"Por eso me contrataste, ¿no?", dice Cate Blanchett dirigiéndose al cineasta canadiense Guy Maddin, que acaba de transmitir su declaración de principios: "Quiero que mi trabajo sea bello y estúpido al mismo tiempo".
Maddin es el rey silencioso de las fantasías oníricas que hacen que David Lynch parezca sedado. En películas como Mi Winnipeg, La habitación prohibida y La música más triste del mundo ha hecho un falso documental sobre sí mismo, ha reflexionado lánguidamente sobre los recuerdos de un bigote y le ha dado a Isabella Rossellini unas piernas protésicas llenas de cerveza.
Blanchett, por su parte, es una ganadora de dos Oscar y una superestrella mercurial, tan cómoda en un drama de arte y ensayo como Tár como en una superproducción como Ocean's 8: Las estafadoras o la saga de El señor de los anillos. También está, de vez en cuando, un poco loca. Ahí está actuando con Sparks en Glastonbury. Interpreta a 13 mujeres diferentes en una instalación artística de 130 minutos para el surrealista alemán Julian Rosefeldt. Ahí está con una peluca roja brillante de espanto en Borderlands, muy posiblemente la peor película de 2024. No hace falta decir que a Blanchett le gustan los giros atrevidos. Así que era inevitable que Maddin y ella terminaran cruzando sus caminos.
A Blanchett le encantan las tonterías. "Cualquier cosa realmente perversa y juguetona puede considerarse un poco estúpida", dice. "Pero es importante estar en ese espacio. Hay que acercarse a cada guión cinematográfico o texto teatral como si no se supiera nada. Hay que juguetear con ellos. No se puede ser demasiado reverente. Porque la estupidez es increíble. Incluso cuando se trata del G7".
El encuentro por Zoom se produce para hablar de Rumours, una comedia política apocalíptica (obviamente con cosas como zombies masturbándose) sobre líderes mundiales que se encuentran perdidos en un oscuro bosque alemán. Mientras los árboles arden a su alrededor, ellos hablan en voz alta de muy pocas cosas y parecen caminar eternamente en círculos. Puede que haya una metáfora. Blanchett es la canciller alemana, una tonta elegante con antecedentes en producciones teatrales racistas. Charles Dance, como el presidente de Estados Unidos, no para de dormirse. Alicia Vikander, como representante de la Unión Europea, está obsesionada con un enorme cerebro brillante que ha encontrado en el bosque.
"Parecía que podías tomar una cucharita y darle un mordisquito, ¿verdad?", pregunta Blanchett, con ímpetu dramático. "Pero, sinceramente, creo que probablemente era tóxico".
"Se hizo de látex y luego se rellenó con algo así como mil sesos de mono para que tuviera el peso adecuado», explica Maddin, con cara de piedra y (es de esperar) mintiendo.
Blanchett da un respingo: "En este artículo habrá que poner una advertencia para veganos".
Maddin niega con la cabeza. "No, no, Cate, estos monos habían muerto de viejos. No pasa nada. Habían donado sus cerebros".
Blanchett asiente con énfasis. "Pero no puedo hablar de eso: firmé un acuerdo de confidencialidad".
Blanchett, de 55 años, está en una soleada habitación de hotel en Londres, vestida con un traje rojo sangre, el pelo cortado en un corte recto rubio. Maddin, de 68 años, está en las oscuras sombras de su oficina en Winnipeg, Canadá. Ambos comparten una relación divertida y circular: Maddin se encarga de la puesta en escena, Blanchett de la réplica amable y burlona.
Cuando crearon Rumours, Maddin y sus colaboradores habituales, los hermanos Galen y Evan Johnson, habían detectado una ridiculez inherente al G7, esa reunión anual de poderosos actores mundiales decididos a hacer cosas y establecer agendas. Veían horas de imágenes de líderes dándose la mano y formando filas incómodas. "Es un poco como el canal de la chimenea de Navidad", bromea, refiriéndose a esa desconcertante emisión de 24 horas que se encuentra en los confines de la televisión por cable y que no muestra nada más que un fuego crepitante. "Y es tan emocionante verlos: estos extraños rituales y extrañas coreografías geopolíticas. Y hablan como si estuvieran en una especie de trance de la Edad de Hierro".
Blanchett ya era fan de Maddin, y llegó a sus manos el guión de Rumours a través de su productor Ari Aster, el excéntrico genio detrás de Midsommar y Beau tiene miedo. Le encantó. "Evita deliberadamente ser encasillada como una sátira política o un thriller de serie B o una película de monstruos", afirma. "Justo cuando creés que sabés lo que es Rumours, da un giro de 180 grados".
En su papel de embajadora de la Agencia de la ONU para los Refugiados, Blanchett ha orbitado durante un tiempo alrededor del mundo político real, y cuenta que siente cierta empatía por los políticos que ha conocido. "Son seres humanos que trabajan bajo sistemas que no les sirven a ellos ni a nadie", afirma. "El gran elefante en la habitación es la superpoblación y el cambio climático, y es muy difícil para una sola persona o un solo país abordar estas cuestiones. Estás constantemente intentando que la Navidad familiar funcione mientras sabés que se está yendo al cuerno".
A este respecto, Maddin insiste en que Rumours es apolítica. Se puede ver vagamente a Joe Biden en el papel de Dance como presidente de EE.UU., y hay un toque de Angela Merkel en el personaje de Blanchett, pero nunca lo suficiente como para que parezca un pastiche. "Nos aseguramos de que las ideologías de los políticos fueran neutras", dice. "Realmente podrían haber sido un grupo de plomeros, o antiguos alumnos de instituto que se reúnen en un bosque".
No suena muy convincente, pero parte de la emoción de Rumores, dice Blanchett, es el debate que inspira. "Lo que me encanta de esta película -y quizá esto sea intrínsecamente político- es que evita responder a la pregunta de '¿de qué trata realmente esta película?' Me encanta esa perversidad del cine. No me gusta tanto en política".
¿Alguna vez se pone nerviosa al hablar de política como personaje público? Arruga la nariz. "Creo que como actriz hay que tener una sana falta de consecuencia", dice. "Es una gran diferencia si buscás ir por ahí y ofender a la gente. Pero creo que es genial empujar suavemente a la gente o provocar una conversación".
Entiende, sin embargo, por qué algunos actores pueden ser reacios a sumar sus voces al discurso político. "Te hacen esas preguntas y de repente un comentario improvisado se repite en portugués y luego en mandarín, y de nuevo en francés, y luego vagamente en inglés", dice. "Entonces un periodista dice: 'pero usted dijo esto', y yo no puedo recordarlo y lo ponen como titular junto a algo que es realmente importante".
En lo que posiblemente sea una total coincidencia, la conversación tiene lugar unos días después de que se disculpara por llamarse a sí misma "clase media" en una entrevista. "Así que no creo que los actores tengan miedo", continúa. "Simplemente no quieren estorbar. Tu trabajo es hacer lo que hacés, y a veces la mejor respuesta es salir ahí fuera y ser una buena persona e intentar hacer un buen trabajo".
Sin embargo, el tiempo que Blanchett siga así es objeto de debate. En los últimos años se ha mostrado abierta a considerar, si no la jubilación, al menos una lenta retirada de la vida pública. En una entrevista, durante la promoción de su espinosa epopeya Tár (2022), que le valió su octava nominación al Oscar, sugirió que incluso podría dejarlo todo para dedicarse a hacer queso. "Es una buena idea", dice cuando se le recuerda. "Tengo todas esas buenas ideas, pero nunca las llevo a cabo. Sigo actuando, lo siento mucho".
En serio, piensa en ello. "Creo que mi estado natural es cavar un pequeño agujero bajo tierra y enterrarme para pasar el invierno", dice. "Me cuesta mucho salir de ahí y trabajar. Pero luego te dejás seducir por grandes artistas que están haciendo cosas interesantes, y es una forma de seguir conectada. Aunque mi instinto natural es estar callada", dice, mientras está aquí sentada hablando con un diario. Rompe a reír. "Así que todo esto también tiene algo de falso".
Rumours se debate también con algunas de las preguntas más importantes: ¿cómo será el final? ¿importa todo esto a largo plazo? ¿Qué estamos haciendo aquí? Tengo curiosidad por saber si Blanchett y Maddin piensan alguna vez en la aniquilación total.
"Uf", dice Blanchett. "Acabo de perder el control de mi vejiga".
"Odio pensar en ello", dice Maddin. "Pero no creo que el mensaje de la película sea que el mundo se va a acabar. Eso es sólo una trayectoria narrativa. Tenés que llevarlo al fin del mundo para que sea un cuento para dormir en condiciones".
Blanchett discrepa ligeramente. "Pero Guy, la película toca las cosas que mantienen a la gente despierta por la noche", dice. "Pero lo hace de una forma que te lleva de la mano a través de la oscuridad. Así que, sí, es un cuento para dormir, pero también se ríe contigo bajo el edredón".
En lo que sí están de acuerdo, al menos, es en que Rumours -llamado así, abstractamente, por el álbum clásico de Fleetwood Mac que se creó en medio del caos, la tensión y los líos amorosos- es completa y majestuosamente inexplicable.
"Hemos creado un género para nosotros solos", dice Maddin. "Lo que, por supuesto, hace imposible que nuestros distribuidores comercialicen la película".
"Ayudó, sin embargo, que eliminaras el gran número musical de la piscina de Esther Williams", replica Blanchett. "Eso probablemente lo hizo más fácil"».
Es posible que se lo esté inventando. Aunque nadie podría asegurarlo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.