Desde muy pequeña, a Carolina Calle le gustaban las cartas, las recibía todos los días, le parecían un juego y algo "muy emotivo". Más tarde, decidió estudiar Comunicación Social y periodismo en su ciudad, Medellín. Ahora, cuando le toca definir lo que hace, habla de un periodismo al servicio del amor. De eso se trata su proyecto Cartas a la carta, el blog donde publica algunas de las correspondencias que escribe por encargo.

De todas las misivas escritas, hubo algunas especiales, que se convirtieron en libro. Cartas de puño y reja, tal el nombre de la publicación, tuvo su origen en octubre de 2019, en El Pedregal, la cárcel de mujeres a la que fue a dar un taller relámpago de escritura epistolar. "Llegué con mis materiales, hojas, lapiceros, cartas para leer, hojas en blanco para escribir. El taller duraba solamente una mañana. Y entro y me encuentro con que hay un grupo de mujeres analfabetas, entonces, esos materiales ya no me iban a servir como esperaba", relata aquel primer impacto.

"Fue un primer un choque pensar por qué en la cárcel, adonde llegan personas mayores de edad, todavía hay quienes no han podido tener esta oportunidad. Fue un choque muy fuerte y lo que yo pensaba era... si nosotros que sabemos leer, que sabemos escribir, sentimos a veces el ahogo, la impotencia, la ansiedad, y la escritura o la lectura nos ayudan, ¿qué pasaría si no tuviéramos esa posibilidad? Entonces, me empieza a rondar esa pregunta ¿Adónde van las palabras que no se dicen o adónde van esas letras que no se escriben?".

Aquellas preguntas que se hizo Carolina quedaron macerándose desde entonces. "Sentí una conexión muy especial, porque fue el grupo que más me miró a los ojos y claro, cuando les conté que yo escribía cartas de amor por encargo, ellas se sorprendieron mucho y era como: ¿eso existe? ¿Y tú me escucharías y tú escribirías mi voz? Pero es que mi ser querido está en otra parte. ¿Y tú la llevarías? Yo les decía me voy ahorita, no podría hacer todo eso por ustedes en un rato", cuenta la semilla que tres años después se convirtió en una publicación delicada, de tapa azul, con una reja calada en la portada. 

Todavía faltaba. "Luego llega 2020, la pandemia, y yo empiezo a ver en las noticias que en las cárceles prohíben las visitas y vuelvo a pensar en ellas, en ese estado de incomunicación, de largas distancias, donde ya no hay ninguna presencia", sigue su relato. 

En 2021, cuando comenzaron a abrirse las visitas en los penales, tendió el puente. "Entonces yo toco las puertas de la prisión y me ofrezco a volver y a escuchar a este grupo". Su tarea es la misma que ejerció durante años como cronista del diario El Colombiano, de Medellín. "Escucho, tomo nota, me acerco, les hago preguntas, escribo y luego vuelvo, edito a cuatro manos, pues, con las personas", relata el proceso. 

Lo que quería con esa tarea era "reducir esas distancias, matizar esas ausencias" y "escribir esas cartas de puño y reja que estuvieran ahí rondando, latiendo en la punta de la lengua, en el puño de la mano, en el corazón". 

La solapa del libro describe a Carolina así: "Ni puta ni poeta, pero se alquila para amar, zafa nudos de la garganta, traduce silencios, escribe cartas por encargos. Cartas a la carta es una agencia de periodismo al servicio del amor". 

En cada carta se lee una voz propia, una angustia, un anhelo. "Querida mamá: a veces me llegan recuerdos sobre el agua. En el río, pero también en el mar. Memorias dulces y también de sal. Juntas en el ferri, cruzando de orilla a orilla, de pueblo en pueblo, montando en moto o en chalupa, caminando y pregonando, cargando la mercancía y ganándonos la vida", empieza la carta de "una mujer con acento costeño, de ojos oscuros y de pelo ondulado". 

Carolina Calle, periodista de Medellín (Colombia). 

En el libro, cada mensaje tiene una posdata, una idea que propuso el editor. "Yo decía que eso ya no les interesa a lxs lectores, que es de chismoso, pero él me insistía que era como aterrizarlo, dar una dosis de realidad, porque la vida no es rosa, ni las cartas son mágicas, ni lo pueden todo. Esto es un intento por unir, por enlazar, por comunicar, pero puede ser que en algunos casos pase y en otros, no", sigue Carolina, que escribió las once misivas en 2021, luego las entregó a sus destinatarixs. La letra no fue de computadoras, sino que hizo un cásting de escrituras, para que cada carta pudiera tener un pulso.

Toda esa experiencia se convirtió en el libro en 2022. Y si bien Carolina tiene otra cantidad de misivas escritas en la cárcel posteriormente, cree que ya no las editará. 

Entre las que sí publicó están las cartas "a un hijo muerto", donde se lee: "Dos semanas después, vi una mariposa blanca sobre un muro gris. Cuando la miré, empezó a agitar las alas y algo pasó dentro de mí, no sé explicarlo; yo sentí tu energía, tu luz, tu impulso, tu presencia". 

Otra correspondencia es para "la novia en la misma cárcel". "¿Qué me iba a imaginar que fuera a conocer el amor de mi vida en una cárcel de pueblo? Fueron 21 felices meses a tu lado", le dice la remitente. Luego fueron trasladadas a Medellín y, si bien están en el mismo penal, no comparten ningún espacio. "Cuando a las 10 de la mañana nos dan una hora de sol, me pego a una reja y miro hacia el patio tuyo. Por allá donde están los árboles. No me entretengo en nada, no hablo con nadie, porque estoy concentrada, solo estoy echándote ojo, buscándote, esperando que ocurra el milagro de coincidir. El otro día que te vi pasar de lejos fue espectacular", le cuenta. 

Hay una carta que se llama "en busca de una señal de vida" escrita por encargo de una mujer "con las cejas gruesas, los ojos chiquitos y un nivel elevado de desasosiego. Lleva un año dentro. Perdió el contacto con su familia. No sabe leer ni escribir". Es que la casa de la madre es de madera con techo de zinc, y no tiene electricidad. La comunicación dependía de un celular. En la última comunicación, la remitente escuchó que el teléfono se caía y luego, nada. Después, ya no le contestó. Ella intuía que el aparato se había dañado y la madre no tuvo cómo repararlo. 

El viaje que Carolina hizo a la ciénaga para encontrar a la mamá de esta mujer, para  saber si estaba viva y entregarle la carta, se convirtió en una crónica que forma parte del programa Cambia la Historia, un proyecto de periodismo constructivo con perspectiva de género en América Latina que llevan adelante en forma conjunta DW Akademie, la revista salvadoreña Alharaca y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania. El 15 de enero se publicarán sus 30 historias y una de ellas es la que escribió Carolina. Allí se podrá saber si encontró con vida a la destinataria de la carta que termina: "No olvide mamá que usted es mi botín, mi tesoro, mi amiga". 

Carolina ganó el premio Nacional de Periodismo de Colombia Simón Bolivar en 2019, por la historia de amor Sí, acepto. Ha sido docente universitaria, narradora ambulante, coautora de un puñado de libros y voluntaria en la cárcel. 

En esas experiencias, Carolina pudo ver todas las personas que están allí "viven en lugares donde el Estado no llegó". "A mí me ha tocado ir a estas partes y no hay dirección, yo pregunto qué calle es y se encogen de hombros. Entonces también me hace pensar mucho sobre todas esas historias fuera del mapa. Son mujeres muy rurales, hay muchísima pobreza", dice la periodista. 

Para mostrarlo, habla de la carta "al hijo que le regaló la luna". "Es la carta a un niño de nueve años, pero la madre ya lo trata como si fuera el hombre de la casa, porque es el que cuida a la hija menor y a la abuela. Ella me decía que él la llamó y le dijo 'estoy cansado de sufrir', que ya no quiere volver a la escuela, que está cargando ladrillos. Es un choque con la realidad muy fuerte".