El discurso del primer aniversario fue digno de Milei. Todo lo que hace siempre está a su altura, todo se desprende de su exhibicionismo esperpéntico. Hay encuestadores y periodistas que dicen que su público lo ve “auténtico”. Y la verdad, lo es. Es desinhibidamente monstruoso, como su vice. Un punto en común, vaya punto. Alguna vez he asociado esa palabra a la serie monstruo/mostrar/mostrarse. Al hecho de que el monstruo no existe solo para asustar, sino también para fascinar. La autenticidad de Milei es la del monstruo, y monstruosa se está volviendo nuestra vida cotidiana, librada a la deriva de cientos de monstruosidades que vivimos o de las que nos enteramos cada uno de los días del año que pasó.

Los fascinados y él mismo no las mencionan. Aluden a esas monstruosidades como “un gran esfuerzo” que agradecen. Hay que ser monstruo para hacer entrar en un “esfuerzo colectivo” a los jubilados que se irán antes de tiempo. ¿O somos ciegos? ¿O no advertimos que la muerte prematura, violenta o por abandono sobrevuela sobre nosotros? ¿O no está del otro lado de las palabras de Milei el abismo de la desesperación por encontrar una esquina donde echarse? ¿O la de tener que elegir entre vivir o comer?

Milei nos habla de “orden”. Descubrieron la palabrita los dueños del caos. Si hay algo que pasó este año es la desorganización total, radical y en crescendo de nuestras propias vidas.

No sabemos ya a qué tenemos derecho, pero estamos seguros de que no los respetan, porque esta maquinaria inmunda de destrucción no sabe, no contesta, no ve, no oye, no hace más que aumentar el voltaje.

El mundo Milei está en las antípodas de la realidad efectiva de Perón, que ellos ven “degenerada”. En el universo de tecnofeudalismo, para usar la palabra de Varoufakis, y tal como escribió Jon Lee Anderson en el The New Yorker, los tipos como Milei se desentienden de ver como seres humanos a los seres humanos. Anderson observó que ninguna emoción lo recorría cuando hablaba del ajuste maligno a los jubilados.

Milei piensa y habla en un pedo de abstracciones que solo hacen click en su cabeza. Los que lo aplauden no aplauden lo que dice siempre en la hojarasca de figuras retóricas que usa, es que él es el mejor del mundo, y que el Estado es el diablo.

Y ese es el problema que tenemos. Es un fanático, como captó Lali, y para los fanáticos no hay límite posible, porque se retroalimentan; el fanatismo es un camino sin retorno para cualquier intento crítico o autocrítico. Cualquier error da paso a un error más grande.

Pero también este año que pasó el campo nacional y popular estuvo aturdido y desenfocado de la gravedad límite que vivimos, del volumen enorme de dolor que hay que saldar o al menos detener, porque la acción política hoy es la única herramienta para poner en escena la política en la creemos.

Esta semana fue auspiciosa en ese sentido. Cristina sabe ocupar el centro de la escena como nadie, en circunstancias felices y desgraciadas. Somos milllones los que apostamos a que sea una foto en continuado. A Cristina se la ve vitaminizada con el manos a la obra, pese a la metralla del lawfare que llega ahora desde la Corte. Ladran.

Urge la organización y la racionalidad. Urge la velocidad y el encastre, pero sobre todo urge comunicar, desde la dirigencia, un tono emocional positivo y colectivo, porque nuestra gente está deshecha. Y ese tono no existe todavía.

 

Le están quitando absolutamente todo. Con saña, con avidez, con salvajismo. Las emociones dominantes son negativas y sobre ellas descansa la ultraderecha. Pero las emociones negativas nos rodean a todos, y participamos de ellas sin remedio. La vida se volvió invivible. Y la decepción infinita que nos trajo hasta acá dejó trampas cazabobos por todas partes. Será difícil que este pueblo logre volver a la emoción positiva que implica elegir la lucha a la resignación. Y esa también debe ser una tarea militante.