Qué calamidad el cine de superhéroes actual, que es como decir la mitad del cine actual. Qué insoportable ese show de lucecitas que dispara el héroe de turno desde un arma, el dedo o la manga del saco, lucecitas que van a chocar con otras lucecitas que a su vez dispara el malo de turno, o el héroe que se volvió malo por cuatro o cinco películas y que un día, lucecitas mediante, se volverá otra vez bueno.

Y cuando pareciera que una de las lucecitas va a vencer a las otras, el héroe a punto de ser derrotado saca un escudo (adivinaron, lucecitas) que las rechaza. Y si el escudo no es suficiente, el pobre trabajador de la justicia abre un portal (¿qué será eso?) que no son más que lucecitas en redondo que titilan mientras se lo llevan a otra realidad conocida bajo el impreciso título de multiversos. ¡Mamita!

Y pensar que yo era de esos que esperaba la segunda y la tercera película en cuestión para ver si Louise se dignaba a darle bola a Clark o Lex se escapaba de la cárcel. Hace rato que dejó de ser divertido entre tantas repeticiones, seriales, la historia de la cuñada de Superman, el tío ciego de Batman y de ¡las ciudades donde suceden las aventuras!

Así, cada historia se despliega en una veintena, con personajes que se mueren y resucitan, se vuelven malos y luego buenos, pierden la memoria y la recuperan. Todo al ritmo de lucecitas y más lucecitas iluminando el vacío, el de las pantallas y el las ideas.

Entre tantas cosas que se llevó esta hipermodernidad, se llevó el cine. Me refiero al cine de autor, al de verdadero suspenso, al de aventuras, a las comedias románticas. Y cuando existen, porque existen, son producciones hechas a las apuradas porque la ley de las plataformas así lo exige. Y vemos guiones escritos entre gallos y medianoches y oportunidades dramáticas desperdiciadas a rolete.

¿Dónde quedaron ese pingüino fumador y esos héroes en chancletas? ¿Esas cachetadas de fantasía y esas risas falsas? ¿Qué se hizo de ese héroe que cambiaba de aspecto con solo ponerse los lentes, suspendiendo nuestra incredulidad, como diría Coleridge (creo), para ponerla prácticamente a la altura de la de un niño?

Y al show de lucecitas lo disfrazan de ideas profundas, sacadas de algún manual de autoayuda que te venden por Amazon. La saga de las gemas, qué carajo será eso. La liga de la justicia, los vengadores de vaya a saber qué idiotez. Y hasta se volvieron películas Shazam o Black Adam, historietas que no hubiéramos leído aunque las hubiéramos encontradas tiradas en un basurero.

Y no se les ocurre nada más repetido que hacer que los marcianos se aparezcan por Nueva York. ¡Otra vez! Con lo caro que debe valer un hot dog ahí. ¡Destruyan esa ciudad de una vez por todas y comencemos de nuevo! A ver si en el reparto nos toca a nosotros un monstruo al que podamos combatir y demostrar que también somos guapos. ¡Qué tenemos nosotros que no nos invaden! Eso es discriminación, señores.

Tampoco les estoy pidiendo que volvamos a las películas de Bergman, Tarkovski, Fellini. Eso ya fue y si sobrevive es en cuentagotas. Hoy, ni siquiera les podríamos explicar a nuestros hijos/nietos con palabras sensatas cómo era lindo aburrirse un poco, o poner cara de profundidad aunque estuviéramos entendiendo a medias.

Y no les basta con acabar con los superhéroes de siempre, esos que nos salvaban de los marcianos y de los genios del mal. No, también volvieron series historias que nunca deberían haber sido otra cosa que una película de una hora y media. Ahí tenés El chacal, al que de puro alargarlo le inventaron una familia, y chau personaje de tanto que se reblandeció. Dejó de ser ese simpático sociópata que nos seducía para ser un tipo que quiere hacer un último trabajo bien pago, retirarse y vivir al lado de su sexi esposa. ¡Lo transformaron en uno de nosotros!

El resultado es volvernos infantiles, pero no con almas de niños, sino algo idiotas, básicos, estúpidos, capaces de calmarnos con lucecitas, que es como decir caramelos o espejitos de colores. Espectadores que apenas se rebelan ante la potencia de las ideas vacías pero repetidas hasta el hartazgo, hasta que no te queden ganas de tomar conciencia de lo que estás viviendo.

Y pensar que hace poco más de un siglo el futuro era visto como un oasis de inventos (entre ellos el cine), remedios y alegrías que iban a hacer que el mundo fuera más divertido y mejor. Y quizá lo es, pero la diversión tiene dueño, y un precio que hay que pagar. Ahora o en cuotas, en plata o en créditos, deudas, futuro.

Ya ni ideas hacen falta entre tantas lucecitas de colores. Es que, entre tanto ruido visual, las ideas no entran o no importan. Si yo fuera conspiranoico diría que eso es lo que buscan. Pero seguro que exagero. Debo estar equivocado, después de que me tragué una pastilla azul en forma de lucecita de colores.

 

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