Con el Papa Francisco a la cabeza y la participación del ex ministro Martín Guzmán y el Nobel Joseph Stiglitz, un grupo de expertos académicos, profesionales, ministros de finanzas, legisladores, autoridades de instituciones financieras internacionales, líderes religiosos y expertos de organizaciones de la sociedad civil se reunieron en la Academia Pontificia de Ciencias Sociales (PASS, por sus siglas en inglés) en la Ciudad del Vaticano para discutir la situación actual de la deuda, especialmente en el Hemisferio Sur. 

En este escenario, el equipo elevó un diagnóstico y una serie de propuestas dirigidas, sobre todo, a países con serias crisis de deuda. "La resolución de una crisis macroeconómica de deuda implica una distribución de pérdidas, un proceso generalmente asociado con conflictos. El proceso para resolver estos conflictos varía si es entre países (como en la Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados para el alivio de deuda) o entre un país y el sector privado", apuntaron en el inicio. 

En esa línea, destacaron que "bajo la actual y deficiente arquitectura financiera internacional, sin un mecanismo internacional para la reestructuración de deudas soberanas, los asuntos suelen resolverse de manera subóptima. El sector privado utiliza el temor al incumplimiento como una herramienta para negociar términos que sirven a sus propios intereses, pero que a menudo resultan insostenibles para el país, imponiendo altos costos al país deudor, costos que a menudo son asumidos por aquellos menos capaces de hacerlo". 

"Un sentido de solidaridad"

En la situación actual, precisaron entre las conclusiones, "y con la actual y deficiente arquitectura financiera internacional para la resolución de crisis de deuda soberana, un sentido de solidaridad de los más poderosos será un determinante importante de si será posible alcanzar resoluciones de deuda que permitan a los ciudadanos de los países en crisis recuperar la esperanza en el año del Jubileo". 

En su discurso, el Papa Francisco reiteró que "son los principios de justicia y solidaridad los que llevarán a encontrar. En este camino, es esencial actuar con buena fe y con verdad, siguiendo un código de conducta internacional con estándares éticos que puedan guiar el diálogo entre las partes". Además, el Sumo Pontífice hizo un llamado a un mecanismo internacional para la reestructuración de deudas soberanas, "basado en la solidaridad y la armonía de los pueblos, que tome en cuenta la naturaleza global del problema y sus implicaciones económicas, financieras y sociales".

Por todo esto, los economistas refirieron que "es esencial reformar la arquitectura financiera internacional, no sólo para facilitar resoluciones de deuda justas y eficientes, sino también para proporcionar un mayor acceso a los fondos que resultan esenciales para el crecimiento y el desarrollo de maneras que permitan reducir la frecuencia y la gravedad de las recurrentes crisis de deuda que han plagado al mundo". 

Pagar, la peor opción 

Entre las propuestas de qué hacer, el grupo aseguró que "cuando un país incumple, los conflictos entre los acreedores y entre estos y el deudor a menudo generan situaciones en las que todos terminan peor que si se hubiera organizado una reestructuración de deuda de manera más ordenada". Y agregaron que "la alternativa, es decir, continuar pagando deudas insostenibles emitidas a altas tasas de interés (que reconocen y crean el riesgo de incumplimiento), es generalmente la peor de todas las opciones posibles".

También especifican que "está claro que las mejoras contractuales, como las cláusulas de acción colectiva, las cuales facilitan la agregación de acreedores en los procesos de reestructuración de deudas soberanas, aunque útiles, son en gran medida insuficientes para resolver los conflictos que deben abordarse en las crisis de deuda". Allí, destacan que "la postura del FMI (su análisis de sostenibilidad de deuda -DSA- y sus políticas de deuda) impacta en el poder de negociación de las diferentes partes y, por lo tanto, es un determinante principal de los resultados de la deuda. Dicha postura generalmente está influenciada por el poder ejercido a través de sus accionistas". 

Los números del fenómeno

El trabajo presentado en el Vaticano destacó que los problemas de países con deuda tienen "cifras que son alarmantes". Para detalla el tema, aportan datos de la UNCTAD, que muestran que más de 54 países gastan más del 10% de sus ingresos fiscales en intereses de la deuda. La carga promedio de los intereses como porcentaje de los ingresos fiscales para las naciones en desarrollo aumentó más del 50% con respecto a 2015. 3.300 millones de personas viven en países que gastan más en el servicio de la deuda que en salud, y 2.100 millones en países que gastan más en el servicio de la deuda que en educación. En este contexto, estos países no pueden realizar las inversiones necesarias para la transición verde. Este no es un camino hacia un desarrollo humano y social global equitativo.

"La situación actual es otro ejemplo más de una asimetría bien conocida en los mercados financieros globales: los flujos de capital son procíclicos para las economías en desarrollo y contracíclicos para las economías avanzadas", destacaron. Esto significa -afirmaron- que el capital fluye de las economías avanzadas hacia las economías en desarrollo en tiempos favorables a nivel global, pero los flujos se revierten cuando hay choques globales negativos. 

Asimismo, "el capital privado fluyó desde el sector privado occidental hacia países de ingresos bajos y medios bajos (LLMIC, por sus siglas en inglés) después del rescate del sistema bancario estadounidense tras el colapso del banco de inversión Lehman Brothers en 2008. En un contexto de tasas de interés cercanas a cero en las economías avanzadas, los gestores de capital privado buscaron rendimientos en otros lugares y ofrecieron financiamiento a tasas de interés altas con vencimientos a corto plazo a países menos desarrollados". 

En esa línea, concluyeron que "los gobiernos en esos países también estaban ansiosos por endeudarse. Sin embargo, esos flujos no facilitaron una mayor inversión pro-desarrollo; para que ese hubiera sido el caso, esos flujos tendrían que haber sido más estables, baratos y con vencimientos más largos. Por ejemplo, las inversiones en educación eventualmente resultan en una mayor productividad económica, pero toma más de una o dos décadas para que esos resultados sean visibles".