cien años del nacimiento del escritor chileno, “entregar el premio que lleva su nombre a Enriquez es también premiar la aventura escritural, el poder crítico de la imaginación literaria para desenmascarar las múltiples formas de violencia que habitan nuestra realidad latinoamericana”, puntualizó Mercier.

Enriquez comenzó su discurso con un recuerdo de la casa de su infancia en Lanús, especialmente de una habitación que había sido de los abuelos, donde había un piano negro que nadie tocaba y una biblioteca con “aires señoriales” con enciclopedias, diccionarios y ficción en colecciones populares, sobre todo Bruguera (su favorita), y Salvat. Pronto se convirtió en una “lectora voraz” en los años de la dictadura. En esa colección de Bruguera leyó a Truman Capote, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Graham Greene, D. H. Lawrence, Edgar Allan Poe, Joseph Conrad, Henry Miller, Cesare Pavese, Juan Carlos Onetti, Juan Marsé, William Faulkner, Rosa Chacel y de Emily Brönte Cumbres borrascosas, la novela más importante de su formación como lectora.

“En esa habitación, sentada con un libro en las sillas de cuero, encontré mundos más reales que lo real”, dijo la periodista de Página/12 y subeditora del suplemento Radar y precisó que muchos escritores suelen referirse a la importancia de la lectura y la literatura como un arma frente a la injusticia. “A mi esa retórica me suena lejana y en alguna medida encorsetada”, la definió en un tramo de su discurso. “Yo escribo sobre la desigualdad, sobre el desamparo de nuestros países, sobre el pesimismo de esta América Latina que, para mi generación, encarnó y entendió como nadie Roberto Bolaño en su condición de migrante y poeta pesimista. Pero no escribo porque sienta que cumplo, con la literatura, alguna función ineludible. Esa solemnidad y auto importancia me es ajena. Nunca sentí que la literatura ilumine la condición humana: al contrario, creo que la opaca”, aclaró y reconoció que la literatura le permite explorar la complejidad.

Las ruinas del capitalismo

La autora de Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego reflexionó sobre el territorio postindustrial que habita como escritora. “Yo abrazo los claroscuros, los recovecos del lenguaje, la literatura como ejercicio visionario, la irresponsabilidad, las contradicciones, el romanticismo. Mi mundo literario no es didáctico, no tiene certezas. Son mis obsesiones y curiosidades derramadas, incluso mi intimidad, retorcida por los mecanismos de la ficción”, afirmó. “El gótico contemporáneo tiene que ver con las ruinas del capitalismo, o con lo que llamamos capitalismo tardío. Transcurre en una fábrica abandonada, en un parking, en un supermercado vacío al que ya no va nadie porque las compras se hacen online”, explicó y admitió que la ponen de malhumor las manías clasificatorias, y que le resulta desconcertante el asalto de “mil opiniones por minuto” acerca de la literatura.

“La literatura crea allí donde no hay nada", aseguró. "En ese prodigio reside su poder, que es más importante que su importancia. La literatura es magia, como lo es un conjuro o una plegaria. Palabras dispuestas de tal manera que, pronunciadas, crean o modifican muchas realidades. Y uno puede vivir en cada una de ellas. O tomar diferentes caminos en ese mapa que la literatura traza: abrir una puerta, elegir un desvío, descansar a orillas de un lago”. Recordó que el periodista y escritor Fernando Form se refirió a ella como una persona “panóptica, pero sin una función de poder: es curiosa en trescientos sesenta grados”, y consideró que es “una descripción justa” porque no estudió Letras, nunca fue a un taller literario y no conoció escritores hasta que publicó su primera novela, Bajar es lo peor

Enriquez prefiere hablar de “conectar puntos” y pensar la literatura “como un nodo en una inmensa red de referencias”. Entonces contó que llegó a leer a Arthur Rimbaud por la poeta punk Patti Smith y por David Wojnarowickz, un artista neoyorquino que fotografiaba a sus amigos en el subterráneo de Nueva York con una careta de Rimbaud y una jeringa colgando de las venas del brazo. Uno de sus músicos favoritos, Richard Hell, se puso infierno en el apellido por el poema de Rimbaud, y Alejandra Pizarnik parafraseaba al poeta francés cuando escribió “para la pequeña muerta, un espejo de cenizas”. Son algunos de los ejemplos que mencionó para dar cuenta de las constelaciones que configuran su universo y que le dan forma a lo que ella entiende por literatura, que excede “por mucho” al libro, el papel y la escritura.

(Imagen: Nora Lezano)
 

De Donoso leyó El obsceno pájaro de la noche, una novela que no entendió en la primera lectura, pero en la que identificó “los recovecos” que le gusta visitar, como los contrahechos, las deformidades, las viejas pérfidas y también la primera aparición literaria del invunche, “ese monstruo alguna vez humano que, hasta ese momento sólo había encontrado en libros y textos en inglés”; en Bruce Chatwin, que se fascinó con la brujería de Chiloé en En la Patagonia, o en Alan Moore en La cosa del pantano. En cuanto a la literatura latinoamericana, destacó la exaltación del chisme, el melodrama y “las señoras muertas de calor” de Manuel Puig; la Manuela gastada de El lugar sin límites, una novela breve de Donoso; “el misántropo gótico gris” de Juan Carlos Onetti, “los niños crueles” de Silvina Ocampo, las bibliotecas nocturnas de Borges, los asesinos elegantes de Julio Cortázar, la voz de la muerta de María Luisa Bombal, los alquimistas de Manuel Mujica Láinez, la secta de los ciegos de Ernesto Sabato, los rituales de Olga Orozco, el mono en el río de Antonio Di Benedetto.

Un lugar sin límites

Recibir un premio a la trayectoria a los 51 años recién cumplidos le resulta “muy extraño” y le produce vértigo. “Suelen preguntarme si me da miedo lo que escribo y la pregunta cada vez me parece más desatinada. Claro que no me da miedo lo que escribo. Me da miedo lo que vivo. Escribir es volver a ese mundo imaginario que es más potente y más adorable que lo real”, subrayó la escritora hacia el final. “Lo tenebroso es ser una mujer de mediana edad que cuando no sufre síndrome de impostora sufre por la juventud perdida y luego se dice ‘pero aún sos joven’ y el cuerpo se lo desmiente todos los días mientras repasa cuáles son esos libros y esos eventos que pueden considerarse una trayectoria, y a veces le parecen muchísimos y a veces le parecen ínfimos”, comparó Enriquez tomándose con humor el inexorable paso del tiempo. “Estoy en más de la mitad de mi vida, salvo que llegue a centenaria. Me queda mucho de escritura. Creo que aún puedo mejorar; soy una aprendiz. Mucho de lo que escribí y de lo que pude compartir con la literatura me gusta, pero nada me satisface”.

 

Aunque asumió que tiene una relación “intensa” con sus lectores enfatizó que no quiere complacerlos. “No quiero darles lo que yo pienso que pretenden de mí. Necesito esquivar esa complacencia y esa inseguridad. Tengo muchos mundos viviendo en mi cabeza y mis dedos, me queda tanto por descubrir. Y hoy, mientras acepto este premio magnífico, estoy ansiosa por encerrarme a escribir y volver a esa habitación del piano primordial. Es mi casa, aunque del lugar real no queden ni las ruinas. Esa habitación es mi lugar sin límites”, concluyó.