El ancla fiscal es el corazón del programa económico de La Libertad Avanza. La búsqueda del equilibrio fiscal, por sí sola, implica una mirada muy reduccionista de la política económica. El fiscalismo a ultranza puede ser tan dañino como la ignorancia de la restricción presupuestaria en el marco de una economía bimonetaria.

En su cuenta de X, el historiador económico Pablo Gerchunoff precisó que “si todo consiste en la disciplina fiscal, la carrera de economía debería durar un año contando la tesis”. La complejidad del tablero económico mundial aconseja alejarse de recetas simples y superficiales. Ese sayo le cabe a diferentes tribus ideológicas que gustan aferrarse a los dogmas que confirman sus preconceptos.

Volviendo al gobierno libertario, el mantra del “déficit cero” desdibuja los términos del debate económico porque confunde instrumentos con objetivos. El equilibrio fiscal no asegura un modelo de desarrollo. La historia mundial revela que la planificación y fortalecimiento de las capacidades estatales tuvieron mucho que ver con los resultados exitosos en materia de desarrollo económico.

Por caso, el presidente Milei publicó un ranking de países con “mayor libertad” acompañado con la leyenda “a seguir trabajando hasta que seamos el país más libre del mundo”. Más allá de ingresar en una discusión filosófica acerca del concepto de la libertad o de cómo se elaboran esos rankings, lo curioso es advertir que Finlandia y Suecia encabezan esa tabla.

“Se trata de dos países que se caracterizan por fuertes Estados de Bienestar que se construyeron impulsados por la socialdemocracia que usted tanto desprecia. Finlandia tiene 54 por ciento de gasto público sobre PBI y Suecia 47 por ciento (entre los top 25 del mundo)”, precisó el sociólogo económico Daniel Schteingart.

Por otro lado, el mundo occidental desarrollado está revalorizando el rol de las políticas industriales. Eso se refleja en diferentes leyes estadounidenses (“CHIPS Act”, “Bipartisan Infrastructure Law”, Inflation Reduction Act”), el “Pacto Verde” europeo, el Digital New Deal de Corea del Sur, Industria Conectada de España, Impresa 4.0 de Italia, Next Wave of Manufacturing de Australia, Make in India de India o el New Industrial Strategy de Reino Unido, entre otros. La radiografía del mundo actual es muy diferente a la euforia globalizadora de los noventa.

Sesgo antiindustrial

El discurso libertario marcha (con orgullo) a contramano de esa tendencia mundial. La última señal contundente fue el acting oficial alrededor de la 30 Conferencia Industrial de la UIA. La noticia no sólo fue el “faltazo” de Javier Milei sino también la orden presidencial para que no asista el ministro Luis Caputo.

Reforzando esa hostilidad, el presidente oficialista de la Cámara de Diputados de la Nación publicó “Caraduras. Siempre lo mismo. Siempre les falta algo para competir. Pero cara de piedra para vendernos cosas caras y de mala calidad durante décadas y décadas de miseria espantosa, les sobra. Váyanse a cagar”.

El economista Gary Becker decía que “la mejor política industrial es la que no existe”. En la Conferencia de la UIA, el secretario coordinador de Industria y Comercio dijo algo parecido. “La mejor política industrial es tener una política fiscal y monetaria equilibrada, porque si no es imposible que la economía crezca”, afirmó Juan Pazo.

El sesgo antiindustrial del gobierno argentino contrasta con lo que está ocurriendo con su principal socio comercial. Al otro día del desplante libertario, el presidente Lula y su vice Gerardo Alckmin fueron los oradores estrella en el 14 Encuentro Nacional de la Industria de Brasil.

Lo cierto es que el destrato libertario a la industria doméstica no es ninguna novedad. En la propia sede de la UIA, Milei había manifestado que “para proteger a la industria se le robó al campo, y esta protección lo único que generó es un sector adicto al Estado. Esta es una de las raíces de las crisis económicas estructurales que padecemos desde hace tantas décadas”, en ocasión de la celebración del Día de la Industria en septiembre pasado.

Deme dos

La hostilidad oficial hace recordar una pieza publicitaria de la última dictadura cívico-militar. El corto sostenía que “antes la competencia era insuficiente. Teníamos productos buenos. Pero muchas veces el consumidor tenía que conformarse con lo que había sin poder comparar. Ahora tiene para elegir. Además de los productos nacionales, los importados”.

El mensaje se reforzaba con una persona que se sentaba en una silla “nacional” que se rompía. En estos días, un reconocido tuitero libertario subió ese video diciendo que “ahora que todos abrieron los ojos ya podemos decir que esta fue la mejor propaganda de toda la historia argentina”. El post fue retuiteado por Milei.

El presidente también subió un meme que ridiculiza a los industriales. La publicación de Instagram reproducía un titular de diario de los años 70 donde rezaba que “la industria electrónica se opone a la TV Color”. Milei se lo dedicó “a ciertos periodistas operadores que defienden la política de cerrar la economía a costa del bienestar de todos los argentinos de bien”.

En congruencia con esa mirada, el Gobierno avanzó en la eliminación de requisitos técnicos para importar determinados bienes y aumentó el límite de las compras de productos en el exterior por medio del mecanismo de courier (de 1.000 a 3.000 dólares).

También eliminó el pago de aranceles para las compras menores a 400 dólares. La lógica es que “todos los argentinos puedan acceder a precios más competitivos, no solo los que tienen la oportunidad de viajar”, dijo Luis Caputo.

Lo cierto es que, incluso desde la ortodoxia, se emitieron algunas alertas ante este tipo de medidas. Por caso, el economista Miguel Kiguel planteó que era erróneo impulsar una apertura para lograr una reducción de cortísimo plazo en la inflación sin estimular la competitividad local. El aperturismo avanza a paso redoblado más allá de las advertencias propias y ajenas.