Una ladrona acaba de entrar a su habitación de hotel, pero Javier Pereira no tiene idea de que ella se escondió en el ropero. Como cree que nadie lo escucha, habla por teléfono en español con acento argentino, y más tarde recibe a un hombre que viene a encargarle que asesine a su mujer. Pereira no tiene aspecto de sicario, pero se dedica precisamente a eso. Y lo hace de manera metódica y concienzuda, sin dilemas morales pero tampoco más satisfacción que la de un trabajo bien hecho. Pero en su camino se cruzará Letty Raines, la ladrona, que está en libertad condicional y tiene serios problemas con el alcohol y las drogas: ella no puede soportar que ese hombre encantador vaya a matar la esposa de su cliente. Todo se complica con sexo, mentiras y armas de por medio; finalmente, Javier obliga a Letty a trabajar para él. De eso se trató el primer episodio de Good Behavior, que TNT Series emite todos los domingos a las 22. Y si la trama del envío creado por Chad Hodge y Blake Crouch ya es interesante de por sí, la química entre los dos actores que lo protagonizan le agrega vuelo: ella es Michelle Dockery, estrella de Downtown Abbey; él, Juan Diego Botto, el actor argentino-español que saltó a la notoriedad con el film Martín (Hache).

“La gracia de estos primeros episodios radica precisamente en el misterio que es Javier”, le dice Botto a PáginaI12, por teléfono desde Madrid. “Sabemos que es un asesino al que le gusta hacer bien su trabajo. La peculiaridad es que no es un psicópata, un enfermo, por lo menos no en el sentido tradicional del término. Es un tipo que es empático, puede ponerse en el lugar del otro, es afectuoso. Pero tiene esta peculiaridad de que, bueno, se dedica a matar gente (se ríe). Al margen de eso, es un buen tipo. Lo es en todos los demás aspectos de su vida... Fue una dificultad para componer el personaje cazar todas esas facetas. No es sencillo entender a un tipo que no tiene problemas morales en matar gente y, sin embargo, parece una persona normal. Todo lo demás, iremos descubriéndolo. El corazón de la historia es la relación entre ellos dos. Es una suerte de retorcida historia de amor entre dos personajes complejos: una ladrona con problemas de alcohol y drogas, y un sicario. Estos dos personajes muy marginales se encuentran y van a intentar funcionar de un modo mínimamente normal en esta sociedad”.

La actuación le corre por las venas a Botto: su padre era Diego Fernando Botto, actor desaparecido por la última dictadura cívico-militar, y su madre es la actriz Cristina Rota. A ella la acompañó Juan Diego –que tenía 3 años– al exilio madrileño cuando su padre fue secuestrado. En España, desarrolló una notable labor (ver La Ficha), vinculado sobre todo al teatro y al cine. “En esos ámbitos tienes un planteo, un nudo y un desenlace, sabes dónde termina toda la historia. Eso no ocurre en televisión: tienes una historia abierta, no conoces el desenlace de tu personaje... y a veces no lo conocen los propios guionistas”, marca las diferencias Botto. “Tienes que trabajar con un material que no está cerrado, no sabes qué quiere terminar de contar la pieza y qué puede aportar tu personaje. Era la primera vez que me enfrentaba a algo así y ésa fue la mayor dificultad. Por suerte, tuve la enorme ayuda de Chad, el creador de la serie, a quien bombardeé a preguntas. El tenía respuestas para prácticamente todo, y lo que no, nos lo inventamos juntos. Pero sí que tenía el arco del personaje muy armado para toda esta primera temporada, y me contó muchas cosas que no estaban en los primeros capítulos y que me ayudaron a entender quién es este tipo”.

–Una de las particularidades de Good Behavior es que mezcla registros de comedia, acción y thriller psicológico.

–Creo que esa característica nos va a jugar a favors porque hace que sea difícil de prever, de ir por delante de la historia. Ese es uno de los riesgos, y habrá gente que no se sentirá cómoda al no poder identificar claramente el género que está viendo mientras que a otra la atrapará más. Mi trabajo consiste en tratar de dar verdad a lo que está en el papel. Y cuando es así, da igual qué género sea.

–Su personaje iba a ser español y terminó siendo argentino. Y eso tuvo que ver con su historia, ¿no?

–Sí, ocurrió entre el piloto y el comienzo de la temporada. Habitualmente, ruedas el piloto, la cadena lo ve, lo testea y decide darle o no luz verde a la serie. Hay muchos proyectos que se quedan en pilotos. Cuando rodamos el piloto, bueno, hablamos cada uno de su vida, y a la vuelta, cuando empezamos a grabar la serie, el creador me dijo que habían decidido que el personaje, que en principio iba a ser un madrileño que residía en Estados Unidos desde hacía muchos años –de hecho, tenía una conversación telefónica en español, con acento de Madrid–, finalmente iba a ser argentino. Me dijeron: “Bueno, como tú eres de Buenos Aires, hemos decidido que habrá toda una trama que tendrá que ver con la Argentina”. Y tuvimos que volver a grabar la escena con otro acento...

–En lo que le contó a Hodge, ¿habló sobre la historia de su padre? ¿Tiene que ver con eso la trama?

–Bueno, ese tema inevitablemente salió. En cualquier conversación sobre cómo acabé viviendo en Madrid habiendo nacido en Buenos Aires, ese tema sale. Nunca oculto que, de alguna manera, soy hijo del exilio. Es una realidad y también, en parte, un orgullo. La trama de la serie no tiene que ver directamente con eso, pero el personaje sí arrastra todo un tema familiar con su padre que tiene que ver con su pasado en la Argentina.

–¿Cómo es su relación con el país?

–Muy buena. La transmisión de mi madre y mis hermanas ha generado que tenga muchos vínculos con el país. Tengo muchos primos con los que estoy en contacto, además de una cantidad de amigos y de gente con la que he trabajado. También estoy en contacto con la actualidad política y social. Hace no tanto, se celebró el juicio por el caso de mi padre, que fue parte de la última megacausa de la ESMA, y estamos esperando la sentencia. Mi madre tuvo que testificar y yo di también mi testimonio vía consular. Y eso forma un vínculo que es muy singular y muy fuerte, que tiene que ver con el pasado y con la justicia.

–¿En ningún momento se enojó con un país que se cobró a su padre y lo mandó al exilio?

–No, pero sí he escrito sobre esas reacciones, que he visto en la generación de mi madre. Mucha de la gente que conocí mientras crecía tenía esa relación de amor-odio, como si tu mejor amante te hubiera pateado... Esas ganas de verlo y la pregunta de por qué te partió el corazón... Hay un verso de Machado (“Españolito que vienes al mundo”) que habla de las dos Españas y dice que una de ellas ha de helarte el corazón. Mucha gente se ha sentido así respecto de la Argentina: una de las dos Argentinas le heló el corazón. Pero mi generación, que de alguna manera somos los hijos del exilio, hemos crecido en otro lugar, tenemos un vínculo con la Argentina pero no hemos sido los que tuvimos que sufrir de forma consciente la huída, que tu compañero estuviera desaparecido, etcétera. Lo hemos vivido de otra manera, la relación ha sido más sencilla para nosotros.

–Aquí se lo conoció por Martín (Hache), el film de Aristarain de 1997. A la distancia, ¿qué importancia tuvo en su carrera?

–Martín (Hache), para empezar, fue conocer a Adolfo Aristarain, que es uno de los directores que más me han marcado como actor y como espectador... y casi diría como persona. Por eso solo, ya mereció la pena. Por otro lado, es uno de los trabajos de los que más orgulloso estoy. Uno hace a lo largo de su vida unas pocas películas que quedan y es probable que Martín (Hache) sea una de ellas. Tengo un recuerdo inmejorable de esa experiencia. Por otro lado, fue para mí la primera vez que regresaba a la Argentina trabajando. Ya había vuelto para ver a la familia, me había ido a los 3 años y vuelto a los 15. Y lo viví con mucho orgullo, con mucha satisfacción, al pensar que, bueno, después de muchos años, el hijo de Diego Fernando Botto volvía a Buenos Aires trabajando. Era la sensación de que hay algo que no se acababa y que no se quebraba.

–En paralelo a la actuación, usted tiene una carrera como dramaturgo. Si la serie continúa, ¿no le quitará tiempo para escribir?

–Lo bueno es que, si este proyecto continúa en el tiempo, ocupa cinco meses al año de mi vida y me deja los restantes meses para trabajar en aquello que me apetezca. En ese sentido, es muy buen timing. Cada vez me gusta más escribir, me da más felicidad y me ha reportado más reconocimiento. Y tengo intención de seguir haciéndolo. Una de las cosas que más me satisfacen de mi situación es poder contar historias, y el teatro me permite contar las que me gustan y de la forma que me gusta. Y con la inmediatez que tiene el teatro, además.

–¿Tiene la intención de seguir una carrera en la televisión de Estados Unidos?

–Bueno, estamos a la espera de que nos confirmen si habrá segunda temporada, pero no nace de la ilusión de tener una carrera en la televisión estadounidense. Como a cualquier actor, lo que a mí me hace ilusión es formar parte de un buen proyecto. Los buenos proyectos a veces vienen de Buenos Aires, Madrid, Roma o donde sea; en este caso, vino de TNT Series.

–¿Es difícil adaptarse al medio? Ricardo Darín se niega a trabajar en Estados Unidos porque no quiere empezar de cero ahí.

–No conozco los detalles de lo que le ofrecieron a Ricardo, pero sería absurdo que un actor como él empezara de cero ningún sitio. Es uno de los mejores actores del mundo y es un desperdicio que no esté haciendo grandes personajes todo el tiempo. Si la pregunta tiene que ver con si es mi ambición mudarme a Hollywood y tener una carrera en Estados Unidos, bueno, no, no es mi sueño. En Madrid es donde tengo mi vida, mi familia, el teatro donde trabajo, y mi sueño es poder hacer buenos personajes, contar buenas historias, tener alguna repercusión en los espectadores. Y esas historias pueden venir de cualquier lado. No tengo un especial interés de que sea de allí. Por otra parte, es cierto que es la industria audiovisual más poderosa del mundo, entonces hay muchas oportunidades y muy buenas historias.



La ficha

Juan Diego Botto nació en Buenos Aires, pero a los 3 años ya estaba radicado en España, acompañando al exilio a su madre, la actriz Cristina Rota. En la escuela que ella fundó en Madrid, Botto inició sus estudios actorales, y a los 8 años consiguió su primer papel, en la película Juego de poder. En 1992, rodó bajo las órdenes de Ridley Scott en 1492: La conquista del paraíso, y más tarde trabajó en films como Martín (Hache), de Adolfo Aristarain; Silencio roto, de Montxo Armendáriz; Plenilunio, de Imanol Uribe; The Dancer Upstairs, de John Malkovich; y Bordertown, de Gregory Nava. Botto también tiene una profusa experiencia teatral, tanto en la actuación como en la dirección y la dramaturgia. Algunas de las obras que escribió son El privilegio de ser perro, Despertares y celebraciones, La última noche de la peste, y Un trozo invisible de este mundo.